Viernes, 6 de noviembre de 2009 | Hoy
CINE
Hasta el 11 de noviembre se lleva a cabo el 70 Festival Internacional de Cine Judío en Argentina donde, a la temática judaica, se le suma la mirada femenina. Heroínas anónimas, divas reconocidas, esposas sumisas y no tanto aparecen retratadas en plena acción y con la marca indeleble de un tiempo, una cultura, un lugar.
Por Guadalupe Treibel
Sea cual fuere su formato, el cine es estado de situación y lleva la marca de su tiempo y lugar. Esa es la marca visible en los casi 20 títulos que integran este 70 Festival Inter-nacional de Cine Judío en Argentina. Producciones y coproducciones disímiles que –entre ficción y documental– muestran una sensibilidad colectiva y muchas de ellas una perspectiva de género que mucho dice de la situación actual de las mujeres judías dentro y fuera de Israel.
Como explica Ayelet Bargur, quien participa con dos films y estará presente durante su proyección, “el cine judío ha progresado inmensamente en los últimos años, ganando premios y consiguiendo distribuidores internacionales. Realmente pienso que se trata de uno de nuestros más importantes embajadores, capaz de influenciar la opinión que la gente tiene de israel”.
Con títulos (muchos, inéditos en el país) provenientes de Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania, República Checa, Hungría, Argentina y –por supuesto– Israel, se destaca la participación femenina, donde a Berger la acompañan otros nombres propios, como las directoras Ronit Elkabetz, Roberta Grossman, Idit Cébula y Lina Chaplin, con films que recrean historias de protagonistas hebreas.
Así, heroínas anónimas, divas de teatro, mujeres disconformes con su rol social, madres con hijos militares en pleno estado de conflicto desfilan por la pantalla grande. Con el voto de los espectadores saldrá de esta serie la película merecedora de “El film favorito del público”, tal vez el galardón más deseado por los creadores.
“Si sigues así, tu marido va a terminar abandonándote y una mujer abandonada no es mejor que una esposa sin hijos”, “Solías ser hermosa, pero ya no lo eres”, “Tienes que saber cuándo renunciar”, “Vamos... ve y cómprate un vestido nuevo” son algunas de las sentencias que hacen de coro en los primeros minutos de Tomar una esposa (“Ve’Lakhta Lehe Isha”). Los hermanos de Viviane, protagonista de esta coproducción israelo-francesa de 2004, le explican por qué no debe (ni puede) dejar a su marido, “un hombre respetable”. Mientras, las manos se pasean por el rostro abatido de la mujer y, con la sutilidad de la mirada, las caricias ásperas se vuelven –sin más– cachetadas simbólicas.
Ganadora del Premio del Público a la Mejor Película en el Festival de Venecia y con Mención Especial y Premio de la Crítica a Mejor Película en el Festival de Hamburgo, los 97 minutos de cinta ubican en la intimidad de una familia judía que vive en Haifa en 1979. Cuatro hijos (tres nenes, una nena), marido y suegra ponen en jaque a una Viviane hermosa y duramente compuesta por Ronit Elkabetz, nominada a Mejor Actriz por la Academia Israelí de Cine por su rol en Tomar una esposa.
Junto a Shlomi Elkabetz, Ronit ha coescrito y dirigido un film donde la construcción del universo femenino se muestra inmensamente complejo: la relación de pareja es –sin más– símbolo de los derechos de la mujer frente al mandato de las tradiciones, tal como han explicado los realizadores. Así, la tensión subyacente (y sus explosiones varias) llevan la religión como leitmotiv.
No es casual que la acción comience a desarrollarse tres días antes de Shabat, cuando un ex affair de Viviane reaparece y, como una bomba a punto de explotar, la situación se vuelva imposible. La casa en su cotidianidad –como cárcel– será el espacio principal donde el tic-tac se hará más rápido y, cada vez, más tortuoso. Porque contra los silencios no hay mucha defensa y, a veces, ni un grito desesperado despierta voluntades. Especialmente cuando el amor y la ternura parecieran ser bienes de lujo.
Filmada en Israel en 2003, Nieve de papel (“Haya o Lo Haya”) cuenta una historia hebrea que –según sus propios directores (el matrimonio Lina y Slava Chaplin)– se ha convertido en mito: la relación amorosa entre la diva de teatro de los años ’30 Hanna Rovina y el joven poeta Alexander Penn. Ella, en sus 40, es estrella de la compañía teatral HaBima; él, un bohemio empedernido en sus 20, dedicado a las mujeres y el alcohol.
Situado en la Palestina previa a la creación del Estado de Israel, el film sirve para echar una ojeada al ámbito artístico e ideológico que sirvió de plataforma al movimiento intelectual moderno de Israel, mostrando –entre sus personajes– a diversos nombres importantes, incluido Berl Katznelson, periodista y fundador del Sionismo Laborista.
