Viernes, 10 de diciembre de 2010 | Hoy
LITERATURA
Dueñas de una obra necesaria, ya convertida en los últimos años en una obra reunida, que ha signado el trabajo de muchos autores y autoras contemporáneos, las poetas Diana Bellesi e Irene Gruss conversan aquí sobre sus comienzos con la poesía, lo que buscan cuando escriben, lo que las enojó alguna vez y las ilusiones que siguen.
Por Irupe Tentorio
“Cuando miro a esa niñita que quería ser poeta, la recuerdo con mucha dulzura, y puedo llegar a decirle: ‘Qué bien, todo lo que hemos recorrido juntas’”, dice Diana Bellesi con una mirada luminosa que sonríe y asiente cada vez que la frase del otro resuena en su interior para volverse una evidencia constatable y compartible. Irene Gruss señala que para ella la música y el canto son dos cosas centrales que la llevaron a la poesía: “Sobre todo la letra ¿viste?”. Irónica, sonriente, generosa... tantas cualidades en ese mirar lírico hacen que con pocas palabras uno se dé cuenta de que ella fue quien tuvo el oído atento para escuchar a Diana decir –en una de las tantas cenas que supieron tener– “¿por qué estás diciéndome que escribir es lo único que tenemos?”. “La escuché y dije, esto lo meto en un poema.” Y así fue como ese texto que aún no lo era formó parte del poema “El Jardín”.
Durante la conversación con las poetas Irene Gruss y Diana Bellessi se puede llegar a pensar que es posible definir la poesía, que es sencilla o asible la lógica de este lenguaje particular que para tantos críticos, expertos e incluso lectores, se mantiene como un enigma, muchas veces de tan respetable poco visitado. La metáfora y el ritmo parecen ser dos ejes que van hilvanando la obra de ambas así como también toda la conversación con estas dos poetas argentinas, cuyas obras copan las cuatro últimas décadas y que han sido editadas en estos últimos años en una suerte de obra reunida, Bellesi, Tener lo que se tiene (Adriana Hidalgo) y Gruss, La mitad de la verdad (Bajo la luna).
Diana Bellessi: –Sí, siempre. Lo que no sé es por qué, pero lo elegí a muy temprana edad. En la vida de todo poeta se empieza un poco tenso, y en algún momento todo se suaviza. Creo que ese es el momento maravilloso de la poesía.
Irene Gruss: –No, yo creí que iba a ser prosaica, narradora. La poesía se me dio más tarde.
D. B.: –Era muy chiquita cuando me enamoré del verso. Mi primer acercamiento fue escuchando las coplas, y después vino el mundo del verso escrito.
I. G.: –En mi caso se dio a través de la lectura. En mi casa leí mucho y también cantaba, por lo tanto la letra viene con la musiquita.
I. G.: –Yo creo que tanto la poesía oral como la copla anónima es la marca inicial. Después con los años uno se empapa con las distintas estéticas.
D. B.: –Cuando sos pequeña escuchás canciones de cuna, luego metros y rimas en los juegos, y creo que ése es el primer amor que uno tiene con el verso.
D. B.: –Primero, se tiene lo que se escribió, y si tenés suerte llegás a rozar esa vocecita, pequeña e íntima, que todos los seres humanos tenemos. Lo que te trae es ilusión, ilusión de que podrás tocar esa voz. Porque también es cierto que uno escribe muchos versos que no tocan ‘ahí’, pero cuando siente que se produce ese encuentro, sabe que llegó a la poesía.
I. G.: –Es sólo una sensación, uno nunca tiene. En estas dos obras escritas yo creo que uno siente que todavía falta. No existe un poema en donde uno sienta que llegó.
D. B.: –No se llega, es un camino.
I. G.: –Yo lo siento en el pecho. Me encaja.
D. B.: –No es algo racional, es como dice Irene... es algo que se siente. De todas maneras, no creo que se “tenga” el poema que uno escribió. Cada poema es una puerta abierta hacia otro lugar que uno espera que llegue.
D. B.: –Sí, donde uno no está pendiente de uno. Esa es la belleza de escribir poesía. El arte es un campo de ilusiones y la poesía está incluida en él. Uno siente que, cree que...
I. G.: –El “no” yo.
I. G.: –Muchas veces nombraste, Diana, la palabra ilusión.
D. B.: –Siempre me gustó. Porque la ilusión te remite a la esperanza, y esperanza más ilusión te remiten a un populismo cristiano. Pensaba recién en Cristina Campo, ella tenía, por ejemplo, ilusión por la liturgia católica en latín. No señalo al populismo ni al cristianismo a favor ni en contra, sino que me refiero a aquello que aquí o allá, en la base de nuestra cultura, se fijó de una manera hermosa, y que produce un efecto único.
I. G.: –Algunos sí, y otros no. Yo trabajo mucho.
D. B.: –A mí sí me salen de un tirón. Corrijo detalles mínimos, pero la estructura de sentido y de sonido queda tal como nació.
I. G.: –La serie en que hablo sobre el asma. Fue un trabajo musical. Presté atención en los encadenamientos, el corte, la pausa. También es cierto que hubo muchos desencuentros.
