Viernes, 4 de noviembre de 2011 | Hoy
CINE
La realizadora Paula Markovitch, argentina radicada en México, que compite en el Festival de Mar del Plata con su ópera prima El premio, cuenta a Las12 la necesidad de hacer un film inspirado en su niñez, durante la dictadura del ’76.
Cecilia tiene 7 años y le gusta patinar en la arena, saltar de caja en caja, arreglar radios o tirarse rodando por las dunas de San Clemente del Tuyú. Dice que piensa “como los libros”, que piensa descripciones y las prueba con líneas sobre el mar, las olas. A menudo quiere saber qué significa ser pesimista, pero se olvida y vuelve a preguntar. Cecilia no es pesimista. Vive en una casilla precaria y playera con su mamá, una mujer que oye pero no escucha, que –con el ceño fruncido– siempre está atenta por si hay que escaparse de nuevo. Mientras, Cecilia estudia y repite, es rápida; le dan poemas patrios en el colegio y los aprende con facilidad. Le gusta ir al colegio aunque su mamá no quiera; se ha hecho amigos en poco tiempo y se siente libre. Pero Cecilia no es libre; el techo sobre qué decir o hacer, qué pensar, es bajo. Las instituciones la están mirando. Y sólo tiene 7 años.
El premio, ópera prima de Paula Markovitch, cuenta la historia de esta niña, una nena inspirada en la propia infancia de la directora y guionista, que tuvo que refugiarse a orillas del mar para esconderse de los militares en plena dictadura militar. En carrera en la Competencia Internacional del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, el film de esta argentina radicada en México en los ’90 es un trabajo sensible que logra la síntesis poética: las imágenes potencian un estado de hecho que, aun sin explicitarse, es fácilmente ubicable y, a la vez, trasladable a cualquier dictadura, totalitarismo, fascismo. Los signos, en definitiva, son bien universales: enterrar un libro, mentir la procedencia, escapar, recrearse una historia sin fisuras (“Mi papá arregla cortinas y mi mamá es ama de casa”, repetirá hasta el hartazgo la protagonista, sin dar mayores precisiones).
Ganadora del Oso de Plata, en Berlín, del título a Mejor Largometraje Mexicano en el Festival Internacional de Cine de Morelia, entre otros, El premio deja de manifiesto cómo los regímenes castrenses filtran ideología, quiebran voluntades, alcanzan la cotidianeidad y la desvalijan, apoyados por ridículos convencionalismos. Pero, aun cuando Markovitch desnude el absurdo, el foco no abandona nunca la hostilidad, el miedo camuflado, el castigo cruel, todoterreno. La maestra de grado, cariñosa, no duda en hacer que el cursito camine en círculo bajo la lluvia para delatar al “traicionero” que se dejó copiar en una prueba. El Ejército, ¡en su afán benefactor!, sirve chocolate caliente a las criaturas y les propina un concurso donde los niños deben hablar de los soldados (sugiriéndoles usar palabras como “valiente”). Entre esos ámbitos, pulula Cecilia, con su mamá escondida y ella, girando.
Con la magnífica actuación del joven talento de Paula Galinelli Hertzog (la Cecilia de la historia) y la petite Sharon Herrera (en el papel de su mejor amiga Silvia), Markovitch no sólo se consagra como una directora de niños; alcanza un film necesario, sutil, precioso, con un mensaje enorme. Y lo hace en su primera incursión como directora (hasta el momento era conocida como guionista de películas del multipremiado mexicano Fernando Eimbcke, como Temporada de patos o Lake Tahoe).
Uno de los logros de El premio es que no necesita explicitar para situar en contexto o evidenciar los alcances de la libertad negada. En ese sentido, el mensaje se amplía: alcanza a todos los totalitarismos. ¿Fue una intención deliberada trabajar sin carteles ni explicaciones?
–Sí. Por un lado fue una elección narrativa ya que, en esta obra, quise concentrarme en la devastación espiritual de la dictadura, no en los hechos más sangrientos y visibles. Me parece que los crímenes de Estado no sólo matan personas, también obras de arte, esperanzas, plenitud. Por otro lado, creo que incluir los símbolos de los fascismos puede ser peligroso artísticamente, ya que la línea que separa la “crítica” de la “apología” es, a veces, muy sutil y confusa. Quería señalar, lo absurdo y ridículo de esas simbologías; reflejar lo patético de aquellos rituales patrióticos y hasta religiosos que, en aquel tiempo, servían para encubrir las prácticas más abominables. En mi opinión, la dictadura argentina no sólo fue cruel y sangrienta; también fue terriblemente mediocre, cobarde y estúpida. Como todos los fascismos...
–En una nota, mencionabas cómo, de niña, atravesando una situación similar a la del film, sentías una nostalgia prematura. ¿A qué te referías?
