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Viernes, 28 de agosto de 2009

PERSONAJES

Recién salida de fábrica

Flamante Miss Universo, Stefanía Fernández Krupij se inscribe con una sonrisa calcada en la tradición que lleva medio siglo. Una vez más, la tierra bolivariana se enorgullece de su capacidad de fabricar bellezas ganadoras. Los deseos de paz en el mundo, un recitado casi obligatorio, en esta entrega se aggiornaron con una campaña para el uso de preservativos. Algo es algo.

 Por Marisa Avigliano

Que sea mujer de nacimiento, que nunca haya estado embarazada, que nunca se haya casado, que sea la Miss de su país y que mantenga esa nacionalidad, que tenga entre 18 y 27 años, que tenga la disposición de ser Miss Universo y cumplir lo que ello conlleva, que cuente con pasaporte y visa estadounidense... la lista de los requisitos oficiales para aspirar a ser la más bella del universo no termina acá pero basta y sobra para pensar en un concurso de belleza que empezó en 1952 y que todavía sobrevive aunque se noten cada vez más el deterioro, los canjes y la crisis. Este año Venezuela volvió a ganar gracias a Stefanía Fernández Krupij. Hubo festejos caribeños aunque gran parte de los asistentes a la coronación gritaron “¡fraude!”. Stefanía, de cabello castaño y ojos marrones, va a cumplir 19 años el 4 de septiembre, nació en Mérida, se proclama devota de la Virgen de la Divina Pastora, fue Miss Elegancia, Miss Rostro Ebel y Miss Mejor Cuerpo, tiene abuelos gallegos que ya dan notas en todas las revistas del corazón ibérico y recibió los honores de la mano de una compatriota, la miss saliente, Dayana Mendoza, quien por estos días se sacó la corona que alguna vez fue la réplica de la de la Reina Isabel II, para aparecer en topless en la revista Maxim (oficios de Donald Trump, el dueño de la organización de Miss Universo).

Años de poses y juramentos: “Nosotras, las mujeres jóvenes del universo, creemos que toda la gente del mundo busca la paz, la tolerancia y el entendimiento mutuo. Juramos difundir este mensaje de cualquier forma que podamos y a donde fuéramos”, slogan que seguramente pronunció nerviosa la argentina Norma Beatriz Nolan en 1962, aburridísimas televisaciones en la madrugada, burlas hollywoodenses, ranking de países ganadores, algún escándalo y demás mentas acompañan año tras año a ochenta mujeres que buscan ser universalmente bellas.

¿Qué hacen estas mujeres bonitas antes del día de la ceremonia final? Se promocionan, manifiestan su camaradería femenina y un compromiso social que esperan desarrollar durante su reinado. En esta última entrega hicieron campaña por un sexo seguro en las “Olimpíadas de los condones”, se las puede ver en YouTube inflando preservativos hasta que revienten. La ganadora fue Rachel Finch, Miss Australia.

Stefanía, que antes de coronarse nunca olvidará que su corona se cayó al piso antes de brillar en su cabeza (aunque no debería preocuparse demasiado, ya todos saben que ésa es una marca indeleble de los concursos de belleza, allí las coronas no son nada cómodas y bandas que se traban o se colocan al revés) declaró que dejó su ciudad natal y se mudó a San Cristóbal para participar en el concurso de belleza porque no le gustaba estar en su casa sin hacer nada, ya dijo lo que toda reina moderna debe decir: “Hemos alcanzado el mismo nivel que los hombres” y “la belleza interior es lo más importante de una mujer”. Cuando le preguntaron por la situación política de su país, apeló una vez más al decoro, y si bien dijo que las medidas tomadas desde el gobierno eran un tanto extremas también dijo que confiaba en que de a poco los venezolanos se entendieran y se comunicaran mejor. Algunos en la República Bolivariana, “la fábrica de misses” como la conocen en estos certámenes, festejan y dicen que la niña ganó vestida de rojo, “el color de nuestra revolución”, otros aprovechan la ocasión para desafiar una vez más a Chávez: “Stefanía hizo que el presidente pasara a la segunda página”.

La niña de rojo ya está instala en el departamento que le asignaron en la ciudad de Nueva York y dentro de un año posará tan desnuda y sensual como pueda después de haber pasado meses sonriendo.

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