Viernes, 17 de junio de 2011 | Hoy
PRIMERA PERSONA
Luz Palazón se multiplica en 2011 interpretando una recomendable obra en cartel, He nacido para verte sonreír, y con otras dos piezas en etapa de ensayo, mientras que en agosto se producirá el estreno cinematográfico de la comedia Mi primera boda.
Ella dejó una fuerte impronta interpretativa en la creación colectiva Rancho, dirigida por su maestro Julio Chávez, luego adaptada al cine bajo el título Rancho aparte, donde repitió el rol protagónico de Clara, imponiendo su máscara dramática y sus recursos de formidable actriz. Y el año pasado, fue un deleite verla encarnar con gracia de avezada comediante a la inefable Grace de Ciega a citas. Sin embargo, el nombre de Luz Palazón quizá no sea todo lo reconocido que se merecería, aunque en la tele también ha hecho recordables participaciones en Tratame bien, Para vestir santos, Contra las cuerdas.
Actualmente, Palazón realiza una labor sencillamente extraordinaria en He nacido para verte sonreír, la obra de Santiago Loza que dirige Lisandro Rodríguez, en la que también se luce Martín Shanly, con blanquísima escenografía de Marina Tirantte y virtuosas luces de Matías Sendón. Paralelamente –además de dictar clases en el Rojas, el estudio de Chávez y el suyo propio–, ensaya otras dos piezas: El abismo, una adaptación de Vértigo de Discépolo, por Camila Mansilla, que se presentará en septiembre, y Las queridas, de Loza, Chávez y Mansilla, para estrenar a comienzos de 2012. Entretanto, espera ilusionada el estreno del film Mi primera boda, de Ariel Winograd, donde también actúan Natalia Oreiro, Daniel Hendler, Gabriela Acher, Soledad Silveyra...
“No recuerdo un momento de mi vida donde no estuviera presente el deseo de ser actriz”, sonríe Luz Palazón en un alto de su actividades. “De chica, cada vez que veía un cortinado, lo asociaba con un telón de teatro. Y en el colegio, no me perdía de actuar en lo que fuera... Hasta que llegó el momento en que empecé a entender que en mi entorno no se consideraba esto que tanto me gusta como una profesión, un oficio normal: había que estudiar una verdadera carrera. Así que fui a la universidad, elegí publicidad y me llevó dos años darme cuenta de que eso no iba conmigo. Por puro azar, porque no tenía referentes que me orientaran en mi tema, caminando por la calle descubrí la escuela de Julio Chávez. Y en el Pasaje del Correo, donde estaba originariamente Julio, encontré el lugar que coincidía con mi meta y entré, lo conocí, empecé a estudiar con él. Solo lo dejé un lapso para tomar clases con Augusto Fernández.”
–Exacto, pero lo hice porque él mismo me mandó, como hacía con los demás alumnos cuando terminaban un ciclo: Augusto había sido su maestro, lo tenía siempre presente. Cuando volví a entrenar con Julio, él ya estaba listo para escribir y producir sus obras, ya tenía un espacio en la calle Gorriti donde mostrarlas. Surgió Rancho, que hizo un buen camino. Empecé a dar clases, cosa que sigo haciendo, para adolescentes y adultos.
–Sucedió en el Parque Chacabuco, con Alejandro Casavalle como director, a mediados de los ‘90, en La antesala del cielo. Eramos cuatro protagonistas. Yo tenía mucha necesidad de estar en un escenario, de sentirme de verdad actriz. Ya llevaba varios años de prepararme pero no sabía cómo empezar, y me llegó el ofrecimiento de este reemplazo. En la tele, debuto en Por ese palpitar: estaba a cargo del casting una persona que había estudiado con Julio, que convocaba a actores de teatro. Para ser un bolo, fue bastante importante estar en ese capítulo, tuve bastantes escenas. Entendí que la tele era otro lenguaje, me encantó. Y en el cine, como primera experiencia, Rancho aparte fue buenísima. Ahí sí que tuve un rol protagónico.
