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Viernes, 20 de diciembre de 2002

POLíTICA

las que siguen

Hace un año comenzaron a armarse las asambleas barriales con un fervor pocas veces visto. Después, lentamente, por un lado muchas de ellas fueron quedándose con menos gente, y por el otro los medios dejaron de registrar sus actividades. Pero siguen. Y el motor que las hace funcionar son en muchos casos sus mujeres. He aquí algunas de esas historias.

 Por Irina Hauser

Algunas salieron por primera vez del cascarón de sus casas. Otras pudieron transformar su desencanto con viejas experiencias políticas. Muchas comenzaron a sentirse dueñas de un pensamiento propio al que nunca se habían asomado. Prefieren hacer, poner el cuerpo, más que decir. Y si apelan a los saberes propios del género –cocinar, atender a los niños, limpiar–, es para desafiarlos a través de nuevas formas de relacionarse y plantarse ante la vida. Aunque quizá no sean conscientes de todo esto, entre ellas reina el sentimiento de haberse convertido en motores de un cambio. Son mujeres que desde hace un año están en estado de asamblea en sus barrios. Fueron durante todo este tiempo, además, un engranaje clave en remontar este nuevo movimiento social en los momentos en que parecía desvanecerse.
La mayoría de las asambleas barriales nacieron espontáneamente después de los cacerolazos de diciembre del año pasado, como algo casi inevitable, que estaba ahí y tenía que germinar sí o sí. Al principio eran multitudinarias y se las veía por todas partes, con gran ayuda de las cámaras. Cuando el fervor comenzó a aplacarse y el ojo de la televisión se retiró, muchos las dieron por muertas. Pero no es así: aunque tiene menos integrantes, se consolidaron. Defienden el funcionamiento horizontal, la democracia directa, todavía esperan “que se vayan todos” y hoy por hoy admiten que para eso les depara un trabajo de hormiga. Tuvieron, entre sus momentos más críticos, que resolver sus formas de convivencia con los partidos políticos que se sumaron a ellas. Los debates interminables y los tironeos por formas de militancia a simple vista difíciles de compatibilizar, espantaron gente. Pero el reacomodamiento de muchas asambleas en sus barrios –a veces ocupando espacios físicos abandonados para uso comunitario– con propuestas para los vecinos y acciones destinadas a defender los derechos más básicos de todo el mundo, les devolvieron confianza.
Para las mujeres asambleístas, que son muchas, esta nueva forma de participación parece traer grandes cambios tanto en su vida pública como privada. “Como hipótesis, diría que en las asambleas hay un ejercicio de construcción del poder bastante igualitario entre varones y mujeres. Se han adoptado mecanismos de democratización en la toma de decisiones. Pensar la política como democracia directa genera condiciones igualitarias”, arriesga la socióloga María Alicia Gutiérrez, coordinadora del grupo de género en Clacso. “Yo no digo que necesariamente haya una conciencia de género, pero sí se ha visto cómo temas vinculados con las mujeres, aunque no son sólo de mujeres, han sido incluidos como cuestiones a tratar por la asamblea, como el tema de la despenalización del aborto, y también otras cuestiones ligadas a la salud, la educación, la sexualidad”, agrega.
En el corazón de las asambleas aparecen tendencias conservadoras como, por ejemplo, que las mujeres atiendan los comedores, a los chicos, los temas de salud en todos sus órdenes. “Sin embargo –acota la antropólogasocial Herminia Denot–, allí es donde puede empezar a instalarse, por el mundo de funcionamiento de las asambleas, una mirada de género que cuestiona al sistema.” Denot, que investiga el protagonismo de las mujeres en la resistencia y participa de la asamblea de Altos de Palermo, maneja la hipótesis de que “la resistencia implicaría una nueva relación entre los géneros”. Cree también que las asambleas tienen, en su esencia, una fuerte impronta femenina. “De por sí muchos de los movimientos sociales actuales como éste toman métodos históricos del movimiento de mujeres como la horizontalidad y la democracia participativa”, argumenta. “Por algo, también, cuando se empezaron a pinchar las asambleas, las mujeres tuvieron el rol de sostener. En todas las acciones es muy fuerte su protagonismo”, concluye.
Con optimismo, la psicoanalista feminista Martha Rosemberg dice tener la impresión de que “en las asambleas se estaría constatando un camino construido por las mujeres en las últimas décadas. La paridad de género parece concretarse”. “Allí –sostiene– se plasma la experiencia de compartir un espacio mixto y de integrar en él las problemáticas más específicas de las mujeres.”

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