Viernes, 21 de agosto de 2009 | Hoy
La semana que viene se estrena la versión de Javier Daulte del clásico del imaginario infantil Caperucita, que visita las zonas más silenciadas del cuento: la crueldad, el abuso, la relación entre las mujeres protagonistas y el rol de los hombres cristalizado entre el objeto de deseo y la amenaza. Una oportunidad para recorrer los devenires de este relato que perdió su final en un tiempo lejano pero que ha sabido reconvertirse en múltiples representaciones.
Por Sonia Jaroslavsky
En una de las salas del Multiteatro, en la Avenida Corrientes, se prepara el ensayo de Caperucita (un espectáculo feroz). Productores, pruebas de sonido, armado de la escenografía en el escenario. Los actores van y vienen poniendo en su lugar objetos necesarios y preciados a la hora de comenzar a transitar una escena. La escenografía que se levanta (diseñada por Alicia Leloutre) es la de un departamento que será el marco material de la representación. “Only you can make this world seem right, Oooonly you...” se escucha en toda la sala. Javier Daulte, director y autor de esta versión, da el pie para comenzar a “pasar” una escena. “¡Mala hija! ¡Perra! ¡Yo te quería llevar a Disneylandia!”, grita Cora (la madre de Caperucita, en manos de Alejandra Flechner). Silvia (Caperucita, por Valeria Bertuccelli) le arranca una pistola de las manos mientras Víctor (el lobo según Héctor Díaz), se va sigiloso de la casa. Corte. La escena se transforma, ingresa una sala de hospital al escenario. Eloísa (la abuela, interpretada por Verónica Llinás) yace en la cama. Su nieta la visita compungida. Corte. El director sube al escenario y dice: “Trabajen con el otro, sean generosos. No se queden solos”. Se produce un intercambio de opiniones sobre los personajes, sobre la ubicación de la utilería y sobre las entradas y salidas. “Vamos de vuelta. No renuncien, recuperen, metan tinta. Ahora, relax. Vamos de nuevo”, acota mientras baja las escaleras y vuelve a la oscuridad de la platea.
Los ensayos generales preestreno de una obra tienen adrenalina, mezcla de alegría y tensión, son únicos e irrepetibles. El espectáculo se estrena el miércoles 26 y aporta una cuota de singularidad interesante para el teatro comercial puesto que los orígenes de la obra fueron las ganas de trabajar juntas de estas tres actrices y el llamado a un director que en su cabeza ya pergeñaba desde hace tiempo la idea de hacer una versión de Caperucita Roja.
En lo referido al cuento, en las librerías se pueden encontrar variadas adaptaciones para niños. Es común chocarse con la de los hermanos Grimm y hasta versiones de caperucitas donde el lobo se vuelve vegetariano (aunque no lo crean), pero la original, de Charles Perrault, es muy difícil de encontrar. Todas las adaptaciones aligeran los episodios más crueles del cuento francés original del siglo XVII. “En estos tiempos modernos –-Valeria Bertuccelli es la que habla– los padres cuentan a sus hijos estos relatos adaptados y justamente están modificados los episodios que en su versión original les sirven a los niños para transitar instancias que tienen que ver con el mismo crecimiento como persona. El otro día leí un libro que se llama La importancia de los cuentos de hadas que habla exactamente de esto. Caperucita atraviesa un bosque negro que es algo que atravesamos todos en algún momento de nuestra vida. Que a Caperucita la saquen del vientre de su abuela como en la versión de los hermanos Grimm, es como volver a renacer”, completa la actriz en un camarín, sentada junto a Javier Daulte, minutos después del ensayo.
Javier Daulte: –Ese es el gran misterio. Pareciera que Caperucita está en el ADN de cualquier persona. A cualquier chico o adulto le preguntás sobre Caperucita Roja y sabe lo que es. Mi hijo sabe la historia y yo no se la leí nunca. Es más, no sé si existe el cuento en mi casa dentro de algún libro. La barrera Oriente/Occidente no existe para este relato, está en todas las latitudes. Es algo muy impactante y creo que por esta razón forma parte del patrimonio cultural de la humanidad.
Valeria Bertuccelli: –Es verdad, a mí me sucede esto mismo. No recuerdo quién me contó Caperucita pero tengo miles de imágenes del lobo, de la abuela, de cofias, de sangre, de caperuzas y de bosques. Es un cuento que está en el inconsciente de todos.
J. D.: –Yo tenía mucha admiración y respeto por Verónica Llinás y Alejandra Flechner desde la época de su grupo Gambas al Ajillo y con Valeria, si bien no la conocía personalmente, me encantaba como actriz. Con Héctor Díaz habíamos trabajado juntos en ¿Estás ahí?, obra de mi autoría. Me sentía en algún sentido emparentado a una misma filosofía artística por más que hiciésemos cosas diferentes. Cuando me llegó la convocatoria de las chicas, mi acto reflejo fue recíproco a sus ganas.
J. D.: –Hablo de una manera de entender la creación de proyectos en los cuales todo el elenco se sienta completamente dueño. Obras donde hay una propuesta y se indaga en una poética x, una zona donde el intérprete no solamente ejecuta una partitura sino que también es parte del proceso creativo.
V. B.: –Hace siete años que yo no piso un teatro. Pero justamente necesitaba un proyecto que se haga como dice Javier, con esta filosofía artística. Es la única manera de que el teatro me cautive de nuevo, sostener su rutina y dejar por un instante el cine que tanto me gusta.
