Viernes, 21 de enero de 2011 | Hoy
INTERNACIONALES
El premier italiano Silvio Berlusconi está acusado por la Justicia de su país de llevar quince mujeres en situación de prostitución a su mansión. La joven Karima El Maghoud fue la que desató el escándalo cuando estuvo presa y le pidió al hombre que visitaba en privado que la ayudara a salir. Ahora el zar mediático y político podría ir preso. Pero, además de las posibles penas, el caso revela la doble moral de un presidente aliado en sus políticas públicas con el Vaticano.
Por Luciana Peker
La pizza con champagne menemista, aliada con el Vaticano en las políticas públicas (nacionales e internacionales) pero festiva puertas adentro de Olivos, tiene su correlato en Europa, pero con fetuccini y rubíes. La fiscal de Milán Ilda Boccassini asegura tener pruebas de que Silvio Berlusconi mantuvo una especie de harén con, al menos, quince mujeres en situación de prostitución en su mansión de Acore. Pero, además, que le pagó dinero por sexo a la joven marroquí Karima El Maghoud, ahora conocida como Ruby (en verdad porque la policía la detuvo por robar rubíes, pero Berlusconi llamó a la comisaría para pedir que la liberen), quien ya reveló que el mandatario (de 74 años) quiso pagarle por su silencio y que sabía que ella era menor de edad.
En cambio, Silvio alega inocencia en su desconocimiento de la edad de una joven a la que le lleva 57 años como estrategia de defensa. Además de decir –a modo Isidoro Cañones– que él no paga por una mujer. Pero no se trata de porotos en un truco de vanidades masculinas. Se trata de la Justicia.
Y ahora, o lo paga en la cárcel o tiene que poder demostrarlo.
Pero además el affaire de Berlusconi (que no es un reality más del mediático imperio del zar de la televisión y el poder político italiano) desnuda que la prostitución, la trata de mujeres, la explotación sexual no sólo no son combatidas sino que cuentan con la complicidad y el uso de (al menos) uno de los varones más paradigmáticos del planeta. Tampoco es una situación aislada. Berlusconi ya criticó al gobierno español por tener demasiadas mujeres en el Poder Ejecutivo (“es un gabinete rosa”, se había burlado de la paridad dispuesta por José Luis Rodríguez Zapatero), justificó una ola de violaciones en Italia por la belleza de las mujeres (como si algo pudiera justificar una violación) y dijo –jactándose de los delitos de los que se lo acusan– que mejor estar con mujeres que ser gay.
Las fiestas con menores berlusconianas son el reflejo de una cosmovisión sobre los derechos de las mujeres. Pero no sólo eso: tanto en la implementación de una restrictiva ley de fertilización asistida, como en su rechazo a la eutanasia y a la libertad para abortar, sus políticas siempre estuvieron aliadas al Vaticano. Aunque del dicho al hecho hay tanto trecho que Berlusconi se sintió con poder para decirle al padre de una joven conectada por años a un respirador que no la podía dejar morir en paz, él no dejó en paz a las mujeres a las que les habría pagado por sexo.
Claudia Korol, educadora popular e integrante de Pañuelos en Rebeldía, reflexiona: “El escándalo Berlusconi no es más que un nuevo signo de los niveles de violencia y degradación a los que ha llegado la llamada ‘civilización’ occidental. La naturalización de la prostitución –incluso la de menores– como parte del festín de los poderosos es una de las caras de una sociedad patriarcal, que multiplica este hecho por miles, al punto de que la mercantilización y la cosificación de los cuerpos de mujeres y niñas –e incluso su esclavización– es uno de los principales negocios en el mundo. Son esos señores los que, encubiertos en los favores de la jerarquía vaticana –al igual que los curas pedófilos–, organizan los festines violentos de la guerra y el saqueo de los pueblos del Tercer Mundo”.
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