Viernes, 29 de octubre de 2010 | Hoy
PANTALLA PLANA
La nueva serie de HBO, Boardwalk Empire, llegó prometiendo el oro y el moro: autores prestigiosos, altísimo presupuesto, incontables extras... Vistosa, violenta y con obsesiva reconstrucción de época, la producción de Martin Scorsese cumple raspando tanta expectativa.
Por Leonor Silvestri
Hay un toque presumido en la serie escrita por Terence Winter (guionista de Los Soprano), con producción ejecutiva de Martin Scorsese (asimismo director del carísimo primer capítulo: ¡20 palos verdes!): tal parece que Boardwalk Empire se ofrece como la producción televisiva definitiva sobre la época de la Ley Volstead o Ley Seca, y sus derivaciones en los Estados Unidos, centrándose en Nucky Thompson (personaje directamente inspirado en el histórico político y traficante Nucky Johnson), cuyo reinado duró dos décadas en Atlantic City, con ramificaciones en Chicago y Nueva York. Esa especie de jactancia se advierte no tanto en la minuciosidad y opulencia de los decorados, sino más bien en la manera de echártelos en cara y en esa cosa de recién pintados que tienen los carteles publicitarios, de recién salidos del taller de los trajes, de lucir casi hasta el último de los cientos de extras que pululan por ahí...
Este rasgo exhibicionista con un dejo de nuevo rico ya se le notaba a Scorsese en La edad de la inocencia (1993), donde el director no dejaba cuadro, vajilla o detalle del vestuario sin subrayar. Claro que en esta nueva serie también se trasluce la mano del creador que supo andar por calles peligrosas, marcar el recorrido de buenos muchachos, desmontar casinos, revelar la doble vida de infiltrados, poniéndole la firma a una filmografía que tomó distintas etapas del crimen organizado hasta remontarse a las pandillas de NY del siglo XIX, donde –como en Empire– la puesta en época resultaba tirando a relamida...
Entre géneros –gángsters, noir–, la serie estrenada hace tres semanas por HBO arranca el 16 de enero de 1920, fecha en que empieza a regir en Atlantic City la Prohibición mediante la enmienda 18 (promulgada en octubre de 1919). Nucky Thompson, tesorero del Partido Republicano, celebra el advenimiento de la llamada Ley Seca, desde luego adelantándose al rendidor negocio que le habilitará el mercado negro de bebidas alcohólicas. Previamente, se lo vio a Nucky durante los títulos, en una visión onírica, muy trajeado y calzado en la playa, las olas trayendo botellas de whisky con mensaje implícito de contrabando floreciente. Y en la primera escena de este relato, el político corrupto que –pronto se sabrá– cuenta con la complicidad de su hermano en la policía da un discurso a favor del voto femenino y en contra del alcohol en el acto de una Liga de Mujeres, donde además inventa una conmovedora historia personal (“que la verdad no arruine una buena narración” es su lema). Entre el público, el rostro contraído por la inquietud, está la embarazada Margaret, personaje que entrará a formar parte del relato al acercase a pedirle ayuda a Nucky. Situación que a su vez pondrá de manifiesto la faceta compasiva del mafioso traidor y cruel, ostentoso de sus dineros mal habidos y al mismo tiempo capaz de citar al pasar una línea de Shakespeare (“a rose by any other name...”, de Romeo y Julieta) en una serie que, hay que decirlo, se pomponea cada tanto con menciones a veces en exceso refinadas (bah, pedantes): por caso, Margaret, inmigrante irlandesa ex mucama en su tierra, lee en el hospital, después de perder un embarazo por golpiza de su marido, nada menos que La torre de marfil (1916), novela póstuma inacabada de Henry James que trata –voilà!– sobre la avidez y la rapiña en los Estados unidos; y en el segundo capítulo, la misma Margaret cita tan fresca a George Sand, alegando que frecuentó la surtida biblioteca de un abogado al que le hacía la limpieza...
Interpretado con irresistible encanto por Steve Buscemi (quien también estuvo ligado a Los Soprano, como actor y director), Nucky tiene por un tiempito de chofer a Jimmy Darmody, personaje al que Michael Pitt confiere hondura y un dolor secreto, aparentemente vinculado con terribles experiencias en la Primera Guerra. También en Jimmy aparece esa doble faz (cariñoso esposo y padre, y paralelamente, asesino sin piedad y sin escrúpulos). En el planeta Nucky, además de su criado negro y su secretario blanco, de los ascendentes mafiosos (Lucky Luciano, Al Capone) y de Van Alden, el agente perseguidor del FBI, figura Lucy, la desinhibida amante que ameniza los ratos libres del protagonista, encarnada por Paz de la Huerta, una actriz que evoca a Betty Page por el seguro desparpajo con que se pasea desnuda (y llamativamente peluda) de pies a cabeza, sin el menor disimulo. A los/as fans de la extraordinaria serie The Wire, Empire les reserva la alegría de reencontrarse con Michael K. Williams, el bello negro que hacía a Omar, romántico y sufrido gay. En el nuevo folletín de lujo, ya asomó la nariz –y su tristísima mirada sin fondo– en la última entrega vista el domingo pasado, y se sabe que su Chalky White va a crecer.
Fresco de época un pelín pretencioso, con preciosismos formales e historias que empiezan a desenvolverse, Boardwalk Empire trae en su muy provisto bagaje temas que no han perdido vigencia, como la indecencia de los políticos, el racismo, el negocio de la prostitución, la violencia de género... Y para sazonar y darle color a la pintura del momento, una nutrida banda sonora, shows de varieté previsiblemente kitsch, matches de box entre enanos y alguna escenita del cine mudo actuada por Fatty Arbuckle.
Boardwalk Empire, los domingos a las 22.10, por HBO.
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