Viernes, 18 de diciembre de 2009 | Hoy
PANTALLA PLANA
Dilemas morales y no tanto de la vida cotidiana de dos paparazzi de lujo en una miniserie de dos capítulos para ver justo antes de Navidad.
Por Moira Soto
La mujer elegante, tranquila, sonriente volvía a Roma luego de un corto viaje. Un pequeño enjambre de fotógrafos ansiosos de conseguir la primicia para sus respectivos medios la esperaba: el marido de esa mujer acababa de matar a sus dos hijitos y de pegarse un tiro, pero ella aún no lo sabía. Por eso preguntaba extrañada y una pizca divertida: “¿Acaso me toman por una actriz?”. La tocante escena tenía lugar en una de las piezas maestras de Fellini, La Dolce Vita (1960) y entre los fotógrafos acechantes estaba Paparazzo, compañero de tareas de Marcello (Marcello Mastroianni), periodista que protagoniza el relato.
Tan certero y penetrante fue el impacto de la presencia en un segundo plano de este cazador de imágenes al que le daba lo mismo una diva triple pechuga (Anita Eckberg) que la presunta aparición de la Virgen a dos chicos o una mujer que desconocía la tragedia que estaba sucediendo, que el vocablo paparazzo (paparazzi en plural) se aplica desde hace medio siglo a los reporteros gráficos asignados a atrapar imágenes de gente famosa. Para lo cual a menudo tienen que montar guardia, perseguir, cercar a sus targets. Obviamente, casi siempre se trata de obtener fotos indiscretas, tirando a escandalosas. En el caso de las celebrities, hay que reconocer que se suele dar un doble juego por parte de las “víctimas”, quienes en muchos casos y según les convenga a los fines promocionales, abren las puertas de su privacidad a ciertos medios, ventilan algunos secretos y luego pretenden marcar una frontera que contribuyeron a disolver. Tal el resonante episodio de Diana Spencer, la princesa que dio de comer confidencias a las revistas del corazón y que murió en un accidente provocado involuntariamente por los fotógrafos que la perseguían.
La señal de cable Europa Europa está presentado una miniserie alemana que se titula justamente Paparazzo y que hasta un punto plantea el mismo dilema que La Dolce Vita: ¿cuál es el límite que separa la simple obtención de imágenes de famosos, de la invasión a veces despiadada de la intimidad? Gonzo y Laslo son paparazzi del primer mundo, nada que ver con la revista Pasparazzi local (consagrada a la exposición de cuerpos intervenidos y a cotilleos promovidos por las propias figurillas que lanzan al mercado mediático). Ellos están hoy en Mallorca, mañana en Cannes, pasado en Manhattan. Andan por los aeropuertos como Pedro por su casa y, desde luego, cuentan con una tecnología altamente sofisticada que les permite tanto hacer tomas desde la celda de una comisaría como grabar una secuencia digna de thriller en una mansión. Sabuesos arriesgados, husmean a sus presas, las persiguen hasta acorralarlas. En Mallorca, puede tratarse de un maduro actor estelar que es detenido borracho; en Cannes, una actriz prestigiosa que elude a la prensa... Sin aparentes conflictos morales, aunque en sus tortuosos caminos se crucen la perversión y la muerte, G y L se venden al mejor postor, sobornan a sus informantes, se juegan sus lances a cara o cruz. “Mi trabajo es informar al público”, decía no sin cinismo Marcello en La Dolce Vita frente a un cuestionamiento. “¿Para qué hacemos esto? ¿Para el arte? ¿Para el gran libro de la verdad? ¿Para tu paz interior?”, se enoja Laslo con Gonzo cuando éste, frente a crudas imágenes sadomaso de la elusiva estrella, se resiste a venderlas.
El primer capítulo de esta miniserie transcurre mayormente durante el festival de Cannes, feria de vanidades multitudinaria donde los paparazzi no tienen paz. Menos que menos Gonzo y Laslo (David Rott y Sascha Gopel, en la foto), metidos en una trama que se encamina hacia el suspenso policial, entre la alfombra roja pisada por figuras reales, fiestas promiscuas, siempre con las cámaras como extensiones de sus brazos, de sus ojos que espían para ese público que se arremolina, seguramente consumidor de la prensa del corazón, de tabloids sensacionalistas, de programas de radio y de tele chismosos. Medios gráficos y audiovisuales cuyos responsables acostumbran justificarse diciendo que al público le gusta el morbo, la truculencia, el escándalo... En la TV local abierta, tenemos así historietas minúsculas como la de Gerardo S dándole de comer postre en la boca henchida a una desconocida no precisamente ilustre o a la nueva celebridad instantánea Ricardo F disputando sobre el pasado en común con Guido S. También largas secuencias de noticieros lucrando con el dolor de una madre que acaba de perder a su hijo o de un padre que llora por su hijita herida. Eso sí, siempre aplicando la doble moral de mostrar santa indignación a la vez que se exprimen sin la menor consideración los lacrimales del/la entrevistado/a de turno.¤
Paparazzo, capítulo 1, lunes 21, a las 24; capítulo 2, martes 22 a las 22, lunes 28 a las 24.
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