Viernes, 3 de diciembre de 2010 | Hoy
VISTO Y LEíDO
Por Marisa Avigliano
Esa canción que se canta inmediatamente después de que alguien pida ¡una que sepamos todos! ¿Es siempre un incuestionable clásico del cancionero argentino? Vaya uno a saber, dependerá del grupo trasnochado que la entone, del canon abundantemente insuficiente que los defina, de la apropiación de Patria y de los caprichos sordos.
Pujol supo –desde que empezó a pensar en su libro– que elegir canciones argentinas es un asunto de muchos y que su listado podía resultar tan incompleto como errado, por eso aclaró que todas las canciones seleccionadas le gustaban y agregó: “¿Acaso no resulta difícil hacer un listado con nuestras canciones favoritas? Imaginen lo complicado que es seleccionar las canciones favoritas de un país a lo largo de una centuria”.
Hechas las aclaraciones y tratando de dilucidar el misterio por el cual una canción se instala en la conciencia musical de un país, las dividió en Canciones de victrola (1910-1934), Lo que cantaba la radio (1935-1956), Los años del Wincofón (1957-1970), Piezas de un álbum (1971-1987) y Canciones a la vista (1988-2010).
Con música de fondo, la disección que puede hacer el lector admite cualquier corte y diversos análisis. Por ejemplo, es evidente que varias canciones elegidas son de un mismo compositor, Yupanqui, Manzi, Cadícamo, Spinetta y García subieron más de una vez al podio y también es evidente que son pocas las mujeres compositoras que aparecen y esas pocas, María Elena Walsh o Eladia Blázquez, también se repiten. Obviamente hacen los coros la tortuga Manuelita, la cigarra, los ejecutivos, un barrilete al que le faltó piolín y el corazón que mira al sur.
¿Quiénes son las otras elegidas? ¿Cuáles son las canciones? A las dos chicas de la lista se suman Rosita de Melo, Azucena Maizani, Mercedes Simone, Teresa Parodi y Gilda. Hagamos honor a un requisito indispensable cuando la lista la hacen los otros, digamos lo que falta: no puso a Marilina Ross con su emblemática “Puerto Pollensa” ni a Celeste Carballo con “Me vuelvo cada día más loca” o “Es la vida que me alcanza”.
A la historia del vals “Desde el alma”, escrita por la uruguaya Rosa Clotilde Melo a los 14 años y modificada después por dos hombres, Víctor Piuma Vélez (con quien Rosa se casó) y Homero Manzi en los años ‘40, se suma “Pero yo sé”, el tango de la Ñata Gaucha, como llamaban a Maizani, que no solo solía cantar con ropa de hombre sino que compuso en 1928 uno que los deschavaba: “Yo sé que en las madrugadas,/cuando las farras dejás, /sentís tu pecho oprimido/ por un recuerdo querido/ y te ponés a llorar”.
Otra de las elegidas, la dama del tango, Mercedes Simone, mezzosoprano de dicción impecable, compuso varios (“Incertidumbre”, “Tu llegada”), pero fue “Cantando” su carta de presentación: “Cuando arranca ‘Cantando yo le di...’ todo lo demás pasa a segundo plano”, su debut en la película Tango! y la elegida por Pujol: “Cantando lo encontré, /cantando lo perdí, /porque no sé llorar, /cantando he de morir”.
Años después, en los ochenta, la voz de Teresa Parodi irrumpió en Buenos Aires y el corazón de arcilla del canoero Pedro fue estribillo y moda: “sobre la canoa /se te fue la vida”.
¿Y el rock? Tendremos que conformarnos con estar en los títulos y tener los ojos de papel. Finalmente la compositora de los noventa, la SuperGirl (un homenaje a la canción de Tuli Kupferberg) es Gilda. Si es cierto que las palabras mal usadas son la verdadera afonía, la asfixia de las sílabas, qué bendición (espiritualidad mediante) cuando ganan en gracia. “Fuiste”, la canción que Gilda grabó en 1994, ganó esa gracia, ese don y ahí brilla implacable en plena conjugación. Escribe Pujol: “Gilda impregnó a sus canciones de ese efecto de verosimilitud sentimental que la canción romántica ha tenido desde los tiempos de Schumann, si se me permite tamaña referencia”. Sin embargo a mí, la única referencia que se me ocurre no es la de la salvedad entre Gilda y Schumann sino –recordando a Landau en Crímenes y pecados– entre Schumann y Schubert.
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