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Viernes, 17 de junio de 2011

HOMENAJE

NETAMENTE ARGENTINA

“Lo que me provoca a mí la búsqueda de esos materiales en el Norte, de Jujuy sobre todo, son los rastros que dejaron los incas en esos indígenas calchaquíes, diaguitas, lules, todos los indígenas que estuvieron, como un desprendimiento de los incas, deambulando por el Noroeste argentino. Y eso quedó muy grabado en mí”, dijo alguna vez Mary Tapia, refiriéndose a las amadas tramas nacidas y criadas en territorio latinoamericano: del barracán –su preferido– al aho poí, del aguayo al picote. Esas fueron sus materias primas y son también las materias primas de un imaginario autóctono que ella supo rescatar del cipayismo en el que suele o solía caer la moda argentina. Su primera muestra consagratoria fue Pachamama prêt-à-porter, en el mentado Instituto Di Tella. Y hacia la Pachamama ha vuelto, ahora que su corazón dejó de latir hace apenas una semana, cuando se preparaba para cuidar a su nieta, mientras seguía anotando historias en el libro que recopilaría sus memorias.

 Por Felisa Pinto

Hace pocos días, a Mary Tapia le falló el corazón. No andaba bien en los últimos tiempos, pero todavía latía con fuerza cada vez que Mary inventaba un nuevo proyecto en su cuarto de costura. Nacida en Montero y educada en Lules, dos pueblos del Tucumán profundo, Mary era hija de madre española y padre tucumano nativo, de ocho generaciones. Por lo tanto, una criolla típica que llegó a Buenos Aires con una primera ambición de ser actriz; y lo logró por un tiempo, y con los años cambiaría su vía de expresión hacia la ropa con raíces netamente autóctonas, en los años ’60, cuando sus prendas fueron consideradas extravagantes y exóticas por el gusto oficial de la moda argentina.

Conocí entonces a la Tapia y fuimos buenas amigas y compinches para siempre. Compartimos el goce por su estética talentosa muchísimas veces. Y también trabajos y proyectos. Los últimos datan de 2006, cuando Mary expuso su perchero en Expotrastiendas en octubre y después en su retrospectiva Moda con identidad criolla en el Malba, en diciembre de ese mismo año y de la que fui curadora junto a Victoria Lescano. Revisé entonces su recorrido entusiasta y genial desde 1966 hasta 2006. Ahora vale la pena rescatar del archivo de Las 12 una nota mía publicada en octubre de 2006 en este suplemento. Allí está el retrato vivo de Mary Tapia.

Para cumplir sus 40 años con la costura y las urdimbres del barracán, Mary Tapia eligió exponerse junto a sus piezas únicas, colgadas de un perchero en un stand de la feria de galeristas Expotrastiendas, realizada durante la semana pasada en el predio del Centro de Exposiciones de la Ciudad de Buenos Aires. En medio de la multitud (“estaba todo el mundo”), Mary se encontró con sus fieles seguidoras nacidas y criadas en la clase media ilustrada e intelectual argentina y extranjera. Desde Marta Minujin y Victoria García Olano hasta Dominique Sanda, por ejemplo. Todas se rieron ante la descripción de la ropa de Mary de este año: “Me salió todo muy Evo, evísimo”, dijo, al mostrar chalecos y sacos o abrigos que aludían, como todo su sello, a la ropa andina. Y añadió con su humor consabido: “¡Todo lo que usa Morales parece diseñado por mí!”. Pero no todo es evísimo. Hay sacos cortos achanelados de barracán clásico con forros de gasa de seda hindú en tonos de rosado, como faldas plato, de tafetas, con volados de sedas tornasoladas que se llevan con chaquetas cortas de picote, otra urdimbre elegida siempre desde hace 40 años por la Tapia. Sin esconder algunas aplicaciones de bordados y cintas de terciopelo recorriendo las costuras, o flecos de colchas santiagueñas en amplias faldas de barracán teñido en rojos diversos. “En el verano próximo iré a México, en cambio, a buscar y rescatar rosas art déco del arte popular, bordadas a mano para aplicar en ropa de todas las estaciones. Y también en Buenos Aires trabajaré con una cooperativa de bordadoras paraguayas para hacer un vestuario de verano sobre aho poí blanco con incrustaciones frescas de ñandutí”, anuncia con entusiasmo Mary, viajera incansable en pos del arte de la costura popular.

