Viernes, 2 de mayo de 2008 | Hoy
INUTILISIMO
¿A que ustedes no se pusieron nunca a pensar seriamente que una de las diferencias entre hombres y mujeres circulaba por nuestras venas y arterias? Gracias al tratado Sangre y sexo (Editorial Hermes, México, 1950), de Gustavo Pittaluga, nos venimos a enterar de las verdaderas causas de la diversidad. “Quisiéramos ante todo desilusionar a los lectores procaces: no hay en este libro nada que pueda satisfacer sus turbios anhelos”, avisa el autor del volumen, desde luego refiriéndose al título. Y para más abundar, señala: “En muchas actividades, supeditadas a razones orgánicas, regidas por la mente, gobernadas por la razón, arrastradas a veces por la pasión, exaltadas o deprimidas por la emoción, sublimadas por el amor... circula por el organismo humano una sangre varonil, cuando se trata de un hombre, y una sangre femenina, cuando se trata de una mujer”.
Aunque les parezca increíble, este asunto de la sangre tiene que ver con el pensar concreto, “peculiar de la mujer: lo sensible se traslada como tal a través del temperamento femenino individual, hacia los centros cerebrales, y todas las imágenes que nacen de ese material ofrecido por los sentidos conservan la huella de su origen concreto”. Más claro, imposible. Por eso es que muchos sostienen que “la abstracción es ajena a la mente femenina, mientras que otros hablan de un primitivismo mental”.
En cambio, “la abstracción de la mente varonil aparece como enteramente despojada de afectos: ninguna emoción debe empañar la abstracción”. Ahora bien, ese vacío emocional que, según Pittaluga, favorece la vida espiritual del varón, “no es posible en cambio para el temperamento femenino”. En otras palabras del estudioso, “la emoción, reacción entrañable del temperamento de la mujer frente a lo sensible, no debe acompañar a la abstracción”.
Siempre refiriéndose al “tipo medio de mujer de temperamento netamente femenino”, y teniendo en cuenta “las bases biológicas distintivas”, en Sangre y sexo se anuncia que hay una “vocación genérica, propia de la condición femenina, predominante en la mayor parte de las mujeres”. Que es la maternidad, como ya habrán adivinado, “que vierte sus frutos en la comunidad familiar, el linaje”. Más adelante, se nos informa —por si no lo habíamos advertido— que nuestras mentes son más lentas que las de ellos. Por eso, “la mujer conserva con más ahínco los elementos colectivos, añejos, ancestrales, y en cierto modo rehúsa aceptar los nuevos. Los ‘ismos’ que constituyen las creencias de las grandes masas casi no penetran en su espíritu. Si los acata es por una adhesión externa debida ora a su cultura, ora a su adhesión a la creencia de un hombre cercano determinado”. Y no vayan a pensar ustedes que todas estas limitaciones y falencias se superan con una simple transfusión de sangre, por más varonil que sea...
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