I. G.: –Nada. Trabajé e investigué sobre el tema, pero mi intensión no fue que sea literal y ahí estuvo el trabajo. Yo hablo de un ahogo diferente o igual.
D. B.: –El ritmo en la poesía es también sentido. Con cada libro se genera una obsesión, que uno sigue hasta donde puede.
D. B.: –No, no es con una misma, es con el mundo... No por una conversación directa con otra persona, sino por los muchos que están incluidos en el universo del poema.
D. B.: –A mí me parece que cuando se es joven, una está preocupada por la voz propia, cuando te vas poniendo viejita, te preocupás por la voz del poema.
I. G.: –Grandes palabras. A mí me pasó esto con la serie sobre el asma porque decían que salía del “yo”. Y hay que salir de ese “yo”.
D. B.: –Pero sin salir del poema.
D. B.: –Simpleza y hondura.
I. G.: Sin llegar a la copla.
D. B.: –La copla está empapada de lo más hondo de la condición humana. Ya sea que mire cómo camina una hormiga o mire una piedrita. La vida es extraordinaria y efímera, y la copla habla de esas cosas. De lo mismo que es, a la vez, diferente. No tiene un solo autor, ha ido siendo hecha por muchos a lo largo del tiempo. Esa diversidad es la belleza de la vida.
I. G.: –Para mí no es tan así, en general todo es muy cruel. Todo lo que se transforma o se repite. La maravilla está en lo extraordinario, en lo cruel.
D. B.: –Todo es extraordinario, incluso lo que le toca a cualquier ser viviente, que es morir. Ya que sin ese movimiento no habría vida.
I. G.: –Yo más que con la muerte estoy más enojada con la decadencia del cerebro y del corazón. Me duele muchísimo la gente que ha dejado de sentir. Esto tiene que ver con lo que escribimos, porque creemos que hace falta.
D. B.: –Se renueva siempre, Irene.
I. G.: –Sí, por suerte. Pero no hay que dejar de ver que hubo momentos en los que, cuando se renovó, también se destruyó.
D. B.: –Está bueno pasar a la historia. Cuando miro la historia, también la miro como extraordinaria, aunque a veces me cause llanto.
I. G.: –Sí, la falta de conocimiento de la historia del país. De los jóvenes, que por suerte ahora volvieron a apropiarse de ella.
D. B.: –En nuestra juventud no dudábamos de cuál era el camino, teníamos el modelo frente a nuestros ojos... y nos equivocamos bastante. Es un dolor que se acarrea, pero también una alegría, porque como ahora no hay modelo, hay que inventarlo. Confío en nosotros y en los que vienen detrás de nosotros, algo nuevo va a nacer.
I. G.: –Lo escribí de un tirón. Un día, me llamaron a las seis de la mañana para contarme que la mujer de un amigo mío había tenido un accidente, había muerto. Había salido en Diario de Poesía una serie de fotos de toda nuestra generación. Yo tenía el Diario... desplegado y justo estaba la foto de Diana Bellessi frente a mí, esa imagen decía las preguntas y yo iba transcribiendo. El poema habla sobre la vida y la muerte, y ese vocativo –el sonido de la palabra Diana y además la expresión que ella tiene en esa foto– me contuvo mucho. Me permitió trabajar esa especie de conversación; ficcioné cosas reales y cosas no reales en ese tire de preguntas que hago en el poema. No es autobiográfico ni biográfico. Ni de Diana ni de mí. Es una figura. Es uno de los poemas más verdaderos que he escrito; lo quiero mucho. Diana es una mujer que yo idealizo hasta el cielo, toda la vida fue así. Lo que no sé es por qué se enojó.
D. B.: –Quizá me enojé porque sentí que ponías en mi boca palabras que yo nunca hubiera dicho. O que ponías en la tuya palabras que yo sí hubiera dicho. Pero te quiero tanto, y quiero tanto lo que escribís...
D. B.: –Osvaldo Bossi, Sonia Scarabelli, Paula Jiménez, Martín Rodríguez, Alejandro Crotto...
I. B.: –Beatriz Vignoli, Estela Figueroa, Alejandro Smith, Silvina López Medín, José Villa, Gabriel Reches, Florencia Minici.
D. B.: –Siempre nos quedamos con un montón en el cajón.
I. G.: –Y siempre la gente lee lo que no nombramos.
I. G.: –Mucho, me dio mucha impresión.
D. B.: –Nada. A mí me dio impresión cuando estaba construyendo el archivo, pero con el libro ya hecho es como si fuera de otro... Además, solo me vuelvo a leer cuando tengo que elegir un poema para leerlo en público, o para una antología.
D. B.: –Acabo de escribir un librito en prosa. Fue un pedido que me hicieron, es una memoria sobre la infancia y la adolescencia en mi pueblo, Zavalla. Me gustó mucho hacerlo.
I. G.: –Estoy escribiendo distintas series de poemas. Una sobre hablarle a la pared y la otra (con distintas variaciones) que habla sobre el punto medio que existe entre la pena y la nada. Y además otra prosita..
I.G.: –No sé, todavía no.
Este martes, 14 de diciembre, Diana Bellesi se presentará junto a Liliana Herrero en un Recital de Poesía y Música en el Centro Cultural de España en Buenos Aires. A las 19 horas, en Paraná 1159, CABA.
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