Viernes, 3 de diciembre de 2010 | Hoy
DIEZ PREGUNTAS > A ANNE SOPHIE DELOBELLE *
Por Clarisa Ercolano
–No, no pensé en irme, Argentina es mi país de adopción. En ese momento, hacía 7 años que vivíamos acá y lo que me sucedió podía haber pasado en otro lugar del mundo. Me encanta este país, la gente siempre me ha manifestado mucho cariño y me quería quedar a pesar del mal momento.
–La verdad es que nunca se me había cruzado por la cabeza querer condenar a muerte a la gente que me secuestró hasta que empecé a escuchar esas voces. No le deseo la muerte a nadie, y tampoco tuve que perdonar a los secuestradores porque nunca surgió en mí el rencor hacia ellos.
–Lo que yo llamo el “instinto animal” es una de las cosas que me ayudaron a encontrarme con la paz interior cuando estaba en el caos del cautiverio. Allá adentro, las cosas se dan o no y vos hacés lo que podés en cada momento. Cuando vi que, en las primeras horas mi nivel de angustia era tal, no tuve más remedio que buscar herramientas para salir de esta adrenalina de miedo. Alimentar mi cuerpo con la respiración y mantener mi mente en el momento presente fueron las herramientas que me ayudaron a recuperar la calma. Al focalizarme en mantener en esa conducta, poco a poco me despojé de todo lo inútil y ahí toqué lo que yo llamo el instinto animal, el de no pensar o no juzgarme y vivir el momento presente. Allá mi aspecto era en ciertos momentos muy parecido al de un animal y no me importaba porque lo había aceptado también.
–No dejas de tener miedo en un momento preciso, yo trabajaba duro en cada instante para no pensar en todo aquello que me generaba angustia. El miedo está omnipresente cuando estás adentro, el miedo a morir te amenaza en cada minuto y vivir con eso me era insoportable. En la escena de “los niños” era domingo de mañana, hacía cinco días que estaba cautiva, rezando y en silencio la mayoría del tiempo además de comer muy poco, casi podría decir en ayuno. Esa mañana estaba todo tranquilo, la paz ya me acompañaba y los secuestradores empezaban a familiarizarse con mi modo muy pacífico. Sentí mucha compasión por esos niños en ese entonces. No podía dejar de comparar sus vidas con la de mis hijos.
–Allá sentía que estaba en el umbral de la muerte en cada momento. En ese lugar de cautiverio, no tenía otra opción que entregarme, lo que me llevó a dar gracias por todo. Agradecía en voz alta cuando se me acercaban para darme agua o comida, también me salía agradecer hasta cuando me volvían a atar. Ellos se sorprendían creo. No lo hacía por amor, me salió así. No podría explicar por qué, pero eran cada vez más gentiles conmigo. Cuanto más me ponía en esa actitud, menos barreras se sentía.
–Esa pregunta me la hice miles de veces. Difícil de contestar, pero siempre supe que iba a comunicar mi historia. No sabía cómo lo iba a hacer y no me imaginaba que iba a escribir un libro. Me secuestraron hace 7 años en el 2003 y recién ahora puedo hablar, todo lleva su tiempo. La razón del por qué me pasó no la sé, pero hoy siento que he aprendido mucho sobre mí misma. La vuelta a casa es dura y estos años de duelo me han enseñado a vivir en el hoy, y a siempre tratar de tener una mirada bondadosa en lo que me puede pasar. Hoy vivo más tranquila disfrutando de cada momento, focalizándome en mi familia y los que me rodeen.
–En el cautiverio los secuestradores me pusieron una radio a pocos centímetros de mi oído, con canciones por su mayoría de cumbia villera. Eran insoportables. La letra era un concentrado de expresión de dolor, de sufrimiento, de muerte, expresiones del odio y de las diferencias sociales. Al principio, la radio no me dejaba concentrarme. El volumen era muy alto y las palabras muy duras a mi modo de ver. Trataba de no escucharlas cuando me di cuenta de que “eso” era imposible, tenía que enfrentar esa cumbia. Una frase que resonaba en mí era “todo lo que resiste, persiste”. Decidí hacer entrar esas canciones en mí, escuchando cada sílaba y el sentido de cada palabra. Esas canciones, las escuché atentamente una y otra vez, me impregné de ellas hasta que en un momento la radio ya no me perturbaba, es más, me potenciaba. Eran canciones crueles y sin filtro que me hicieron enfrentarme con mis propios miedos. Esa música aprendí a quererla, y me empujó hasta lo más profundo de mi ser.
–Puedo decir que ésta fue una prueba para mí y mi familia que marcaron nuestra vida y a partir de ahí muchas cosas cambiaron. Cuando me enojo a veces, enseguida la huella que dejó en mí el secuestro me hace acordar que del enojo o del rencor no saco nada.
–Sí, tenía las manos atadas entre sí y a su vez atadas a los barrales de la cama y con los pies de la misma manera. Como los secuestradores volvían a atarme a cada rato sentía las sogas cada vez más apretadas. En un momento, traté de alejar mis manos una de la otra y, por supuesto, que el dolor se amplificaba. Era yo quien decidía sufrir alejando mis manos entre sí, la soga me lastimaba las muñecas y eso me hacía mal físicamente. Me sonreía al darme cuenta de que todo es una cuestión de decisión. Entonces era una buena noticia, las riendas estaban en mis manos de alguna forma. “Los hechos no importan lo que importa es lo que hacemos con los hechos”, es una frase que repito en el libro. El aprendizaje fue enorme, y el soltar es algo que aprendí a la fuerza y practico a diario.
–Muy difícil. Al principio volví muy bien. El amor y la contención de los que te quieren es inmensa y absoluta. Después como todo duelo, la soledad y la tristeza me invadieron y caí en el túnel de la oscuridad como lo llamo yo. Un aislamiento terrible donde era incapaz de comunicarme. Mi encierro no era físico como en el cautiverio sino emocional. En mi mente, vivía más allá que acá. Todo lo que hacía en mi vida cotidiana hacía referencia a mi cautiverio. Mi semana de secuestro fue omnipresente durante unos 5 años, hasta que decidí escribir.
* Anne Sophie Delobelle nació en Laval, Francia, en 1964, donde vivió alternando su pueblo natal con París hasta los 30 años. Llegó a la Argentina en 1994, donde reside con su marido uruguayo y sus cuatro hijos. Fue secuestrada en la Argentina y en El Gato Blanco narra la historia verídica de su experiencia, sin caer en un texto más sobre la inseguridad, sino la descripción del viaje espiritual.
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