Viernes, 29 de octubre de 2010 | Hoy
SALUD
El libro Sexualidades adolescentes (amor, placer y control en la Argentina contemporánea), de Daniel Jones, investiga los paradigmas juveniles del interior del país sin prejuicios y con una mirada que va más allá del cuidado y la prevención y se aventura en la búsqueda del placer adolescente. Según lo que él investigó, los varones siguen presionados para debutar, pero las chicas no encuentran un nuevo modelo de mujer aunque buscan sus propios resquicios para disfrutar sin prejuicios.
Por Luciana Peker
“El recuerdo de mi primera vez no fue bueno. Porque para mí fue todo a presión, no fue algo que yo sentía”, le contó Pablo, de 17 años, sobre su primera vez, a los 16, a Daniel Jones, que, igual que él, nació en Trelew, Chubut, pero, a diferencia de Pablo, hace 32 años. Sin embargo, entre la adolescencia de Pablo y la de Daniel hay menos diferencias de las que se supone: los dos crecieron marcados por la presión de debutar y saber de sexo.
Aunque Daniel se dedicó a investigar sobre los viejos y nuevos paradigmas que rondan, rodean o rozan el deseo. Desde hace 14 años vive en Buenos Aires. Estudió Ciencias Políticas y se doctoró en Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente es investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y miembro del grupo de Estudios Sobre Sexualidad del Instituto Gino Germani. La carrera de escalones plagados de títulos y papers se mixturó con su origen.
Se propuso estudiar a los adolescentes. Pero no pudo dejar al adolescente que dejó en Trelew, sino volver a él, para encontrarlos a ellos y ellas: la generación juzgada (por libertina), sobreestimada (por creer que no hay que hablarles de sexo porque saben de sexo porque son adolescentes de hoy) y acorralada (porque si se les habla de sexo es para prevenir rayos y centellas provocados por el sexo). Y decidió salir de la idea de enseñarles a los adolescentes para también escucharlos a modo de aprendizaje. “Por eso te digo; el hacer el amor es amor mutuo y listo”, le dijo Andrés de 18 años, durante su investigación.
La diferencia entre su estudio y otros estudios es que pudo poner su propia historia –y dejar las varas de la mirada severa y adulta– para analizar el presente y pensar en modificar el futuro en el libro Sexualidades adolescentes (amor, placer y control en la Argentina contemporánea) de ediciones Ciccus y Clacso que, además, lo llevó de vuelta a su pueblo natal, para que también su diferencia estuviera puesta en hablar en y desde el interior de un país en donde todas las geografías –como todos los cuerpos– siguen sosteniendo diferencias. “A las chicas siempre las critican que son atorrantas porque estuvieron con tal o porque son feas o porque son gordas”, explícita Luciana, de 17 años. “Se sigue reputando de manera distinta a varones y mujeres aunque tengan el mismo comportamiento (como acostarse con muchas personas) y eso no se modificó desde que yo era adolescente”, asienta Daniel Jones.
–No es deseable que una adolescente sea virgen y si una mujer cambia mucho de parejas es calificada de puta. En realidad, hay una ausencia de una figura femenina sexualmente positiva. No hay una alternativa positiva a la puta. La imagen positiva del varón es ser ganador, pero no hay ninguna posibilidad de que una mujer sea ganadora. Los mismos comportamientos que vuelven ganador a un varón vuelven puta a una mujer. Las chicas no pueden construir una imagen sexual positiva.
–No hay que victimizar a las adolescentes pensando que tienen una sexualidad torturada, culposa o displacentera. Ellas encuentran resquicios para disfrutar de su actividad sexual. No siempre lo consiguen, pero en eso no se diferencian mucho de los adultos.
–Ser discretas para evitar los chismes sobre su actividad sexual. Sugerirle a los varones qué cosas disfrutan en vez de explicitárselos. Una chica de 16 años me contaba: “Yo me quedo callada para que se dé cuenta de que no la estoy pasando bien” y algunos tipos lo registran y a otros no les importa nada porque están concentrados en la penetración. En los adolescentes uno ve reflejado fenómenos y tendencias que persisten entre adultos: el egoísmo en la cama y la despreocupación por el placer del otro.
