Viernes, 20 de junio de 2008 | Hoy
URBANIDADES
Por Marta Dillon
Una semana que comenzó el sábado con la resignificación de una palabra harto dolorosa: represión. Represión aplicada ahora para definir la fugaz detención de 19 personas que mantenían el corte en la Ruta 14, entre ellas Alfredo De Angeli. No mucho más para agregar: harto –y con mejor tino– se escribió en este diario sobre el tema, pero aun así la tentación de contrastar el ardor de los gases tantas veces sentidos con el espanto por la panza al aire del señor antes nombrado, espanto que así expresó –con el gesto ceñudo que merece el exhibicionismo de esas partes blandas– la señora Mirtha Legrand (¿alguien se acuerda cuando se decía de ella que “preguntaba bien”?) en su programa-meeting político del lunes que contó con los caudillos del lockout rural y de Elisa Carrió. La buena memoria parece haber borrado el espanto. Los muertos de la represión recién volvieron el martes en boca de la Presidenta y, tal vez no tan casualmente, en el recordatorio de las víctimas del primer paso de la Revolución Libertadora.
El lunes, el tono admonitorio de la señora Carrió arruina la digestión del almuerzo. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Nadie me manda a mirar la tele un lunes al mediodía (he hecho cosas peores, escribir cuatrocientas páginas sobre la señora Carrió, por ejemplo). Pero algo decanta del discurso críptico de la que fuera candidata a la presidencia: vuelve con fuerza la certeza de que no se puede esquivar la lectura de género en la crispación de las cacerolas y los carteles que circularon, en Buenos Aires, fundamentalmente en Barrio Norte. Basta contrastar el súbito protagonismo –aunque cíclico– de Carrió, que dice que reza cada noche porque tiene miedo, que anuncia penas y alegrías marcadas en el calendario sin más fundamento que su presentimiento con la constante apelación a la soberbia de la Presidenta. Aquí la palabra soberbia puede leerse en clave de género. Una reza, confraterniza con “los hombres de campo”; la otra usa el poder, exhibe su labia en discursos que jamás lee –esa molestia sí se leyó en más de una columna–; y encima tiene el tupé de exhibir una figura sexuada.
El lunes a la noche, las cacerolas. Y los mensajes de texto que obligan a perder el celular para no leer los chistes mandados por miles que hablan de quemar a la Presidenta. Y el “que se vaya”, y el supuesto hartazgo por su soberbia, jamás por la soberbia de quienes se arrogan el mote de gente; a esta altura casi un calificativo.
El martes, una sorpresa. La Presidenta, en cadena nacional, le da entidad a las travestis remedando el modo en que se las encarceló junto a otros y otras habitantes de la calle, por denunciar frente a la Legislatura porteña la represión que podía habilitar sobre sus cuerpos la reforma del entonces llamado Código de Convivencia Urbana.
Y una constatación: la afirmación de Eduardo Buzzi, presidente de la Federación Agraria, de que “el campo” es católico y creyente convencido; y que entonces mientras en la Plaza de Mayo se haría un acto, “el campo” rezaría, iría a misa, reflexionaría.
El miércoles, aun antes de ir a la Plaza, llega una noticia que podía adivinarse: la Iglesia Católica, desde sus voceros jerárquicos, cuestionaron los contenidos básicos de la Ley Nacional de Educación Sexual. Dicen que el uso de preservativos y pastillas anticonceptivas son “moralmente cuestionables” (¿?), y que no se habla lo suficiente de abstinencia y fidelidad mutua para prevenir la transmisión del VIH. Sí, queridos prelados, la abstinencia es efectiva para evitar la transmisión del sida; tanto como la muerte es impermeable a cualquier tipo de enfermedad, incluso a la vida.
Estuve en la Plaza de Mayo el mismo miércoles. Fue una alegría encontrarse con amigos y amigas que hacía tiempo no veía, fue una sorpresa encontrarse en ese gentío y una alegría otra vez porque ninguno de los encuentros había sido programado y los programados no sucedieron porque las esquinas a la hora señalada ya eran difusas.
Una perlita para abonar la conspiración machista: debajo de la bandera del arco iris –siempre un buen refugio–, un cronista del programa Duro de matar que conduce Roberto Pettinato le pregunta a César Cigliutti, presidente de la Comunidad Homosexual Argentina: “¿Esta concentración es para ver quién la tiene más grande?”.
Al cierre de esta edición –latiguillo periodístico si los hay–, los caudillos del agro anunciaban otro paro: no comercializarían granos, pero la medida no afectaría a la carne, ni a la leche. ¿Entonces antes sí afectaba? Pero cuando esto llegue a papel será viernes y buena tinta habrá corrido sobre el tema para entonces.
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