J. D.: –Exactamente, porque yo nunca, por suerte o por desgracia, dejé de trabajar desde esta concepción. Conservo esta forma de trabajar no importa el ámbito donde sea el proyecto.
V. B.: –La propuesta es crear un universo a partir de muchísimas cosas pero contando siempre con la complicidad de un equipo de trabajo.
J. D.: –Hubo dos elementos que me parecieron materia interesante para abordar: la idea del monstruo y la incapacidad de una madre de ver a su propia madre morir. El monstruo es un elemento que aparece de manera constante en la literatura dramática y en general, es un elemento fabuloso y tiene un correlato evidente con la realidad. La idea de la madre que manda a su propia hija a ver a su abuela sabiendo que hay un peligro me llevó a una interpretación arbitraria, porque el cuento no lo menciona, pero se deduce y nadie lo cuestiona.
V. B.: –Si la que está enferma es la madre de esta mujer, ésta no puede digerir la proximidad de su muerte de ningún modo y por esta razón prefiere someter a su propia hija a un peligro antes que ver a su madre morir.
J. D.: –Claro, por esta misma razón que dice Valeria, inventé un axioma: para una mujer, la muerte de su madre es algo intramitable.
J. D.: –Es como diría el psicoanalista Winicott: la madre suficientemente mala. Una madre suficientemente buena es mucho más peligrosa porque nunca va a haber algo mejor. No está nada mal que una madre se presente como lejos de un ideal. Por supuesto que podría no ser tan cruel.
V. B.: –Se nota que se recibió de psicólogo (risas). Hablando en serio, creo que justamente por esta razón estuvimos en los ensayos intentando ver desde qué lugar podía quererla. Trabajamos mucho esta relación y aunque me dé un poco de pudor decirlo, éste es un trabajo que realmente me movilizó y me hizo pensar mucho en mi relación con mi madre y en la abuela que no tengo.
J. D.: –Las madres siempre tienen una función en la tradición teatral y también ocuparon un lugar terrorífico y amenazante. La contradicción entre la madre amorosa con su hijo y la mujer, es algo que estuvo presente siempre. En este sentido no sé que le pesa más a Hamlet: que le hayan matado al padre o que la madre tenga relaciones con Claudio y ejerza su derecho a ser mujer. Incluso Medea, que sería el caso extremo: reniega de la maternidad hasta el punto de matar a sus hijos buscando su lugar de mujer; evidentemente, no puede soportar la superposición de esos dos roles. En esta versión, la madre de Caperucita tampoco lo tiene muy claro.
J. D.: –La leyenda es de abuso absoluto. Perrault lo que hace es poner el hecho de que el lobo se come a Caperucita para poder hablar de la violación, nada más ni nada menos. En la obra hablamos mucho del abuso aunque nadie toque a esta chica, pero se trabaja la idea del abuso emocional y afectivo, que también es abuso. Lo que hice es una combinación de las dos versiones: la de Perrault y la de los hermanos Grimm, con un futuro posible para Silvia, aunque esto quede abierto para el espectador.
J. D.: –Está por salir a la cultura y ése es otro gran parto. Hay tanta sangre y dolor como en el parto de llegar a la vida y eso es absolutamente violento y traumático. No puede no serlo.
V. B.: –El nacimiento a la cultura es el hecho de poder hacer tus proyectos fuera del núcleo de origen. Como todos en la vida, ella tiene que dar ese paso a la adultez pero aún no sabe bien qué camino tiene que atravesar para lograr esto.
J. D.: –Sí, es una idea que yo tengo que acá se vuelve paradójica. Es mi idea en el teatro, de volver fácil lo difícil y darse cuenta de que aquello que se resiste a la voluntad de uno tal vez nos indica el mejor camino frente a ese obstáculo.
J. D.: –Volver a los personajes de algún modo posibles. En la obra hay muchísimas referencias a marcas que tienen que ver con vivir más cercana la historia. Es una clase media arañando para no caerse, una clase media muy deteriorada. Alguna vez con un sueldo una casa se mantenía, ahora eso no es posible. El bienestar promedio de la clase media era suficiente para pagar un alquiler, poder estudiar y tener incluso un auto modesto. Hoy esta misma clase tiene que hacer una feria americana para poder pagar la cuenta de la luz.
V. B.: –Creo también que la vuelve muy contemporánea la forma de hablar de estos personajes. Hablan como en la vida cotidiana, cortado, entrecruzado. Me gustó descubrir el humor en esto. El hecho de hablar sobre la existencia, la mujer, las madres, las abuelas, los abusos, el amor y la muerte, la vuelven contemporáneamente clásica.
Perrault cierra el relato con una moraleja bien instructiva: “Vemos aquí que los adolescentes y más las jovencitas elegantes, bien hechas y bonitas, hacen mal en oír a ciertas gentes, y que no hay que extrañarse de la broma de que a tantas el lobo se las coma. Digo el lobo, porque estos animales no todos son iguales: los hay con un carácter excelente y humor afable, dulce y complaciente, que sin ruido, sin hiel ni irritación persiguen a las jóvenes Doncellas, llegando detrás de ellas a la casa y hasta la habitación. ¿Quién ignora que Lobos tan melosos son los más peligrosos?”. ¤
Caperucita (un espectáculo feroz). Estreno: miércoles 26 de agosto. Miércoles a viernes a las 21. Sábados a las 21 y 23. Domingos a las 20. Multiteatro. Av. Corrientes 1283.
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