–Efectivamente, ahí tuve mi primer contrato, la historia de Grace fue creciendo, tomando peso dentro de la novela, me gratificó mucho. Cuando empecé, creía que era por un mes o dos. Temblé cuando el personaje de Silvani tomó mi cargo, pensé que me volaban, pero sucedió todo lo contrario. Un lujo absoluto para mí ese trabajo por los actores, los productores, por la onda, sin la preocupación del rating. Con Marta Betoldi escribiendo: un placer cuando llegaban los libros.
–Es cierto, hay momentos del texto que lo permiten. Y es revelador conocer las reacciones de la gente: desde el que te dice “yo no sé de qué se reía el que tenía al lado”, al que te comenta “ay, qué alivio, me pude reír, aunque con cierta culpa...”
–A Santiago Loza lo conozco por Julio, que trabajó en la película Extraño, les quedó una relación de amistad y laboral. Un día, Santiago se me acerca en el estudio de Julio y me dice que tiene un texto para pasarme. Me alegré: conocía y apreciaba sus obras. Cuando lo leí, me enamoré, me emocioné mucho, también me pregunté cómo miércoles se hacía eso. Sabía que Santiago trabajaba con Lisandro Rodríguez, había visto algunas de las cosas que hicieron juntos. Me pareció una gran aventura, pero no dejaba de hacer un montón de preguntas. Fue apasionante todo el proceso de trabajo con Lisandro. Muy placentero esto de poder buscar con un director abierto a las propuestas, a lo que fuera sucediendo, muy sensible hacia mí sin conocerme previamente. Lisandro me fue muy habilitante, me sentí cómoda, pudimos encontrar juntos la forma de que este texto se volviera teatro. Y estoy muy contenta con el resultado.
–La comprendo terriblemente, siento que es una persona que está en carne viva, hablando a borbotones. Lo suyo es como el fluir de la conciencia, hace asociaciones libres, dice lo que se le pasa por la cabeza. Eso me gusta mucho: esa impunidad para expresar cualquier cosa, tratando de llenar el espacio, de calmar la angustia. Y función a función, compruebo que la mayoría de los espectadores siente que puede entenderla.
–Es la primera vez que estoy sola para decir todo un texto, aunque Martín Shanly me acompañe en escena. Fue mucho, sí. Estuvimos ensayando en el verano. Además, yo justo estaba filmando una película. En algún momento me sentí abrumada, pero me ayudaron mucho Lisandro, Sofía Salvaggio con quien trabajo, el equipo. Conté con ese apoyo afortunadamente, porque sola era muy difícil. Y ahora, que lo tengo totalmente incorporado, habitualmente, algún día en la semana, me levanto y con el mate, digo mi texto completo.
–Así es, él está pero no está. Me conmueve tanto y a la vez no me lo puedo imaginar en la vida real. Me parece el colmo de la desesperación, insoportable. Y como decías vos, muy violento. Hay incluso un punto donde ella podría hacer algo físico, tener ese tipo de reacción.
–Martín es un ser especial, un actor muy personal, una persona capaz de conmover sin hablar, Ya me había impresionado cuando lo conocí en una entrevista, lo quise tener de alumno. Es muy lindo que me acompañe en el escenario y que estemos trabajando con esa cualidad que tanto me atrajo. Hay un momento en que le digo “¿seguís siendo vos? Porque yo sigo siendo yo, sigo acá, en mí”. Esas líneas resumen el misterio de su ausencia: ¿qué hay dentro de ese cuerpo?, ¿queda todavía algo de él? Y esa pregunta que la persigue: ¿me estará mirando?
–Mirá, cuando apareció la palabra servidumbre en su boca, me chirrió: no quería nada que la pusiera en tela de juicio. Pero pude ir tomándolo como un pensamiento de ella que ni siquiera es tan terrible, proviene de una mentalidad bastante extendida, se maneja con ideas recibidas, no se cuestiona ciertas cosas. Cuando ensayábamos, llegamos a la conclusión de que, a pesar de los roces, con Laurita se llevaba bien, a su manera la quiere. O: nací para que me sirvan... ¿cuánta gente hay que piensa lo mismo pero no lo verbaliza? Y encontré el lugar desde dónde decirlo, que se desprendiera cierto humor que le resta gravedad. Cada función es un viaje distinto, un gran desafío para mí como actriz.
* He nacido para verte sonreír, los martes a las 21.30 y los sábados a las 21 en Elefante, Soler 3964, a $30 y $ 40, 48214425.
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