SOUTH AMERICAN WAY

Sus comienzos, en el ’66, se vieron en la galería El Laberinto, mezclando ya entonces audaces texturas del NOA con encajes y puntillas europeizadas. Los minivestidos de barracán, en cambio, hechos con esa tela y liencillo de algodón, algunos bordados por naturales del Norte, fueron paseados en un audaz desfile realizado al borde de la pileta de natación de los Baños Colmegna, adonde las modelos alternaban con atléticos jovenzuelos en paños menores. El éxito y su destino estuvieron marcados allí, en su estilo inmutable y sensible a las texturas latinoamericanas. Para eso viajó a Villarrica, en Paraguay, rescatando el aho poí, tan amado por ella como el barracán de telares norteños argentinos. Desde 1966, ninguna colección ha nacido sin esas urdimbres. En el ’69, cuando Romero Brest la invitó a exhibir sus “obras” en el Di Tella, Mary bautizó esa muestra como Pachamama prêt-à-porter. La tarjeta de invitación reproducía reflexiones y presentación de la Tapia para ese nuevo público: “En Buenos Aires, la última moda no llega nunca. Porque recién seis meses después hay que ponerse lo mismo que usan las europeas. En cambio, qué bárbaro lo que hacen nuestras kollas, o las mujeres del Paraguay, o las indias de Zuleta, en barracanes, ponchos, tapices y guardas bordadas. En esta colección se mezclan esas texturas con tejidos de otavalo y bayetas a mano, por lugareños de Cuenca, en Ecuador, o tapetes de Quito. Por todo eso, crear una moda argentina se convirtió en mi obsesión”.

La ropa de la Tapia empezaba a consagrarse en el ámbito de las elegantes que cruzaban la Galería del Este a comienzos de los ’70. Entre ellas se destacaba María Luisa Bemberg, vistiendo un Tapia auténtico, para asistir al lanzamiento de un libro de Borges o Mujica Lainez, en la Librería La Ciudad. La ropa de esta tucumana –que llegó a Buenos Aires a los 15 años queriendo ser actriz, antes de descubrir su fervor costurero– ya había encontrado a sus seguidoras. Hasta que en el ’73 su colección cruzó a Nueva York invitada por el Center for American Relations. El desfile se hizo con la música del Gato Barbieri. “Las chicas trataban de seguir la maravillosa música deformada por el Gato, ‘El cóndor pasa’ y ‘El arriero’, y hacían lo que podían. ¡Pobres...! Esa colección se hizo luego de un viaje de búsqueda por Bolivia, Panamá, Colombia y Paraguay, además del NOA. Aunque tampoco descarté entonces terciopelos y botones comprados en el mercado de pulgas de París. Allí se vieron, aplaudidos a rabiar, levitones de barracán con botones y detalles de terciopelo, y piezas únicas, bien cotizadas, como tapados muy amplios de oveja negra, procedente de Abrapampa, cerca de La Quiaca, con pelerina bordada con cintas de terciopelo”, recuerda divertida. El picote, género de lana blanca o cruda, sirve siempre de base a tapados o abrigos importantes. Y mejor si se descubre alguna faja mataca, para poner toques de color. Estos años del ’70 fueron decisivos para esta suerte de antropóloga de la moda, como siempre me gusta llamarla para definir su rol en la costura.

