Viernes, 3 de diciembre de 2010 | Hoy
PRIMERA PERSONA
Soprano lírica con coloratura, de voz límpida y flexible, Paula Almerares está pasando por una etapa de particular esplendor, habiendo deslumbrado este año con Giulio Cesare, la Sinfonía de los Mil y, últimamente, el Fausto de Gounod. En la cima de una carrera que comenzó muy joven, ahora también se dará el gusto de cantar junto a Marilina Ross.
Por Moira Soto
“Soy la oveja negra dentro de una familia musical que siempre me apoyó, tres generaciones de artistas, todos cuerdistas, menos mi madre”, dice risueña la soprano Paula Almerares, con esa voz fresca, líquida, que da placer escuchar aun en un diálogo coloquial. Y es así nomás: nieta de Enrique Baldassari, que fuera concertino, integrante fundador de la Orquesta Estable del Teatro Argentino de La Plata; hija de Héctor Almerares –creador del Cuarteto de Cuerdas Almerares, que incluye a Jorge y Francisco, tíos, y a Alejandro, primo– y de Leonor Baldassari, primera bailarina del Argentino; hermana de Viviana y prima de Verónica, violonchelistas de la misma orquesta donde estuvo el abuelo Baldassari. A su vez, Paula está casada con el tenor, régisseur y escenógrafo Rubén Martínez. Paula Almerares prefiere no hablar de sacrificio cuando se refiere a las duras exigencias de su oficio: “Fue algo elegido, que abracé incondicionalmente. Durante la adolescencia, decidía por mi cuenta no ir a bailar porque me gustaba tanto cantar, que no quería quedarme sin voz para la clase del día siguiente. A los 17, cuando hice el viaje a Bariloche, llevaba la polera, bufanda: mis compañeras se reían porque, claro, ellas iban con ropas mínimas. Pero a esa altura yo sabía cuáles eran mis prioridades, creo que tener una mística a esa edad es de lo mejor que te puede pasar en la vida. También es fantástico descubrir y desarrollar un potencial. Mirá, mi padre están dando clases de violín en una escuela muy carenciada, con chicos de la villa, y tres de sus alumnos adolescentes ya están en Nueva York, gracias a que fueron valorados y estimulados. Entre más de 800 discípulos, hay una chica con atrofia muscular a la que mi papá le hizo un arco de violín especial para que pudiera sostenerlo. Mucha gente no comprende lo que el arte puede hacer por la gente carenciada, hasta qué punto puede mejorar la vida de niños, de jóvenes. Esta chica discapacitada se está recuperando en todo sentido”.
–Te puedo decir que trabajo muchísimo cada personaje, me tomo alrededor de seis meses para estudiar cada ópera. Hago un proceso de elaboración a fondo, es una pasión muy grande la que tengo por cantar. Una auténtica vocación: me siento feliz cantando, me hace bien transmitirlo, que la gente reciba esa energía que yo puedo darle, es un ida y vuelta.
–A veces la gente me pregunta por qué no hago tal o cual ópera, como si se tratase de elegir al azar. Algunos roles piden cierta experiencia de vida para encararlos cabalmente. Me pasó con Lucia de Lamermoor, por ejemplo, que hice el año pasado. Mirá, yo empecé a cantar en público a los 18, podría haberme puesto a interpretar a Lucia mucho antes. Pero en mi conciencia sabía que aún no había llegado el momento de hacer a un personaje tan complejo, que se vuelve loco en escena, que mata... Creo en el arte encarado de esta manera. Un arte que en definitiva eleve las emociones de la gente, amplíe su comprensión.
–Con esta ópera pasamos al barroco, pero actualizado: con un poco más de lirismo, empleando el lenguaje de las manos. La transformación de Cleopatra en Evita se fue dando casi naturalmente, nunca supe si el régisseur Gustavo Tambascio lo tenía previsto, porque en ningún momento me dijo claramente: “Paula, ahora vas a ser Evita”. Solo anunció que íbamos a pasar a los años ‘50. Imaginate: Julio César, Cleopatra, ¿a qué personajes corresponderían? Perón y Evita vinieron a mi cabeza. Tambascio me puso ese micrófono de los discursos y ahí fue saliendo todo... Para mí fue muy claro encontrarle el sentido. Resultó una creación muy inspirada del régisseur y una oportunidad maravillosa y también muy emocionante para mí.
–Fue algo excepcional que se hiciera esa sinfonía por la cantidad de intérpretes que requiere. Felizmente, se pudo contar con un director como Alejo Pérez. El año que viene vamos a hacer las Cuatro Ultimas Canciones, de Richard Strauss, una obra maravillosamente poética y romántica, me tocará cantar todo el tiempo. En diciembre ya nos juntamos con Alejo a trabajar.
–Más allá de la parte religiosa, más allá de las creencias de cada uno, hay acá una reflexión sobre el Bien y el Mal. Fue muy interesante jugar con todo ese mundo de ambiciones, de tentaciones, de intento de corromper la inocencia. Porque Margarita siente amor verdadero por Fausto, conoce la pasión y luego –como Lucia– entra en locura. Ella es víctima de la doble moral, abandonada en su embarazo, ve crecer su vientre, sufre el rechazo general. Decidimos hacer el “Aria de la rueca”, que habitualmente se soslaya, porque le da una continuidad al relato. Queda claro que ella tiene el hijo sin ayuda en la iglesia.
–Muy contundente, sí, Durante los ensayos, me impactó mucho emocionalmente, lo tuve que ir asimilando. Pero al principio, cuando Paul-Emile Fourny propuso este enfoque tan crudo, fue un poco inquietante. Felizmente es un régisseur con el que se puede tener intercambio, opinar, aportar, lo que redunda a favor de las interpretaciones. He tenido esa suerte en Lucia, en Giulio Cesare, me siento afortunada de estar en este momento tan bueno del Teatro Argentino, me alegro mucho de que confíen en mí.
–Al contrario, qué maravilla que una opera te hable con esa actualidad, aunque se trate de algo tan triste. El drama de Romina es bastante parecido, aunque las circunstancias sean diferentes. Desde el primer día, Paul-Emile dijo: “Quiero a una chica con convicciones, y después quiero a una mujer”. No la típica Margarita algo tontita que se deja seducir y le cae la desgracia encima. Este personaje es el eje, el único que tiene dos arias muy importantes.
–¿Ancestral o actual? Porque no es cuestión de que los hombres cocinen o hagan las compras, hay una mentalidad de supremacía que sigue siendo igual. No hay más que observar la vida cotidiana, la televisión, la publicidad...
–Muy, muy fuerte. Mirá, justamente mi mamá lo presenció todo porque estaba bailando con el partenaire en el lugar donde se originó el incendio, ella vio la primera llama. Yo era chiquita, me fueron a buscar a la escuela y me puse a llorar temiendo que le hubiera pasado algo a ella. Mi madre bailó durante dos años, después abandonó, creo que no pudo soportarlo. Y ahora ve a mi hermana que integra la Orquesta Estable del Argentino, a mí cantado sobre el escenario. Son emociones inefables.
Fausto, el domingo a las 18.30 en el Teatro Argentino de La Plata, con Paula Almerares, Luca Lombardo, Homero Pérez-Miranda, Cecilia Díaz, Luciano Garay.
Servicio de ómnibus desde Callao 237, entradas a partir de $ 15. Más información: www.teatro argentino.gba.gov.ar. El 8 y 9 de diciembre también participará de Uno más uno, el recital de Marilina Ross en el Teatro Opera.
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