Claro que, su mayor logro es rescatar del recuerdo a la mujer considerada “la primera dama del teatro hebreo” o bien “la reina de los judíos”, una Rovina que era capaz de parar una obra si el público se portaba mal, con suficiente cintura para tener un hijo sin estar casada en una época donde eso significaba un escándalo, estrellita incandescente con amantes (“sexo está bien pero un beso... un beso es amor”) y carácter, que hacía roles de prostituta aunque le costase el visto bueno de financistas, que pensó en abortar al momento de quedar embarazada de Penn, que siempre respondió a su manera. “Soy una actriz, no un ama de casa”, dirá al comienzo de la cinta y eso delineará algunos caprichos, algunas pasiones. Claro que, frente al “amor”, adelgazan las voluntades...
De sus diarios se sabe que Rovina no encontraba placer en su rol de madre, abuela o suegra, sólo en su rol de actriz. Aunque por momentos tibia, la Nieve de papel protagonizada por Jenya Dodina, Tzak Berkman y Gal Zaid corre las cortinas frente a dos personajes (no sólo Rovina, también Penn) que vale conocer.
Escrita y dirigida por la realizadora y actriz Idit Cébula en su debut detrás de cámara en 2007, Dos vidas y una más (“Deux vies... plus une”) cuenta el punto de giro de una maestra parisina de primaria, Eliane Weiss (interpretada por Emmanuelle Devos), que de pronto descubre un hueco en su identidad y decide volcar tinta para taparlo. Así nomás, se vuelve escritora y, con la imaginación, llegan la libertad, los cambios, el marido inseguro, la hija rebelde, la familia metiche, la mame, el editor objeto de deseo, etcétera.
Así, la intentona cómico-dramática de hora y media centra el devenir de la historia en el entorno inmediato de Eliane, proponiendo cierta búsqueda-de-una-misma que, sin embargo, no profundiza en causas, motivos, pasiones o vocación alguna. Porque, a priori, la protagonista pareciera contenta con su vida (cómoda, querible, con los vaivenes normales que da la convivencia o las madres entrometidas). Ni siquiera pareciera tener un impulso literario mayor al del curioso lector amateur promedio. Pero, de la nada, ¡pumba! Escritora por ser publicada, ¿rebelde? sin causa, talentosa y con un sex-appeal demasiado inocente (o negado) como para ser considerado.
“No puedo ser yo misma, no puedo ser una ‘mensh’. No puedo hacer lo que quiero”, le explica a su padre muerto (con quien conversa en el cementerio en cada visita). El (fantasma tranquilo, si lo será) replica: “Primero pregúntate qué quieres”. Lo descubre enseguida y es todo tan claro que... ¡es ridículo! Con todo, las intenciones son buenas, al igual que las actuaciones y algunos gags efectivos, y es adorable entrever la versión judaico-parisina de la vida cotidiana en la Ciudad de las Luces. Sin llegar a ser una parodia a la crisis de mediana edad, Cébula juega con el estereotipo de modernidad, de bohemia, de madre y mujer.
En el sentido histórico, no sólo fílmico, Bendita sea la luz (“Blessed is the Match”) probablemente sea una de las presentaciones más valiosas del 70 Festival Internacio-nal de Cine Judío en Argentina, en tanto reconstruye –con óptima calidad documental– vida y obra –política y literaria– de Hannah Szenes, heroína nacional de Israel.
Dirigida por Roberta Grossman y escrita por Sophie Sartain, la película, que resultara finalista el pasado diciembre para integrar los cinco títulos que compitieron por el Oscar en el rubro Largometraje Documental, es –tal como definió el New York Daily– un “conmovedor retrato de una moderna Juana de Arco”.
Szenes fue una judía húngara de clase media acomodada que, apenas siendo una adolescente, tomó conciencia de su condición religioso-política y se volvió una sionista “militante”, al punto de abandonar a su madre para vivir en Palestina. Construir una nación era, para ella, “la única solución posible”. De ahí que, una vez instalada, trabajara como granjera, a pesar de su evidente capacidad intelectual. Inquieta, sentía que sus habilidades merecían un mejor uso y, cuando las atrocidades nazis comenzaron a sucederse en Europa, se embarcó en la que sería la única misión de rescate llevada a cabo por judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
Así, en 1944, se unió a otros 31 paracaidistas con el objetivo de caer tras líneas enemigas (primero, Yugoslavia) y rescatar a los judíos húngaros de los peligros –ya– evidentes. Su madre permanecía en ésa, su tierra natal. Cuando le preguntaron por qué se sumaba a semejante operativo, su respuesta fue clara: “En mi corazón hay dos grandes amores: uno es mi nación, mi gente. El otro es mi madre”. Atrapada, encarcelada y torturada, nunca habló. Finalmente, fue asesinada, volviéndose –con sus acciones y poesías– en objeto de respeto e inspiración de los israelíes. De hecho, Bendita sea la luz, título del documental y de una de sus poesías más conocidas, habla de la capacidad de alumbrar toda la oscuridad con una pequeña llama, del valor de las “pequeñas” acciones.
Con una reconstrucción fidedigna a base de archivos fotográficos, textos, diarios y cartas varias, primeras voces (entre ellas, compañeras de cárcel, paracaidistas, sobrinos, el presidente Shimon Peres o la propia madre) y pequeñas reconstrucciones “fílmicas” de situaciones históricas, Bendita sea la luz emociona al sumar un relato bien construido de una heroína moderna.
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