Viernes, 1 de julio de 2011 | Hoy
PANTALLA PLANA
La controvertida miniserie que empieza a emitirse localmente el próximo domingo se empeña en machacar lo poco que quedaba en pie de Camelot, ese reino de los tempranos ’60 representado por el clan de los Kennedy, en el que Jackie Bouvier fue una extraña de pelo corto y elegancia afrancesada.
Por Moira Soto
Nada que no haya contado Kenneth Anger sobre Joseph –Joe– Kennedy en Hollywood Babilonia (1984) se muestra en el primer capítulo de la miniserie Los Kennedy. En todo caso, Anger –aparte de remarcar que todo cuanto este tremendo personaje no pudo hacer por él mismo, terminó logrando que lo hicieran sus hijos– narra en su libro historias que no se mencionan en la producción televisiva: presidente de un banco a los 25, el católico Joe Kennedy se pasó a actividades aun más turbias en los ’20, como traficante de licores, y luego probó en el negocio del cine. Primero se alzó con la FBO Pictures, produjo westerns, puso a una estrella deportiva en la pantalla y conoció a la picante estrellita Gloria Swanson. Según Anger, en esa etapa, “Joe perdió el olfato para los negocios entre las sábanas púrpuras de satén” y se puso a financiar películas protagonizadas por su amante. Entre las cuales, El pantano, luego retitulada Reina Kelly, bajo la desquiciada dirección del genial Erich von Streheim, historia de una joven criada en un convento que hereda una red de burdeles africanos... Obviamente, el film no pudo estrenarse –ya estaba Will Hays protegiendo la moral hollywoodense–, Joe perdió mucha guita y el romance se extinguió en 1928.
El magnate, que por supuesto ya estaba casado con la beata Rose y teniendo un hijo tras otro, decidió entonces ensayar nuevo rubro: la política. Y aquí ya entramos en terreno del primer episodio de la miniserie, que si bien arranca en 1960, a punto de realizarse las alecciones que ganaría John, refleja a través de una serie de flashbacks el curso de las ambiciones de Joe: en primera instancia, llegar a ser él mismo presidente de los Estados Unidos, para lo cual comienza por hacer lobby y consigue ser nombrado embajador en Gran Bretaña, pero deja ver la hilacha de sus simpatías pro nazis y es depuesto. Por medio de otra vuelta atrás en el tiempo, se conoce la decisión posterior de Joe de convertir a su hijo mayor, Joe jr., en presidente. Transcurre la Segunda Guerra y otro vástago, John, quiere ir al frente de batalla, pero es rechazado por problemas de salud. El padre se encarga de cumplirle ese deseo y el joven vuelve como héroe de guerra, despertando la envidia de Joe jr., quien parte a la sazón en misión peligrosa y su avión estalla sobre el Canal de la Mancha. Así es como, con trazo grueso y en apretada condensación, nos venimos a enterar de que así llega el turno de Jack: él sí ha de convertirse en el primer presidente católico de Norteamérica, realizando a su pesar la voluntad paterna, porque en primera instancia, supuestamente, ni siquiera le interesa ser senador (el paso intermedio).
Con un formato y un estilo más cercanos a la soap opera, Los Kennedy pasa epidérmicamente por personajes sin duda más complejos y matizados de lo que se ve en estos cromos de tonos pastel, donde algunas viñetas rozan la caricatura y hacen añorar las sutilezas de la serie Mad Men para sugerir el trasfondo histórico y social de los ’60. En estas condiciones limitadas –de guión, de dirección– los actores y las actrices apenas pueden tratar de parecerse en gestos y actitudes a los originales. Por cierto, descuella Tom Wilkinson como el patriarca férreo, aunque su retrato resulta sesgado y bastante incompleto. Greg Kinnear es un buen actor que hace lo posible por mimetizarse con el protagonista John, portando gran jopo, corset ortopédico, sonriendo como en un afiche. Más difícil resulta aceptar a Barry Pepper haciendo a Bobby, físicamente tan disímil y cumpliendo un rol sin relieve. Cualquiera que haya visto alguna vez una foto de la matriarca Rose, con esa frígida determinación pintada en todos sus rictus, tiene derecho a pensar que la elección de Diana Hardcastle –una actriz que ha probado sus recursos en producciones más propicias– es tirando a desatinada.
