Viernes, 6 de febrero de 2009 | Hoy
ENTREVISTA. Desde hace 30 años, Jutta Ohlsson combina intuición, precisión de ingeniería y habilidad para las relaciones públicas en una tarea poco habitual: la selección y orientación de cantantes, instrumentistas y bailarines en la oficina de Certámenes Nacionales e Internacionales del Teatro Colón. Aunque desde enero, como sus compañeros, tiene impedida la entrada al teatro, sigue adelante con sus tareas desde otros espacios.
Por Soledad Vallejos
Nació hace 80 años en Westfalia, “que es la parte del Rin donde vive la gente alegre y de cabeza dura”, pero pasó en la Argentina más de la mitad de su vida, el tiempo suficiente como para haber dejado de lado la pasión por “el campo y cría de caballos” al cabo de unos años, “y todo por culpa del Teatro Colón”. Y es que en la vida de Jutta Overweg Ohlsson (“nunca me escriben bien el nombre, te imaginás”) hay un antes y un después, un principio en el que la pasión era rural (“vine de una familia dedicada a la agricultura, y me fascinó la vida de campo argentina”), un encuentro íntimo con la música tan fuerte que generó un cambio, y un ingreso en el mundo de la lírica local, no como artista sino como gestora y nexo de una cadena poco habitual en Latinoamérica: la participación de cantantes, instrumentistas y bailarinas y bailarines en certámenes nacionales e internacionales. Ese es precisamente el nombre que, desde hace más de 30 años, lleva la oficina del teatro que no puede pisar desde el inicio de enero.
–De un día para el otro no pude entrar más y quedaron todas mis cosas adentro. Me dijeron que tal vez en estos días me den permiso para entrar y sacar mis cosas, pero por ahora lo único que pude salvar era esto –dice sacudiendo apenas una carpeta con recortes, dos libros, una revista–, que era lo que tenía en casa. Por los trabajos, por la obra, de repente dijeron que no entra más nadie. Ya habían mandado a muchos empleados de administración y talleres afuera... estamos todos distribuidos en distintos lugares que nos fueron cediendo, como esta oficina en la que tan amablemente me permiten estar ahora. Hace unos días alguien salió a justificar que no dejaran pasar al staff del teatro porque, dijeron, no se puede trabajar sobre el edificio con 1500 personas adentro, que dicen que es la cantidad de empleados del teatro. No sólo no estamos todos dentro todo el tiempo, sino que tampoco eso cierto ese número, somos menos, alrededor de 1200, pero de todas maneras pareciera que nadie piensa quiénes son esos 1200: hay una orquesta estable, una orquesta filarmónica, una orquesta académica, un coro completo, un ballet completo, un teatro de cámara, un centro de experimentación. Son siete cuerpos artísticos completos. Ahí llegás fácilmente a 600 personas. Y después vienen los talleres dentro del teatro, la dirección administrativa... Y todavía estamos sin programación, aunque digan que se va a anunciar, que se va a decir una temporada... Dicen esto y aquello, pero mientras tanto no hay nada programado, nada anunciado oficialmente. No podemos reunirnos en el teatro ni en la entrada de carruajes. Hay ahí un equipo de seguridad, el portón está herméticamente cerrado, y si quieres hablar tienes que hacerlo a través de las rejas, ni te dejan pasar a la mesa de entradas. Es terrible y es muy deprimente. Pero nosotros igual nos reunimos en la calle. La última reunión fue en Cerrito y Tucumán, en la esquina, delante de una especie de muro de Berlín que hay adelante del edificio.
Para Jutta eso significa, entre otras cosas, no contar con el espacio en el que recibía, por ejemplo, a las y los cantantes, “mis cantantes”, y sentenciaba, tras escuchar algunas interpretaciones, un futuro posible. “Siempre les digo a los chicos: yo les puedo decir que cantan bien o cantan mal, les puedo decir bueno, esto es para vos o no es para vos. Hasta ahí sí. Pero los detalles que sabe un maestro de música eso no les puedo enseñar, ni técnica vocal. Puedo decir ‘mirá, no cantes esto porque no es para vos’, pero no todo lo demás, porque yo no soy profesora de canto ni nada de nada. Mi formación es exclusivamente por ser melómana”.
De todas maneras, decir eso a alguien es mucha responsabilidad.
–Sí, ellos vienen bien preparados pero sí. ¿Cómo te puedo decir? A veces es mucho porque los chicos que no están muy acostumbrados a audicionar, es difícil. Siempre hay mucho temblor...
Y mientras habla rebusca entre los papeles de la carpeta y comienzan a asomar fotos, anotaciones, fotocopias: “Ese es otro de mis cantantes, que ganó. Acá está con Villazón y Barenboim en Berlín. Esta es la última ganadora en Alemania, tiene 19 años...”, una foto de la propia Jutta al recibir el Premio Mecenas en 1985 (un galardón que recibió junto con el coleccionista Jorge Helft, entre otros), un recuerdo de las fechas que organizó para que Ariel Ramírez tocara la Misa Criolla, datos de concursos por venir para los que la convocatoria se complica, porque “en la oficina mía del teatro quedó hasta el teléfono conectado y no puedo escuchar los mensajes”.
