Viernes, 21 de agosto de 2009 | Hoy
INTERNACIONALES
Pocos días después de que se aprobara una ley que permite a los hombres dejar sin comer a la esposa que se niegue a tener sexo, Afganistán enfrenta las segundas elecciones nacionales desde que la guerra desatada en 2001 se valió de los derechos sojuzgados de las mujeres para justificarse. Poco parece haber cambiado desde entonces, aun cuando entre los 41 candidatos a presidente esta vez haya dos mujeres.
Las imágenes eran de esas que ponen la piel de gallina. Mujeres tapadas de pies a cabeza con un par de ojos visibles sólo a través de una red. Pieles quemadas con ácido. Historias del más absoluto control y terror.
El año era 2001 y el país, Afganistán. Azotado por conflictos internos y el gobierno talibán, el país asiático copó las tapas de los diarios y las pantallas de TV por los abusos que allí se estaban cometiendo, particularmente contra las mujeres. Luego llegó el 11 de septiembre, la invasión internacional y todo lo demás.
A casi una década de aquellos tiempos, esta semana se llevaron a cabo las segundas elecciones presidenciales desde la caída de los talibanes en Afganistán.
41 candidatos; dos de ellos, mujeres. Amenazas. Atentados de bomba. 20 muertos en los últimos días. Una campaña política en una zona que todavía es de guerra.
Aunque el resultado de la elección todavía era incierto al cierre de esta edición, hay una pregunta que empapeló las agendas políticas y de los medios de comunicación de Occidente: a ocho años del fin de los talibán, ¿qué pasó con las mujeres afganas?
Según datos de Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales, entre el 80 y 90 por ciento de mujeres afganas no recibe tratamiento adecuado durante el parto y una de cada ocho muere al dar a luz. El 80 por ciento de mujeres son víctimas de violencia doméstica y el 57 por ciento se casan de manera forzada cuando tienen menos de 16 años. Además, el casi 80 por ciento de las mujeres en Afganistán no pueden leer ni escribir y sólo el 5 por ciento va a la secundaria.
En Afganistán, la mayor parte de los abusadores nunca es castigado y las víctimas rara vez reciben justicia o apenas acceso al sistema judicial.
La situación en Afganistán es tan grave que el país es considerado por Naciones Unidas uno de los peores del mundo para las mujeres y las niñas.
“Muchos de los abusos tienen lugar porque los círculos religiosos y los sistemas de justicia tradicional e informal han fallado en proteger los derechos de las mujeres”, señaló Navj Pillay, Alta comisionada por los Derechos Humanos de Naciones Unidas.
Sin embargo, según Horia Mosadiq, activista de derechos humanos y periodista afgana, el vaso está entre medio lleno y medio vacío: “Ha habido algunos cambios positivos en la ley y en la práctica. Es muy difícil comparar la situación pre y post talibán y la realidad es que los cambios positivos han tenido lugar en las grandes ciudades. En las áreas rurales las mujeres continúan sufriendo altos índices de violencia doméstica, amenazas y falta de acceso a la educación y justicia. En áreas rurales, donde los grupos talibán todavía tienen influencia y control, las mujeres siguen sufriendo restricciones. Muchas no tienen permitido caminar solas, ir a trabajar, ir a la escuela y los ataques de ácido continúan”, dijo la periodista en diálogo con Las 12 en Londres.
Hace poco más de una semana, en una movida que causó una tormenta internacional de críticas, el país aprobó una ley que, entre varias otras cosas, permitiría a los hombres chiítas –una confesión islámica que representa alrededor del 20 por ciento de la población– negar comida a las esposas que se nieguen a tener sexo. Según las autoridades, el objetivo de la legislación es regular las obligaciones de los hombres y las mujeres chiítas.
En un gesto casi insólito, cientos de mujeres salieron a las calles de la capital afgana en protesta de la ley porque violaba sus derechos más básicos –incluyendo la propia Constitución Nacional, aprobada en 2004–, que en su Artículo 22 dice que “Los ciudadanos de Afganistán, hombres o mujeres, tienen iguales derechos y deberes ante la ley”.
Muchos de los críticos argumentaron que el actual presidente –y candidato, Hamid Karzai– impulsó la ley para ganar los votos de la población chiíta. Pero la irrupción de las mujeres afganas a las calles de Kabul y las protestas unánimes de altos líderes y organizaciones internacionales no tuvieron todo el efecto deseado y la ley fue aprobada el 16 de agosto pasado. Según la legislación, las mujeres también deberán pedir el permiso de su esposo si quieren trabajar y los padres y abuelos tendrán la custodia exclusiva de los hijos.
La campaña electoral en Afganistán tuvo lugar detrás de un telón de violencia y amenazas contra los candidatos y otras figuras de alto perfil público. De los 41 postulantes al sillón presidencial, apenas dos fueron mujeres, Frozan Fana y Sahla Atta, y el sólo hecho de poner sus nombres en la lista causó revuelo en un país donde algunos creen que las mujeres deberían caminar varios pasos detrás de sus colegas. Sectores políticos conservadores hasta pidieron que no se permitiera a las mujeres candidatas mostrar sus caras en los posters de campaña. Lo cierto es que ninguno de los candidatos favoritos a la presidencia propuso cambios radicales para la mejora de la situación de la mitad de la población del país.
“Lo que se necesita en Afganistán es un gran cambio de mentalidad y eso va a llevar tiempo”, afirmó Horia. “Hasta hace sólo algunos pocos años, hasta teníamos que discutir con gente educada, que conoce de derechos humanos, sobre la importancia de los derechos de las mujeres. Hoy hemos superado esa barrera pero hay otras que superar, incluyendo la mentalidad machista de la sociedad y la falta de educación para las mujeres.”
“Creo que los cambios son posibles, que la situación de las mujeres en mi país puede mejorar, pero se necesita tiempo, voluntad y trabajo”, dijo la activista afgana. Mientras el mundo entero debate sobre el futuro de Afganistán y el país sufre algunas de sus más terribles olas de violencia de la ultima década, las mujeres afganas continúan luchando porque la foto que recorra el mundo ya no sea la de una figura cubierta por una tela.
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