–Es muy curioso. Creo que, mientras aún era una niña, en San Clemente, yo podía intuir que mi frágil presente acabaría pronto y que, más adelante, iba a añorar esos días; era algo así como predecir mi “futura nostalgia”. Creo que experimentaba una intuición destinal.
–Se ha hecho mucho hincapié en el costado autobiográfico de El premio. Aunque toda creación artística tiene licencias ficcionales, ¿cuánto de tu historia personal está presente en la película?
–Mucho. Yo viví en una casilla de un balneario de San Clemente, fui a la escuelita donde precisamente filmamos y mis padres, como todos los intelectuales y artistas de esa época, tuvieron que ocultarse de la persecución militar.
–El trabajo de Paula Galinelli Hertzog y Sharon Herrera, las dos niñas que protagonizan la película, es sencillamente excepcional. ¿Cómo fueron seleccionadas para el proyecto?
–Sin tener una explicación racional, como yo misma fui una niña en ese paisaje, sabía que quería trabajar con chicos de San Clemente. Entiendo que ese viento y esa playa enseñan algo, otorgan cierta fuerza espiritual. Por eso realicé un taller actoral allí, un año antes del rodaje, y trabajamos con muchos niños hermosos y talentosísimos. A partir de ese taller, se formó todo el grupo actoral infantil. Así y todo, un año después, aún no había aparecido una niña con la fuerza que buscaba para el personaje de Cecilia. A Paulita la encontramos milagrosamente, tres días antes del rodaje. Yo estaba desesperada e hicimos una última prueba en una escuela cercana que no habíamos visitado antes. Cuando la entrevisté, me di cuenta enseguida de que era ella. Tenía una fuerza y una dignidad espiritual que rebasaban lo que estaba escrito. Lo mismo en el caso de Sharon; su personaje, Silvia, iba a ser más grande de edad, pero cuando la conocí y vi esos enormes ojos negros, sentí que, en esos ojos, podría desaparecer el resto del mundo. En esa dulzura y profundidad estaba Silvia.
–¿Hasta qué punto trabajaron desde la improvisación?
–Trabajamos con base en la improvisación, sí, pero siempre arribando a una escena dramática. Con los adultos fue de la misma manera. Confié en ellos como artistas, no como niños. Les comunicaba el conflicto dramático con “brutalidad”, porque sabía que tenían la madurez para asumirlo.
–He leído cómo, en una charla que diste para una universidad mexicana, motivabas a los jóvenes a escribir. ¿Creés que, en muchas ocasiones, el guión se da por sentado y se olvida que, sin buenas líneas, ninguna película se sostiene?
–Mi posición respecto del texto es levemente distinta: yo no creo que el mal llamado “guión” sea exactamente lo que sostiene una película porque ¡es mucho más que eso! El texto dramático para cine es una obra en sí mismo. Y la puesta en escena (es decir, la película en sí misma) es otra obra distinta. Hay dos obras, no una sola. En todo caso, la película es una interpretación del texto; sin él, no habría nada que interpretar. El texto no sólo sostiene el film; es su razón de existir.
–Es, por lo menos, curioso que tu película –siendo un relato vinculado con la historia argentina– sea una producción mexicano-polaca. ¿Cómo ocurrió? ¿Fue difícil encontrar apoyo local?
–Busqué dos años, pero me costó encontrar un productor con quien hubiera entendimiento pleno. Algo interesante es que la primera productora argentina de este proyecto iba a ser Liliana Mazure, pero tuvo que renunciar a la película cuando fue nombrada en el Instituto del Cine. Lo que no me parece saludable en ningún lugar del mundo es que los cineastas principiantes con sus óperas primas tengan que trabajar, por reglamento, con empresas y productores grandes. En teoría, este criterio podría ser bueno (grandes compañías con experiencia apoyando a los principiantes) pero, en la práctica, suele suceder que alquilan sus papeles sin participar realmente; un simple caso de especulación. De manera que “el respaldo de la experiencia” no sólo no se hace realidad sino que, en muchas ocasiones, se terminan beneficiando a costa de jóvenes artistas y eso no es saludable en ningún lugar del mundo.
–He leído que tus padres eran pintores y que, de hecho, tu siguiente película será un homenaje a tu papá en plan ficcional. ¿En qué instancia está en proyecto? ¿Podés adelantar algo de la historia?
–Tengo algo escrito. Me inspira mucho la vida de mis padres, valientes y creativos. Creo que el arte es la forma de resistencia más genuina de la humanidad.
El premio, de Paula Markovitch, se proyectará el miércoles 9 a las 12 y 21.30 hs. y el jueves 10 a las 17 hs. en Cines Ambassador (Córdoba 1673, Mar del Plata) y el viernes 11, a las 13, en Cinema (Rivadavia 3050, Mar del Plata).© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
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