AVATARES PARISINOS

También en los comienzos de los ’70, una experta francesa en modas, Christianne de Roger Gadol, invitó a Tapia para darla a conocer en París, en el Salón de Prêt-à-Porter. Un grupo de 32 ropajes viajó con ella, además de un audiovisual realizado por Jorge Zanada, que ilustraba sobre la técnica textil primitiva. Sin embargo, la conducta casi igualmente primitiva de Mary hizo que tal debut en el salón se frustrara. La propia Tapia recuerda: “No niego que al llegar me sentí como Lilí en el circo. Era la primera argentina, es más, la primera latinoamericana, que iba a mostrarse en el salón. Sin embargo, por malos manejos o fallas de idioma, mi stand previsto por carta no existía en todo el predio. A pesar de la ayuda de la revista Elle y mi amigo Torres Agüero, el pintor, no se pudo hacer nada. En cambio presenté la colección en el Teatro L’Epée de Bois, ubicado en la plaza de la Contrescarpe, reducto de la vanguardia parisina, cedido por Fernando Arrabal y Delphine Seyrig, convocados por toda la barra de mis amigos que vivía ya en París: Alfredo Arias, Marilú Marini, Facundo Bó, Juan Stoppani y Copi. Y conté con la presencia y como espectador, en esa misma sala, de Atahualpa Yupanqui”.

MI BUENOS AIRES QUERIDO

Un aterrizaje brusco y conservador hasta la exageración fue el que sufrió la Tapia al alquilar una boutique en la Galería Promenade, cuando volvió de Francia. Para contrarrestar tanta burguesía, resolvió presentar su colección en un ámbito muy convencional, recurriendo al shock de una puesta audaz e inédita, muy informal. “Eran treinta hombres y treinta mujeres no profesionales, ‘gente común’, dispuestos a terminar con la manía de las mannequins. Estaban lanzados a la pasarela, caminando o estando, simplemente”, recuerda complacida y divertida. Esa voluntad de espontaneidad quedó ratificada en la elección de los materiales todavía no sacralizados en la costura y mucho menos en la alta costura. A la gran mayoría de barracanes se sumó la humildad de la chagua, esa red vegetal tejida y coloreada por los indígenas en el Chaco, con la que los y las aspirantes a hippies de los ’60 y ’70 nos vestimos, ya con chalecos largos o con bolsos colgando de nuestros hombros de militantes progre y ecologistas avant la lettre. En esa colección tampoco desdeñó los apliques de cuero de buches de avestruz, bordados en seda por campesinos pampeanos. O las faldas tejidas con dibujos incaicos, donde predominaba el tono solferino, líder en el gusto de la época. Y el agregado de aguayos, esa tira de género tejida en telar en la que los kollas suelen sostener sus bebés sobre las espaldas.

Al comenzar el siglo XXI, Mary fue premiada por los portavoces de la moda oficial argentina. En 2001, la Cámara Argentina de la Moda, en un lujoso salón del Caesar Park, la coronó con dos tijeras, símbolo de su premio en ese ámbito. Una Tijera de Oro –distinción máxima– y una Tijera de Plata a su trayectoria. En 2002 le dieron el Premio Konex de Platino, por sus dones. En ambos casos agradeció “con un gran saludo a todos los diseñadores que con su trabajo buscan contribuir a crear una moda netamente argentina”.

Actualmente se encuentra enajenada en la tarea de exhibir de una manera retrospectiva sus clásicos, dentro de la muestra que Malba Moda proyectó para este año, en diciembre. Identidad criolla es el nombre de la misma, e intenta mostrar los mejores logros en materia de ropa referida a los iconos criollos, firmada por todos los más jóvenes y talentosos diseñadores que han focalizado esa temática como una opción para vestir, citando elementos y formas alternativas derivadas del folklore, sumadas a sus exitosas colecciones, de estilos propios, en los últimos tiempos.

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MINI-VESTIDO DE BARRACAN.
PERFORMANCE EN “BAÑOS COLMEGNA”, 1967.
Imagen: foto de tapa: marcos lopez
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