Viernes, 7 de agosto de 2009 | Hoy
TEATRO
Un unipersonal que potencia los escritos de Rachel Corrie, una joven que murió a los 23 años aplastada por una topadora israelí mientras defendía viviendas palestinas en la Franja de Gaza con su propio cuerpo.
Por Sonia Jaroslasky
Una voz que repercute desde el lateral de la escena, sorprende por su crudeza al referirse a que esta obra no va a tener ni una lógica ni un suspenso creciente ni un final impactante, “... mejor volvete a la play station. Dejá los detalles insignificantes a los poetas y a los fotógrafos”, se escucha. En la escena se manifiestan sombras que se proyectan en paneles de tela: siluetas de animales, seres de fábulas míticas que remiten a otro tiempo, espacio y lugar. La misma voz cortante, desafiante, se presenta aun cuando no se vislumbra qué cuerpo es el sostén de esas palabras. El nombre de esa voz es Rachel Corrie.
Rachel Corrie, la persona, no el personaje, nació en el ’79 en Olympia, Estados Unidos y era de una familia de clase media. Cuando era niña le hicieron la tradicional pregunta: ¿Qué querés ser cuando seas grande? Ella hacía listas, fantaseaba con ser desde poeta bohemia hasta primera presidenta de los Estados Unidos, mientras que sus compañeros escribían doctor o astronauta. En su adolescencia comenzó a hacerse preguntas. Esas preguntas poco a poco la llevaron a trabajar en causas concretas: actividades en contra de la guerra y a favor de la justicia global. Pero el salmón la llevó a pensar en un cambio de vida. Sí, el salmón que se encuentra en la bahía de su ciudad natal cercana al Pacífico. En la escollera de la bahía, hay un agujero por donde todos los años el salmón se mete e intenta volver a su origen. Para Rachel era difícil sobrellevar la idea de posar sus pies encima de esos salmones, no podía olvidarse. “Es difícil no pensar con el salmón en tu cabeza tratando de encontrar la luz ahí abajo.”
Rachel Corrie quiso hacer justicia. Perteneció a la Internacional Solidarity Movement, organización de voluntarios internacionales que se oponían pacíficamente a la destrucción de viviendas civiles en el territorio palestino. Murió a los 23 años atropellada por una topadora del ejército de Israel defendiendo sin uso de violencia un hogar palestino. Y este texto y el acontecimiento que la llevó a su muerte siguen hoy cuestionados. Rachel abre preguntas en sus escritos. Se pregunta acerca del terror que sienten los norteamericanos no judíos al hablar sobre la audodeterminación del pueblo palestino por miedo a sonar antisemitas. Se pregunta acerca de “¿a qué interés sirve identificar la política israelí con todas las personas judías?”. Se preocupa cuando le escribe a su madre, utilizando esas palabras que no son convenientes ante los periodistas, tales como “terrorismo” u “ojo por ojo”, porque podría perpetuar el conflicto. Se pregunta si los niños palestinos alguna vez podrán perdonar al mundo por pasar tantos años resistiendo el constante intento de querer borrarlos del mapa.
La actriz Constanza Peterlini interpreta con solvencia y entrega a Rachel Corrie. Es sostén de la diatriba que contiene esta pieza. Diatriba en el mejor sentido de su palabra: el de un diálogo con un interlocutor ficticio, sencillo, pedagógico y eficaz. La puesta ideada por Agustín Rafael Martínez pone el acento en la complejidad y denuncia de este texto no teatral basado en escritos y cartas a sus padres de Rachel Corrie, editados por Alan Rickman y Katharine Viner.
¿Cómo acercar ese mundo palestino a algún imaginario perceptible para el espectador? La respuesta a esta pregunta es la clave y sustento de este espectáculo concebido por su director con una potencia poética en sus imágenes maravillosamente desplegadas. Sombras, música en vivo, escultura edilicia en miniatura y video son las herramientas que se convierten en máquinas poéticas en el transcurrir de esta historia. El trabajo en vivo que realiza Emanuel Brusa (música) y Malena Bystrowicz (sombras y videos) no sólo es destacable en su particularidad sino que ofrece la distensión necesaria para sobrellevar ese monólogo crudo y terrible que sostiene lo vivido por Rachel en la Franja de Gaza. La metáfora se vuelve aún más potente que la denuncia.
El espectáculo abre preguntas y Rachel Corrie, figura emblemática de tantas muertes, nos deja pensando. “Espero ver más y más personas dispuestas oponerse a la dirección en que el mundo se mueve: una dirección donde nuestras experiencias personales son irrelevantes, donde somos defectuosos, donde nuestras comunidades no son importantes, donde no tenemos poder, donde el futuro está determinado, y donde el más alto nivel de humanidad se expresa a través de lo que elegimos comprar en el shopping.”
Mi nombre es Rachel Corrie. Viernes a las 22. Teatro Payró. San Martín 766.
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