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Viernes, 19 de diciembre de 2008

SOCIEDAD

Casa abierta

En el último mes tuvo una exposición mediática poco habitual. La diputada por la provincia de Buenos Aires Claudia Bernazza (del FpV) debió salir al ruedo para explicar por qué ella y su marido, Enrique Spinetta, habían pedido la guarda de Brian, el joven de 16 años sospechado de participar en el asesinato del ingeniero Ricardo Barrenechea, ocurrido en octubre pasado en San Isidro. Sin embargo, lejos del efecto mediático, esta ingeniera agrónoma y doctora en Ciencias Sociales hace 20 años que recibe en su casa a adolescentes en conflicto con la ley penal, una experiencia que le permite vislumbrar caminos sinuosos pero más humanos para el problema de la responsabilidad penal juvenil.

 Por Verónica Engler

Muchos de los chicos y chicas que Claudia Bernazza y su marido recibieron en su casa ya son adultos. En este momento tiene la guarda de seis jóvenes. “No me gustaría que esta actividad mía sea vista como una actividad filantrópica –aclara–. Acá pasó un tsunami social y nosotros estamos yendo por la playa de nuestra sociedad y en esa playa hay gente que levantar, y una no se pregunta si tiene vocación o no por levantar al herido, lo levanta.

Además de ocuparse de los jóvenes que viven con ella –su familia por elección–, de dar clases en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de La Plata –Bernazza es ingeniera agrónoma y doctora en Ciencias Sociales por Flacso–, de elaborar y debatir leyes en el Congreso, la diputada escribió un libro de cuentos infantiles –Permiso para volar en tren– dedicado a los chicos y chicas que vivieron con ella. Y antes de llegar al Congreso de la Nación se encargó de presidir el Consejo Provincial de la Mujer, desde donde promovió la protocolización de la atención sanitaria de mujeres víctimas de violencia y de los casos de abortos no punibles

No le voy a preguntar si tiene hijos, ni cómo se organiza con los adolescentes en su casa.

–(Se ríe) ¡Ay, gracias!

Fueron dos preguntas recurrentes en los medios a partir del pedido suyo y de su marido para que Brian pueda ir a la casa de ustedes. De alguna manera, estas dos cuestiones tienen que ver con los prejuicios que se manejaron sobre este tema.

–Claro, nosotros lo que tenemos que dar es una batalla cultural. La familia es una construcción social. Tenemos tan metida en nuestra cabeza la familia de nene, nena, papá y mamá, y autito en la puerta de casa, que cualquier cosa que rompe ese esquema es como que nos agarra un miedo tremendo. Pero en realidad casi ninguna de nuestras familias cumple con ese mandato, hay un montón de familias que tienen estructuraciones completamente diferentes. Mi caso es el de una familia hermosa, pero poco convencional en términos de esa ortodoxia, que tiene una organización interna que es un acuerdo, como en cualquier unidad convivencial, que da cuenta de los vínculos primarios, de la comunidad de origen, donde nos vamos haciendo y desde donde salimos al mundo. En esa unidad hay tantos problemas de convivencia como en cualquier casa y los adolescentes son tan difíciles y tan maravillosos como en cualquier casa, todo junto. Están pidiendo afecto y están pidiendo límites todo el tiempo, y uno hace lo que puede y va ensayando estrategias. La verdad es que la ausencia en la vida mía y de Quique de familia biológica es un dato de la naturaleza, no tiene nada que ver con cómo nosotros hemos construido un espacio convivencial llamado familia. Esta es una opción política, no una opción desde mi carencia, para ver dónde vuelco los afectos, para tratar de completar un yo. No es así, lo que estamos haciendo es tomar una opción política frente a una realidad que muestra su peor cara en los pibes.

¿Qué opinión tiene sobre las propuestas de bajar la edad de imputabilidad o de construir más institutos de menores de alta seguridad para tratar el problema de los chicos y chicas en conflicto con la ley?

–Me parece que no se reconoce que en las políticas públicas, lo que el Estado puede hacer, lo puede hacer en conjunto con una sociedad civil que también se tiene que hacer cargo de su vida. Como ahora ya no es políticamente correcto decir “el chico es pobre, vive en la calle, pide limosna, la culpa es de los padres”, nos es muy confortable decir “la culpa es del Estado”. Siempre parece que hay un otro culpable de que ese pibe esté pidiendo y nosotros no tenemos nada que ver. El Estado no vino de Marte, el Estado somos nosotros organizados. Entonces, evidentemente, una sociedad que ha naturalizado un sistema capitalista feroz va a tener un tipo de Estado que reporta a ese sistema, con desregulación de las relaciones económicas, no teniendo una particular preocupación por los más vulnerables. Recién ahora estamos pudiendo desandar el camino de los marcos jurídicos propios de la década del noventa. También la sociedad tiene un camino que desandar. Hay una sociedad que, o se preocupa por el proyecto individual o empieza a preocuparse por participar de proyectos colectivos. Hoy hay una Argentina que tiene que ir al encuentro de los que quedaron afuera, que quedaron afuera por tres generaciones.

