Viernes, 6 de febrero de 2009 | Hoy
CRóNICAS
Por Juana Menna
Cuando una lee en el diario que la crisis económica podría dejar 50 millones de desocupados en todo el mundo, cierra los ojos por un rato e intenta imaginar ya no 50 millones de rostros sino por lo menos 50 millones de puntitos, como cuadros pop de Roy Lichtenstein vistos de cerca. Una se marea realmente y piensa que éste no es un buen modo de empezar el día. Entonces vuelve al café de la mañana, al diario abierto en la parte de los clasificados, a la pantalla de la compu puesta en el Google donde dice “búsqueda+empleo”. Es que una se ha convertido en flamante empleada administrativa despedida de Gran Banco, que ahora no debe preocuparse por mandar el tailleur a planchar a la tintorería. Cómo odia Julia los tailleurs, los taquitos, los horarios fijos, los subgerentes que en reuniones de personal le sugieren que deje de teñirse el pelo de rubio e invierta en unas buenas tetas. Cómo odia sentir nostalgias de un trabajo horrible que parecía seguro.
Es difícil saber si las cuentas de Gran Banco dan cuenta de la crisis tan anunciada, lo cierto es que se escuda en un asunto que es de conocimiento público para despedir gente. No el personal jerárquico sino el administrativo. ¿Y quiénes ocupan la mayoría de ese tipo de puesto? Las mujeres. Julia se sorprende por no haberlo visto venir. Y mira con nuevos ojos lo que pasó en diciembre, cuando Gran Banco suspendió su fiesta de fin de año y sólo se hizo un brindis donde el subgerente puso cara de circunstancias mientras decía “Esperemos que la cosa no pase a mayores”.
Pero siempre fue así, después de todo. Ella está acostumbrada a saltar de trabajo en trabajo. Empezó a los 18 como moza, cuando se mudó a Buenos Aires para estudiar cine; o sea, hace diez años. Se acostumbró a trabajar en negro y a litigar contra sus empleadores el día que le decían adiós. Lo peor fue un call center donde tenía que hablar en inglés seis horas por día y hacerse pasar por una chica de Oregon que recibía reclamos de clientes de Estados Unidos disconformes con sus líneas de celular. La empresa tenía domicilio legal allí pero operaba en India y Argentina porque era más barato. Cuando Julia finalmente entró en el Gran Banco y después de unos meses pasó a planta, se quedó tranquila y se mudó sola a un ph en Almagro.
Hace unos días recibió el telegrama de despido. Faltaban tres semanas para sus vacaciones. Julia calcula que el dinero que le adeudan alcanza para un mes, no mucho más. Mientras tanto marca avisos, arma una versión actualizada de su curriculum y escribe “Me quedé sin empleo” en la apertura de su Facebook. Así suma un granito Lichtenstein a un mundo que las mujeres ayudan a mover con su trabajo. Hasta que aparecen esos 50 millones de no sé qué y parecen aplastarte.
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