Viernes, 2 de mayo de 2008 | Hoy
TALK SHOW
Chiclana y Pirovano, Boedo profundo recién anochecido el sábado pasado. Esquinas de casas bajas, sillas de plástico y gradas de metal en un espacio teatral donde se han congregado alrededor de 3 mil personas para ver el superclásico del teatro nacional Un guapo del 900. Versión de Eva Halac para ser representada en la calle, creadora de este modelo de intervención urbana que ya viajó por San Andrés de Giles, Junín, Olavarría, Coronel Suárez, provocando entusiasta revuelo de público en cada lugar.
En el barrio de Boedo, en ese espacio atípico donde la escenografía son edificios de verdad con vecinos mirando desde algunas azoteas, elementos de mobiliario fijos y otros que son acarreados cuando hace falta, y donde el telón de fondo a veces es la oscuridad en la que se pierden los personajes, público de todas las edades presencia con gran respeto esta historia del guapo que protege hasta el autosacrificio las espaldas y —según su código— el honor de un caudillo político. Este guapo de una pieza, machista de pura cepa, tiene dos amores bien distintos: su madre Natividad y su patrón, a quien antes que el interés (Ecuménico vive con su madre en una piecita de conventillo) lo ligan la admiración y la lealtad. El guapo no cumple órdenes: se anticipa a las necesidades y los deseos de su jefe. Cruce complejo de relaciones entre madre e hijo, donde ella también es el padre (rol que comparte hasta un punto con don Alejo) y lo entiende, dice Ecuménico, “como un varón a otro varón”, mientras que por el caudillo el guapo siente una devoción incondicional, que va más allá de la fidelidad.
Antonio Grimau tiene toda la autoridad y la elegancia, el decir y el aplomo que requiere su don Alejo. Joaquín Furriel, con su perfil y su mirada de águila, planta con firmeza y coherencia ese guapo de altri tempi, en definitiva orgullosamente dueño de sus decisiones, de su destino. En la representación del sábado pasado, actuaba por primera vez Rita Cortese como Natividad, el personaje que supieron tallar Milagros de la Vega en teatro, Lydia Lamaison en el valioso film de Torre Nilsson de 1960. Desde su primera entrada, de batón y botitas, imponente en todo sentido, pidiendo un vino en el mostrador del Franchute, Cortese tenía algo de heredera —ahí, en la noche ya cerrada— de la Diosa Luna, de la Diosa Madre milenaria y fecunda, de aquellas Venus primitivas y rotundas y hermosas de Willendorf, de Savignano, de Lespungue, con otro canon de belleza femenina... “Volvé a decir que no me sirvan y te voy a enseñar quién es el guapo aquí”, le suelta la madre al hijo que está intentando que ella pare de beber en el bar. Después de que Ecuménico mata —en verdad, quería darle un escarmiento, pero se le va el cuchillo— al amante de la esposa de don Alejo, “para lavar su honra”, ocurre el encuentro de Natividad con el caudillo. Ella lo encara, le exige, lo amenaza y le aclara: “Me sobra el coraje para cualquier cosa”.
Pero es en el gran final donde Rita Cortese toca cimas muy elevadas de emoción desesperada, y donde Joaquín Furriel no se le achica. Ahí, en ese cruce de calles, donde antes hubo policías a caballo, coches de época en marcha, pasó todo un cortejo fúnebre y tocó una banda pueblerina, de pronto aparecen una camita y una mesa, la luz se concentra y se crea una intimidad absoluta. El público como en misa solemne, la garganta anudada y muchos ojos empañados. Ecuménico, que estuvo detenido y fue liberado, le confiesa a Natividad: “Lo maté yo, vieja. Maté para que no matase él y no se le destrozara el corazón. ¿Hice mal?”. Y ella: “Si yo fuera hombre, habría hecho lo mismo que vos”. Pero el joven añade que se va a entregar a la policía, que ésa es su ley. Entonces sí, la madre se quiebra un poco, sube la intensidad emocional, en la escena y en las gradas. La madre trata de argumentar para que su hijo desista, le pide la merced de que permanezca junto a ella para cruzarle los brazos cuando sus ojos se cierren para siempre. El dolor de la madre que está perdiendo a su último hijo es casi palpable, lo mismo que la dureza inquebrantable de la decisión de Ecuménico, igualmente apenado. Como en la ópera al final de un dúo magnífico, la gente aplaude, grita bravo, se enjuga los ojos.
Paralelamente a los ensayos de El guapo..., el sábado 19 de abril, Rita Cortese presentó en el IFT su primer disco como cantora solista, El amor, ese loco berretín (Acqua), una grabación en vivo, hecha de un tirón, que captura toda la espontaneidad, la calidez, la pasión, el humor de ese show que arrancó en el Faena y prosiguió largamente en Clásica y Moderna. “Malevaje”, “Nunca tuvo novio”, “Yuyo verde”, “Che Bartolo”, “Griseta”, “Fruta amarga”, “Golondrinas”, “Viejo smoking”... Cada tema es cantado, interpretado de manera diferente, siempre con plenitud de matices, con compromiso integral. Cuando Rita desgrana “Si yo tuviera un corazón, el corazón que perdí...”, es como si lo hiciera por primera y única vez, durante esos tres minutos y pico desaparecen todas las otras versiones.
Un guapo del 900, mañana sábado a las 19 y a las 21.30 en Diagonal Julio A. Roca y Bolívar. Las entradas gratuitas (dos por persona) se pueden retirar desde hoy a las 11 en Avenida de Mayo y Bolívar.
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