Viernes, 10 de diciembre de 2010 | Hoy
Safo (630 a.C.- 570 a.C.)
Por Aurora Venturini
Nacida en Mitilene, región de la isla de Lesbos, sus padres fueron Samandrónimus y Cleis, ambos lésbicos. Ellos formaron un matrimonio aristocrático y la niña recibió educación privilegiada y musical. No hay noticias fidedignas acerca de la naturaleza de vida y actividades de la infancia de esta bellísima y muy discutida dama. En museos y textos alusivos se la muestra dentro de un óvalo borroso que, a pesar de la bruma de los siglos, destaca un rostro de sin igual finura y una cabeza elegante, ceñida la cabellera enrulada por una tiara y estéfano de gloria frontal, con diminutos caireles que le decoran la frente. Sus facciones delicadas y la mano derecha empuña un estilo de escribir decidido a rimar en el cuaderno que sostiene la mano izquierda. Lejana mirada recepciona y trasunta inspiración. Tan actualizada es su naturaleza expectativa y su disposición general, que el personaje podría lucirse ahora mismo en una calle ciudadana del siglo XXl. Safo contrajo nupcias con un señor poderoso llamado Cercyla y dio a luz una niña. A su hijita, Safo dedica tiernas poesías siendo una de ellas recogida por sus comentaristas: “Niña hermosa que parece una flor de oro / mi Clea querida lecha de espuma de mar y nubes / Quién pudiera salvarte de la vejez y darte eterna juventud de infancia”. Algunos fragmentos hurtados a la destrucción del tiempo y a la mala intención humana están dedicados a su madre: “Madre dulce como miel de panal / el paladar de mi alma se dora con tu miel deliciosa / madre amada”. También se conservan unos poemas dedicados a su hermano Larichus, que trabajaba en el Ayuntamiento de Mitilene, atendido por jóvenes ilustrados en la fabricación y rotulación del vino de colada: “Hermano mío, tostado por el sol isleño / en la tarea de / exprimir el zumo grato / a los dioses y a los hombres”. Era costumbre griega que los maestros y sus discípulos y las maestras y sus discípulas mantuvieran relaciones carnales. Para los griegos cultos del siglo V a.C. consistía este ejercicio erótico en la necesidad de entrega total, sin ver en eso perversión. Naturalmente nuestra heroína lo practicó tal como los cánones antiguos lo prescribían. Parece ser que ella dirigía un instituto destinado a la instrucción general de las adolescentes del lugar y ahí se practicaba ese hábito como se practicaría entre los socráticos. Según mi parecer, a cada época corresponde un tipo de entrenamiento ineludible y que cada sistema proceda según sus convicciones y que cada cual haga de su culo un pito. Pero nunca faltan los escuchas y las harpías que emporcan las meas. Sucedió que entre los años 604 y 549 a.C., Safo fue exiliada a la isla de Sicilia. Según fragmentos en papiros, sufrió alejamiento de su familia, de sus alumnas y de las comodidades y lujos a los que estaba acostumbrada. Sugieren los investigadores que regresó a Mitilene, donde vivió hasta la ancianidad. Ya de edad provecta se dedicó a aconsejar a las muchachas casaderas el arte de la seducción erótica. A este asunto hace referencia Rainer María Rilke en un episodio de su novela Los cuadernos de Malte Laurids Brigge: “Ellas no debían morir sin tener un amanecer placentero. Ella adiestraría en el adiestramiento de esos instrumentos, hasta en el menor sonido de sus cuerdas. Su doncellez implicaba una decisión tan profunda que una amante llena de agitación pudo dedicar a este corazón naciente, su libro de versos, en el que cada uno mostraba un sentimiento no saciado. Safo les enseñaba el ascenso nocturno del deseo prometiendo el dolor como un universo grande. No obstante sospechaba que con su dolor cargado de experiencia estaba lejos de alcanzar esa espera oscura que volvía hermosa a la adolescencia. Y que al llegar el tiempo de las amistades más agitadas, muchachas, que sea vuestro secreto llamaros unas a otras Dika, Anaktoria, Gyrinno o Atthis”. Por sobre todos los trabajos desempeñados por esta señora, lo sobresaliente es la poesía. Inventó el verso de tres endecasílabos y un adónico de cinco sílabas: su Oda a Afrodita. Fue autora de 9 libros, epitalamios y loas nupciales. Longino, en su Tratado de lo sublime, la menciona, y Dionisio de Halicarnaso recoge su Oda a Afrodita. La poeta influye en Teócrito, Ovidio y Cátulo. Su fama llega a Atenas y a Roma; triunfa sobre los siglos y es comentada por Rilke, Byron y Leopardi. Platón la consagraría “la Novena Musa”. En 1703 de nuestra era, la torpeza seudopensante ordenó quemar sus obras. Se han reconstruido fragmentos de la Oda a Afrodita, y algunos poemas. Esta mujer sabía del arte de versificar más que los maestros de todos los siglos de su contemporaneidad. La Oda a Afrodita, cuyo tema es endecha amorosa, ruega a la hija de Zeus que mitigue el fervor que incendia su pecho, abandonando el carro de oro por un momento. Los versos funcionan en endecasílabos, en número de tres, respetando los vocablos de los extremos, en caso de percutir agudo, suma uno; en caso de percutir esdrújulo, resta uno, y cuida los acentos en toda la extensión expresiva. Al pie, los cinco hemistiquios completan una vera exquisitez textual.
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