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Viernes, 26 de marzo de 2010

VISTO Y LEíDO

Mordiendo la Gran Manzana

Un libro escrito en los años ’50 que retrata a las mujeres de los ’90

 Por Natali Schejtman

Hubo un tiempo en el que el hecho de que una mujer eligiera y comprara cosas con su plata no era un recurso televisivo para meter chivos o canonizar un nivel y tipo de consumo de lujo. O, por lo menos, no tan exageradamente. Era, más bien, uno de los indicios de que la cultura estaba cambiando, tanto como ese mismo mercado que unas décadas después iba a explotar cuanto pudiera la tan mentada independencia económica femenina.

En Lo mejor de la vida, Rona Jaffe describe –desde el irónico título en adelante– no sólo esas incipientes sonrisas de fresca autonomía, sino las preguntas sensatas y los válidos dilemas que atravesaban las mentes femeninas en la primera mitad de los ’50, cuestionamientos que ahora, en nuestros días, son presentados como cosa resuelta a baldazos de soberbia y mentirosa superación por quienes producen imágenes prototípicas de la “mujer actual”.

Entre otros asuntos problematizados, las ambiciones (y las frustraciones) laborales de las mujeres figuran como protagónico. En esa época, las mujeres ocupaban cargos administrativos y, al parecer, a los hombres todavía les incomodaba aceptar que una secretaria no era una amante. Jaffe cuenta la vida de un par de mujeres que trabajan en la editorial Fabian en principio como secretarias haciendo tareas de mecanografía y tolerando en ciertas oportunidades roces o miradas poco sutiles con dirección piernas por parte de hombres generalmente mucho mayores, de cargos ejecutivos y cómodos con sus esposas e hijos. Alguna que otra logrará destacarse, a fuerza de un derecho de piso que incluye horas extras y tolerancia. También hay mucho lugar para el desfile de citas fallidas que tiempo después (¡40 años después!) trabajarían (pero también lavarían) las cuatro aplanadoras de Sex & de City, entre otras. Las relaciones amistosas y sexuales dialogan con su época de un modo que hace todavía más atractiva su lectura: no sólo es un entramado de historias femeninas que enganchan por su ritmo y color, sino que también funciona como un documento histórico que nos brinda buena cantidad de herramientas para evaluar en dónde estaban las mujeres que empezaban a mordisquear la Gran Manzana.

El repertorio es variado: vemos aparecer a ese hombre lindo y careta que, ante la buena nueva de su novia, virgen hasta hace tan poco, no le da otra chance que la de llevarla a New Jersey para abortar; o el novio perfecto que abandonó a la protagonista por una chica de familia bien durante su viaje iniciático de posgraduado a Europa; o el hombre casado que intenta robarle un beso a una jovencita recién llegada; el intelectual, figurita de la agenda cultural, que no titubea a la hora de mostrarse como un cretino; la chica que todavía busca desesperadamente casarse y dedicarse al hogar y la que observa que para su vida quisiera exactamente lo contrario. Un abanico enorme que tiene algo de “elige tu propia aventura”, con el guiño agregado de que nosotros, lectores de hoy, sabemos más o menos cómo siguió la parte más sociológica de la historia.

Este libro, además, es uno de los que inspiran la nueva serie del momento Mad Men, sobre el mundo de la publicidad en los años ’50, con mucho whisky, tabaco y secretarias con cama. Entre otras familiaridades, hay que decir que la primera escena de Lo mejor de la vida tiene algo parecido al comienzo de la versión cinematográfica de El diablo viste a la moda, otro de los emblemas del chick lit actual (del subgénero relaciones del trabajo + frivolidad): “Las vemos todos los días a las nueve menos cuarto de la mañana saliendo a toda prisa de las fauces del metro, inundando la estación Grand Central, cruzando las avenidas Lexington, Park, Madison y la Quinta, cientos y cientos de mujeres jóvenes”.

La protagonista del libro, Caroline Bender, va viviendo en su cabeza el cambio de una época (recordemos que la novela se publicó dos años antes que la revolución de la píldora). A fuerza de lágrimas, tuvo que aceptar, con poco más de 20 años, que no se iba a casar con su novio perfecto y que empezaría a trabajar, vivir sola en Nueva York y experimentar contradicciones respecto del interés por armar una familia. Iniciación en la gran ciudad, amistad y desapego de los padres –en un momento en que realmente ellos pertenecían a otra generación–, eso ocurre en las distintas historias de mujercitas que desfilan por el libro. Pero también, el desfile tiene que ver con el mundo elegido, el editorial, explorado en justa medida.

Para la sorpresa de la autora, después de la publicación de la novela muchas mujeres quisieron mudarse a Nueva York y zambullirse en el ambiente editorial, a pesar de que ella creía estar advirtiendo sobre los peligros de un mundo plagado de egocentrismo glam. Pero alguna parte de Rona le huía a esa perplejidad. En el fondo, ella seguramente entendía que la interpretación de qué es Lo mejor de la vida es algo muy personal.

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