Viernes, 21 de agosto de 2009 | Hoy
URBANIDADES
Por Marta Dillon
Hay despedidas que parecen imposibles, asumirlas es como advertir de pronto un agujero negro en la trama de esa red de contención que la mayoría de las personas necesitamos para vivir. Dora Coledesky era un nudo en esa red. Saber de su ausencia es parecido al miedo a saltar sin protección, sin esa seguridad que da caminar con otras y con otros convirtiendo a veces el riesgo en acrobacia, la poca o mucha audacia en baile para ser gozado. ¿Cómo imaginarse un nuevo Encuentro Nacional de Mujeres sin su presencia activa, militante, apasionada, guerrera? Dora era una activista en el más cabal sentido de ese término. Porque su figura pequeñita, su rodete de abuela de cuento, su energía inagotable, su capacidad para relacionarse con todas las generaciones sabía encender la llama feminista en el corazón de las mujeres. Sabía cómo activar el espíritu de lucha –sí, lucha, con lo devaluada que puede estar esa palabra por tanta repetición–, cómo convencer para que imagináramos siempre algo más, algo que escribir, algo que decir, algo que hacer. Con acuerdos o con desacuerdos, su presencia convocaba al compromiso. Será por eso que cuesta tanto despedirse. Será por eso que eternas cadenas de mails se cruzan recordando un evento, una chispa de su ingenio, una postal de su testarudez. Será por eso que como un acto reflejo ahora reviso mi propia casilla para recuperar su voz en los escritos que enviaba, incansable, defendiendo sobre todo el acceso al aborto legal como una meta indispensable para garantizar(nos) la plena autonomía sobre nuestros cuerpos de mujeres. El año pasado, cuando le dedicamos una tapa de este suplemento, ella contaba en entrevista con Moira Soto que su propia llama feminista se había encendido cuando a los 13 años supo de la historia de Mariquita Sánchez de Thompson. “Ella se animó a enfrentarse a sus padres, no aceptó el marido que le querían imponer, se casó con el hombre que amaba... Yo tenía 13 años, estaba en el Liceo y creo que ahí se me despertó el corazón feminista, tanto me impresionó la rebeldía de Mariquita, esa voluntad firme de decidir su destino”, decía entonces, antes de relatar su militancia en el Partido Obrero Trotskista, su paso por una fábrica como obrera ella misma, siguiendo el impulso de la proletarización que le hizo fantasear con escribir las historias de esas mujeres en fábricas tan grandes que ya no existen, mujeres que gracias al trabajo formal se encontraban con sus pares y podían poner en palabras desde sus miedos hasta sus placeres, y por supuesto, la clandestinidad del aborto, esa experiencia tan femenina y tan contradictoria. En el recorrido por esos mails que llevan su remitente, su ausencia repentina suena más increíble todavía: ahí está la señora de 81, la que enterró a su único hijo, la que sabía plantar pensamientos y jazmines en su jardín del conurbano, la que cocinaba locro para recibir a nietos, nieta, bisnieto y bisnieta, poniendo las cosas en su lugar, poniendo palabras donde había dudas, develando del otro lado de una computadora cómo el lenguaje que se impone, impone también sus trampas y sus encierros. Como cada vez que se habla de mortalidad materna en relación con las muertes de mujeres gestantes a causa del aborto. Es decir, mujeres que no querían quedar cristalizadas en la condición de madres y decidieron a pesar de todo. A ella, que no le gustaba usar la palabra “religión” ni siquiera como metáfora de su compromiso feminista, le habían crecido alas, dijo, cuando entendió de qué se trataba esta opción política e ideológica. Alas como las que supo coser con paciencia de abuela en las manos, las espaldas o los corazones de todas las que ahora empezamos a sentir su ausencia y a la vez nos enredamos en su voz guardada gracias al oficio de otras mujeres comprometidas con su lucha, como Liliana Daunes, que supo hacer un homenaje en su programa de radio que ya está guardado en la memoria. La partida de Dora Coledesky de este mundo deja un agujero en la trama que ahora tenemos la responsabilidad de cubrir extendiendo ese compromiso que ella supo alentar con todas las mujeres. Deja también la huella de un camino transitado con energía. Y por supuesto, sus palabras, las muchas palabras que el viento y la memoria se encargarán de agrupar cuando sea necesario para que podamos seguir inventando estrategias que permitan convertir el motivo de su lucha en una realidad concreta para todas. “Queremos que absolutamente todas, en todos los rincones del país, dispongan de este derecho, de la posibilidad de poder hacerse un aborto en cualquier hospital por libre decisión. No importa las excusas que esgriman: quienes se oponen no quieren la liberación de la mujer, quieren mantener ese control sobre su cuerpo, ése es su objetivo”. Cerrar el hueco de su ausencia será, entonces, inventar nuevos caminos para que ese objetivo deje de cumplirse sobre nuestros cuerpos.
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