No oculta el alivio cuando explica que, afortunadamente, que exista el correo electrónico descomprime un poco la situación de no contar, todavía, con oficina, de no poder pisar su lugar en el subsuelo del Colón. Chicas y chicos con talento y entrenamiento, pero sin contactos ni recursos económicos para dar los primeros pasos profesionalmente en el mundo del canto, la música o el ballet, dice, le escriben, y allí vuelve a comenzar la magia. Jutta enlaza concursos, talentos y sponsors para que todo funcione. Le brillan los ojos cuando ve unos correos que ha impreso y lee los datos:
–Acá están los chicos... nadie escuchó jamás este nombre –y pronuncia el de una chica–, por ahí es una gran soprano y me gana el concurso. ¡No sabés! En una de esas sale un talento nuevo, es lo que a mí me fascina de descubrirlos. Acá hay otro: estimada señora Ohlsson... para participar del concurso... ¿quién es esta chica? Tal vez otra gran soprano, el nuevo futuro... acá hay otro... atentamente –y aquí un nombre de muchacho– ... ¿quién es? Tal vez un nuevo tenor.
¿Se llevó muchas sorpresas?
–Claro. El tucumano Franco Fagioli fue una sorpresa mía y de Alemania: siendo contratenor, y muy bueno, ganó el concurso. Ahora está haciendo carrera internacional. Lo mismo María Virginia Savastano, la más caprichosa de todos los que tuve, ¡me sacó canas verdes! Fue en 2005: ella una soprano de 20 años, es así –y pone la mano a no mucha altura del piso–. Viajamos siete a Alemania. Ella ganó. Me acuerdo de que a la mañana, en el ensayo general, entró con un vestido con un tajo hasta acá. Yo dije ‘¡Por dios, va a perder por el vestido!’
¿Puede pasar?
–¡Sí! Todo importa. La representación es importantísima, la personalidad. Claro que personalidad no le faltaba, entró como diciendo acá estoy yo, y era la nena argentina de un pueblito... Cantó una Musetta de novela. Veía que pasaban los premios y no la nombraban. Séptimo, sexto, quinto... nada... segundo... ahí he dicho: “Lo gané con la petisa”. La llamaron y entró, ganó por unanimidad. Lloró que nadie podía frenarla. Y entonces se fue del escenario y me dijo un amigo “frenale un poco las lágrimas porque hay mucha prensa”. La llevamos al camarín, secamos las lágrimas, la pusimos al día, habló por teléfono a los papás, que preguntaron “¿cómo estás?”, y ella dijo “¡gané, gané, gané!”, y lloraba. Ahora está trabajando en París.
25 fueron los directores generales del teatro que vio pasar en sus 30 años de permanencia en el Colón. A lo largo de todo ese tiempo, dice, aprendió a reconocer otras caras tan habituales como la suya propia. Y es que “el teatro tiene un material humano muy importante. Siempre veo las mismas caras y los mismos grandes talentos en su trabajo. Hasta te diría que muchos trabajos que hay que hacer del teatro en carpintería, pintura, mantenimiento los puede hacer la misma gente del trabajo, que saben. Pero si nadie los llama y si nadie les dice nada, están ahí... Mucho pueden hacer. Te digo nomás que en este momento en sastrería creo que quedaron, mínimo, 20 mil vestuarios en el teatro”.
Cuando pisó la Argentina no hablaba español, “nada”, pero lo solucionó yendo a una academia, “porque como soy muy musical, me entra también el idioma. De la misma manera que recuerdo y asimilo cualquier melodía, recuerdo y asimilo el idioma”. Tal vez por eso el recuerdo más fresco que tiene del Colón sea un sonido: un martillo rompiendo una pared.
–Yo veo y lo siento en mi alma, mi alma que está con el Teatro Colón, que falta amor al teatro, falta amar el teatro, falta amar a la música clásica, al ballet clásico, al canto clásico. Falta amor para todo lo que hay en el teatro... El domingo escuché por casualidad una voz en la radio. “¿Quién es, Jutta, la conocés, la conocés?” –dice que se dijo, y de repente se hizo la luz–... ¡Delia Rigal, la gran soprano argentina, una de las más famosas, que hizo una carrera internacional importantísima! Y con Delia hicimos acá muchas clases magistrales, Delia y yo, siempre las dos viejitas ahí... con muchísimos alumnos, hasta hicimos un gran concierto final de curso con el teatro completo, dirigió Calderón. Y entonces estaba Delia hablando por teléfono en la radio, y yo traté de engancharme, pero no pude, y entonces Boris, el conductor, le dijo “¿Sabés quién te llama? Jutta Ohlsson”, “¡Jutta! Que siempre se ocupa de los cantantes argentinos, que Dios te bendiga”, dijo ella. Así que con la bendición de Delia voy a seguir. Tiene 88 años Delia, yo 80, puedo seguir. ¤
En estos momentos, la Oficina de Certámenes Nacionales e Internacionales del Teatro Colón se encuentra en Maipú 535, 6to piso, 5235-2222. Están en preparación las audiciones para la “Competizione del Opera”, de Dresden, y la de piano “Anton G. Rubistein”, ambas el 26 y el 27 de marzo. Días después (el 31 de marzo) cierra la inscripción para la competición internacional “Neue Stimmen”, cuyas audiciones se realizarán en agosto.
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