También juega un papel fuerte el discurso sobre la inseguridad que impulsa a replegarse dentro de las cuatro paredes del mundito propio. Y además circula esa especie de fantasía con respecto al tema de los menores, de que si un chico en un momento delinque es como irrecuperable.

–Sí, hay como un regreso a teorías lombrosianas en el sentido de que una persona nace, no se hace, delincuente. Este regreso a un pensamiento bastante rústico estaría mostrando que el principal repliegue del Estado se ha dado en la comunicación de valores y en la comunicación de una cultura. Si durante todo su contacto con el sistema educativo formal y con los medios de comunicación le dijeron que acá el sistema económico no tenía ningún problema, difícilmente un pueblo puede tener conciencia de que depende de centros de financiamiento que están en el Primer Mundo, ni comprender que en el modelo de la dependencia va a haber gran cantidad de gente que quede afuera, que la pobreza y la injusticia son un caldo de cultivo para que se corran los límites de lo que se puede hacer y de lo que no. En estas condiciones es muy difícil para una comunidad leer esto, entonces, la sorprenden los hechos de violencia que provienen del conurbano. Y esto no significa minimizar la muerte de nadie, los hechos de inseguridad son terribles. Pero dentro de los propios barrios pobres hay muchísimo índice se inseguridad, inclusive más que en los barrios de clase media y alta. Por eso hay que dar una batalla cultural. Evidentemente, explicar que tiene que haber muchísimas familias que nos ocupemos de los pibes es muy difícil cuando la sensación de inseguridad también ganó a las familias de los barrios más humildes. Con lo cual, falta un largo recorrido de organización popular. A los pibes no los salvan las cuatro paredes, no los salvan más institutos de menores. Eso lo dice muy bien (Anton) Makarenko (pedagogo ucraniano que tras el triunfo de la revolución rusa fundó las casas cooperativas para huérfanos de la guerra civil), que es un autor que para nosotros, quienes vivimos con pibes, es una referencia enorme. En su libro Poema pedagógico dice que en el mismo momento en que yo convivo con el pibe y duermo con el pibe, estoy mostrando que no le tengo miedo y que estoy dispuesto a todo por él, y es en ese momento en el que el pibe se abre a un cambio.

Las alternativas a los institutos, como los hogares sustitutos, están contempladas dentro de la ley y, sin embargo, no son tenidas en cuenta por el Estado en la mayoría de los casos. ¿Por qué?

–En realidad se supone que el juez tendría que pensar primero en otras opciones, que las respuestas provengan del barrio, del propio entorno del pibe, como vecinos, tíos, amigos, maestros. Como venimos de una larguísima tradición de patronato, en lo primero que se piensa es en institutos. Pero hubo y hay jueces, como Gloria Gardella de La Plata, que piensan en opciones distintas a los institutos de menores. En el caso de la provincia de Buenos Aires estoy segura de que el 80 por ciento de los chicos que están en institutos podría estar con medidas alternativas. Quizás haya casos donde la situación del pibe reclame límites más precisos, por situación de drogadependencia o por delitos graves. Pero hay muchísimos casos asistenciales o penales leves en los que medidas alternativas como centros juveniles y núcleos convivenciales pequeños daría la solución a los casos de internación.

Usted suele hacer hincapié en que trabaja con las familias de origen de los chicos.

–Donde vivo (en City Bell) es un entorno de barrio popular. No es que para ser salvados los chicos pasan a vivir en una casa de clase media, sino que pasan a vivir en un entorno donde generar un nuevo acuerdo de convivencia. En ese acuerdo participan la vieja, el viejo, la abuela, el que esté en ese momento en condiciones de trabajar. Esas mamás, esas mujeres, esos entornos familiares de los pibes tienen entrada y salida en mi casa como los mismos pibes, forman parte de esa familia ampliada que empezamos a hacer. Las mamás de los chicos que viven en mi casa son mis comadres, mis amigas y acompañan también todos los dolores.

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Claudia Bernazza
Imagen: Constanza Niscovolos
 
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