El caso de Katie Holmes intentando ponerle el cuerpo a Jackie Bouvier Kennedy (luego Onassis), también responde a los lineamientos de un guión que no da antecedentes ni construye un personaje potencialmente tan ambiguo como atractivo. Porque Jackie fue alguien atípico, anómalo en la efímera corte de Camelot. Falsa aristócrata –habría que dirimir cuánto tuvieron que ver la madre y la otra hija, Lee Radziwill, en alimentar esta fábula–, descendiente de una familia francesa de origen modesto, su progenitor, financista y jugador, vivió siempre por encima de sus medios. Harta, su mujer se divorció cuando Jackie tenía 11 y acaso para compensar, se casó con un tipo riquísimo. Jacqueline Bouvier pudo cursar entonces en el exclusivo colegio Vassar antes de irse un par de años a Europa (1949-1951). A su regreso, ya habiéndole tomado el gusto a la moda francesa, entró a trabajar como periodista en Washington.
En ese laburo fue que conoció, como entrevistado, al entonces senador demócrata John Kennedy. Y se casó a los 24 con él, de 36. Inteligente y refinada, nunca tuvo mayor rapport con el clan mandoneado por Joe Kennedy. Perdió dos embarazos avanzados, se separó brevemente de su mujeriego marido, se amigaron, tuvo una niña (Caroline) y estaba esperando a John-John cuando se convirtió en primera dama, en 1960. Pero de Jackie lo único que se conoce en la primera entrega de la miniserie es su dulzura maternal y su aguante respecto de los deslices de John. En verdad, como First Lady, Jackie se destacó no solo por su elegancia (Givenchy, Dior, Chanel, Oleg Cassini entre sus favoritos) sino por su apoyo a las artes y por su savoir faire como anfitriona. Y asimismo como embajadora honoraria: cuando estuvo en París, encandiló a Charles de Gaulle con su perfecto francés y sus conocimientos sobre el país que visitaba. Tanto que hizo exclamar a su marido: “Solo soy el hombre que acompaña a Jackie Kennedy”.
Toda esta fachada de familia feliz idealizada por los medios, mientras la procesión de la humillada Jackie por la adicción al sexo de su marido iba por dentro, terminó abruptamente, dramáticamente, el 23 de noviembre de 1963, en Dallas, como todo el mundo sabe. Jackie fue la dignísima viuda de América, después de mandó a guardar unos años y en 1968 “traicionó” y escandalizó a los estadounidenses casándose con el recontramillonario Aristóteles Onassis (encima, robándoselo a María Callas). Viuda por segunda vez en 1975, volvió a su país y se puso a editar libros. Cuando se enfermó de cáncer, a los 64, estaba en compañía de un riquísimo belga entendido en diamantes. Al saber lo que le esperaba, Jackie renunció a todo tratamiento y se instaló en un departamento cerca del Central Park, sitio por donde dio un breve paseo la víspera de su muerte, que, asegura el rumor, fue asistida...
Si la miniserie Los Kennedy provocó una fuerte polémica en los Estados Unidos, no fue porque revelara secretos insospechados sino debido a su evidente objetivo de desacreditar a John Kennedy, sin siquiera profundizar en sus decisiones políticas, alguna de las cuales –los derechos civiles, la crisis de los misiles– modificaron la fisonomía del país, quizá del mundo. Aunque esta realización de Jon Cassar pretende no tomar partido (político), lo real es que su productor ejecutivo, Joel Surnow, es un militante republicano que fue denunciado por un grupo de demócratas y, como era de esperar, por la propia familia Kennedy. O lo que queda de ella después de tanta desgracia (las muertes violentas y tempranas de Joe jr, John, Bobby, John-John...), “parte del plan de Dios”, según declaró alguna vez la devota Rose. Robert Greenwald, por caso, demócrata comprometido, calificó el proyecto de inexacto y vindicativo, mientras que Theodore C Sorensen, antiguo consejero del presidente asesinado, trató a Los Kennedy de “nuevo asesinato ficcional”. History Channel y Showtime desistieron de pasar en los Estados Unidos esta miniserie grabada en Canadá, entonces Reelz, una señal de cable dedicada al cine, le dio la oportunidad. ¤
Los Kennedy, domingo 3 de julio los dos primeros episodios; luego la transmisión incluirá maratones y estrenos los miércoles y domingos, desde el 6 hasta el 17 de julio, por A & E.
El estreno por History va el lunes 4 de julio, dos episodios; los lunes siguientes (11, 18 y 25) a las 21, capítulos dobles. Por Bio, a partir 5 de julio a las 21, un capítulo semanal todos los martes, del 12 de julio al 16 de agosto.
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