Viernes, 18 de diciembre de 2009 | Hoy
INTERNACIONALES
Históricamente, pornografía y feminismo han sido dos palabras irreconciliables entre sí. Sin embargo, en el Norte existe una incipiente industria de cine hardcore con perspectiva de género. Incluso el Estado sueco acaba de subvencionar doce cortos triple X y feministas.
Por Milagros Belgrano Rawson
¿Pornografía feminista? Para Andrea Dworkin (fallecida en el 2005), la industria porno era lisa y llanamente un sindicato de violadores destinado a legitimizar la violación, el maltrato a las mujeres y la supremacía masculina. Sin el radicalismo de la controvertida feminista norteamericana, para muchas y muchos, la propuesta de una industria XXX que invierta el desequilibrio entre los géneros que se le achaca al porno tradicional sigue siendo poco más que un bonito oxímoron. Sin embargo, en los últimos dos años, en el Norte una incipiente industria de cine erótico y hardcore que considera a las mujeres como espectadoras está tomando forma. En enero próximo cierra la inscripción de la quinta edición de los Feminist Porn Awards, con sede en Canadá y que premian a toda persona cuyo trabajo en cine o video ofrezca una alternativa innovadora a todos aquellos y aquellas que no se sientan representados en la pornografía mainstream. Mientras, del otro lado del Atlántico, en la helada y políticamente correcta Suecia, ha sido el mismo Estado el que tomó cartas en este asunto. En nombre de la creación artística y la igualdad entre los sexos, el Instituto Sueco del Cine subvencionó la realización y distribución de Dirty Diaries (Diarios sucios), una colección de doce cortometrajes triple X realizados por mujeres y estrenado en septiembre pasado bajo una lluvia de elogios y críticas. Los ataques más virulentos vinieron de Beatrice Fredriksson, miembro del Partido Moderado y autora de un blog antifeminista. “La idea de pornografía feminista puede ser atractiva para algunos, pero el Estado no tiene por qué gastar medio millón de coronas (casi 70.000 euros) para financiar su producción”, afirma Fredriksson en su blog. Y declara que el hecho de que el gobierno “decida que el porno feminista es arte pero que el porno tradicional es reprobable no es nada más que una moralina paternalista que envía mensajes incorrectos en el debate sobre la igualdad”.
Por su parte, para Mia Engberg, documentalista de 38 años y autora del proyecto, Dirty Diaries busca que las propias mujeres filmen el placer y la sexualidad femenina, lejos de los clichés de una industria dominada por los hombres y en el marco de una iniciativa feminista. En el 2002, Engberg filmó su primera película erótica, donde narraba el deseo de una mujer por su profesora de natación. Dos años más tarde, volvía a presentarse en el Festival de Cine de Estocolmo con un corto filmado con la cámara de un celular que mostraba los rostros de varias mujeres durante el orgasmo. El film fue colgado en Internet y provocó una fuerte reacción. “Muchas eran negativas”, explicaba la misma Engberg hace un par de meses en una columna del diario The Local, dirigido a la comunidad anglófona de Escandinavia. “La mayoría de los hombres decían ‘Qué feo, ¿No hubieran podido al menos ponerse algo de maquillaje?’.” Para la realizadora, estas críticas eran la prueba de que los hombres necesitan ver más mujeres disfrutando en la cama. Mujeres verdaderas, y no Barbies liposuccionadas. “Los comentarios negativos me parecieron interesantes porque mostraban que todavía se cree que la mujer y su sexualidad deben complacer solamente al espectador”, indicaba en su columna. A Engberg, que se define como “una feminista comprometida”, la combinación de feminismo y porno dejó de hacerle ruido el día en que descubrió que “me había convertido en víctima de mi oposición. Me prohibía la pornografía cuando justamente quería consumir estas películas, pero hechas de otra manera”.
Pero ¿qué es la pornografía feminista? La pregunta no es fácil de responder, sobre todo porque se inscribe en un proyecto que todavía no ha salido de la etapa experimental, hecho de forma aislada y casi sin dinero por mujeres de distintas partes del mundo. Sin embargo, las realizadoras parecen coincidir en que se trata de demostrar que las mujeres tienen el mismo derecho de los hombres a consumir diversión erótica, y que ésta debe filmarse de acuerdo con sus deseos y gustos. Y estos incluyen pero no se limitan a la poesía visual y al pornosoft. De hecho, Dirty Diaries contiene escenas hardcore, en sus variantes heterosexual y homosexual. “Como lesbiana, para mí era importante mostrar que se puede hacer pornografía saliendo del esquema habitual que reduce el rol de la mujer al de un objeto”, declaraba al diario francés Libération la cineasta Asa Sandzen, cuyo corto, Dildoman (Hombre vibrador), integra Dirty Diaries. En este corto de animación, dos mujeres gigantes transforman al cliente de un club de strippers en un juguete sexual, al que usan de todas las formas imaginables y terminan por romperlo. “Quiero retirarle el brevet del exhibicionismo a los hombres y mostrar que las mujeres no tienen por qué encasillarse en roles de chicas buenas y bien educadas”, explicaba, por su parte, Joanna Rytel, cuyo corto muestra a su realizadora masturbándose en el balcón de un hotel, en un café y en el andén del subte parisino. “Estamos hartas del cliché que dicta que las mujeres sexualmente activas son o locas o lesbianas y, por ende, también locas”, declara el Manifiesto de Dirty Diaries en su sitio web. “Queremos ver y hacer películas donde Betty Blue, Ofelia y Thelma & Louise no tengan que morir en el final.”
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