–Las chicas tienen la imagen de que los varones están siempre sexualmente disponibles y con ganas. Y tampoco es cierto. La disponibilidad sexual permanente sigue operando como mandato pero no como realidad.
Entre los adolescentes y los adultos hay lazos. Entre la adolescencia y la adultez de Jones también. No sólo volvió a su ciudad natal –donde fue adolescente– para investigar a los adolescentes. Además, su primer hijo nació el mismo día de mayo del 2010 en que su libro llegó a las librerías. “Ante la pregunta fácil, no planté un árbol, porque vivo en Congreso, así que no hay posibilidades”, se ríe.
–Empecé estudiando VIH hace diez años. En ese momento se llegaba a la sexualidad porque estudiabas problemas de salud, pero no a la sexualidad en su riqueza y su complejidad. Cuando tuve que elegir un tema de mi doctorado, a fines del 2002, pensé en alguna dimensión que interpelara mi propia biografía. Y como había sido un adolescente de clase media, en Chubut, pensé que hacer una tesis sobre este tema me permitiría visibilizar la sexualidad adolescente –que siempre es vista como problemática y no como fuente de placer– y siempre desde la Capital Federal y no desde el interior y, a la vez, revisar mi propia historia.
–Me di cuenta de mis propios prejuicios sexuales cuando había sido adolescente: como maltratar a un compañero afeminado y calificar a una compañera de puta si se acostaba con varones, pero a un compañero de ganador si se acostaba con mujeres. No me reviso en clave autoayuda o psicoterapia, sino como un disparador para que nos sirva a repensar a los adultos sobre el rol de nuestra palabra.
–Hay que conservar la rigurosidad científica, pero evitando cualquier sesgo adultocéntrico, donde yo miro a un fenómeno juvenil desde los valores y la experiencia de vida de un adulto.
–Yo tengo diez años más que los chicos y chicas que entrevisté. Ellos tuvieron su adolescencia a comienzos del siglo XXI y yo a comienzos de la década del noventa. En la mayoría de mis congéneres el debut sexual no era parte de una relación afectiva: era un encuentro y nada más.
–Las relaciones sexuales, especialmente las de la primera vez, se enmarcan en una relación afectiva: sea un noviazgo o una transa frecuente o cierto tipo de amistad. Pasa muy frecuentemente que debutan con un amigo. No se inician en un túnel de un boliche. No hay encuentros casuales con personas desconocidas. Siempre hay algún entramado de afectividad que da un sentido diferente a ese debut.
–Son mucho más variados los modelos de adolescentes que los que nos proponen esos estereotipos mediáticos.
–No es visto como equivalente a una relación sexual coital. Pero hay muchas dimensiones que lo diferencian: no quedás embarazada (cosa a la que tienen pavor cientos de adolescentes) y circula la idea de que es más difícil contagiarte de VIH. En el mundo adulto no es tan diferente, hay muchas mujeres que no tendrían jamás sexo sin preservativo pero sí realizan sexo oral sin protección, aunque eso no horroriza a nadie pero las pibas peteras sí. Tiene que ver con asociar la adolescencia como una etapa problemática o que los adolescentes están en cualquiera. Hay un tapiz mucho más complejo. La sexualidad de los adolescentes no se circunscribe a los reservados de un boliche, la viven –más allá de los contactos eróticos– en las charlas o silencios con los padres, mirando Internet o televisión, al tomar mate o una cerveza y pasarse chismes. Lo que llevan a la cama no surge de la nada. Por eso la sexualidad es cambiante.
–Sí, son sujetos con capacidad de decidir, pueden construir vínculos efectivos y gozar de sus encuentros y relaciones. Pareciese que la sexualidad adolescente es un problema porque necesariamente lleva al embarazo o a la trasmisión de VIH y la sexualidad adolescente supone amor y placer.
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