Viernes, 20 de junio de 2008 | Hoy
INUTILISIMO
Es cosa resabida que las feministas provocan el justificado disgusto de los varones de pelo en pecho, como, por ejemplo, el científico hispánico Santiago Ramón y Cajal, cuyo ideario en torno de la emancipación de la mujer quedó claramente plasmado en La mujer (publicado en Madrid por primera vez en 1932, y en Buenos Aires, por Editorial Glem, en 1944), apropiadamente prologado por Margarita Nelken, quien alude a “esa figura demasiado reñida con feminidad, es decir, el sufragismo a la Pankhurdt” y elogia fervorosamente la agudeza de Ramón y Cajal, “rezumante de ternura para con el sexo que él ve encarna el devotísimo recuerdo de su madre, y también en el amoroso respeto hacia la madre de sus hijos”.
En el capítulo “En torno al feminismo”, dice don Santiago que “lo que las extremistas del feminismo llaman emancipación de la mujer no es en el fondo sino la imposición del formidable yugo del trabajo agotante, sin la compensación consoladora del amor y la familia”. Para corroborar este aserto, el pensador cita el siguiente episodio histórico: “Cuando ilustres biólogos produjeron experimentalmente en varias especies asexuadas la partenogénesis artificial —fecundación del óvulo mediante diversos agentes químicos o físicos—, cuenta Terrier que ciertas fanáticas feministas lo felicitaron calurosamente con estas palabras: ‘Por fin está próximo el día en que podamos procrear hijo sin el odioso y humillante concurso del hombre’”. Como al parecer luego se comprobó que, en condiciones tales, la descendencia se compone exclusivamente de machos, Ramón y Cajal subraya la inconciencia del feminismo extremoso que “aspira a estas dos frioleras: 1) desaparición absoluta de la mujer (puesto que sin varón no se produce la hembra); y 2) aniquilamiento definitivo y radical de la raza humana. ¡Bonito porvenir!”.
En consecuencia, el feminismo conduce a un círculo vicioso: “Cuanto más derechos políticos y facilidades para el trabajo extradoméstico se otorguen a la mujer, más se apartará a los hombres del matrimonio. Y cuanto menos matrimonios, más invasora y exigente se mostrará la mujer, atormentada por el abandono, el sobretrabajo y la imposibilidad de satisfacer, decorosa y legalmente, sus íntimas y sacrosantas aspiraciones de maternidad”.
¿Hace falta agregar algo más a tan sabias y edificantes palabras? Pues sí: “Aun cuando las uniones legales no descendieran, el niño mal atendido y el marido mal cuidado presagian la degradación de la raza. Lejos pues de resolverse, el conflicto se enconará día a día”. Y por si alguna disidente siguiera soñando con igualdad de derechos y oportunidades, Ramón y Cajal le pone la tapa: “Al reclamar la mujer los privilegios políticos del hombre y el ejercicio de toda clase de oficios mecánicos, está pidiendo, sin pensarlo, el derecho a la fealdad y a la vejez prematura”.
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