Viernes, 4 de noviembre de 2011 | Hoy
RESCATES
Nicole Girard
1878-1919
Por Marisa Avigliano
Estaba estudiando medicina cuando su flamante marido le pidió que abandonara todo y lo acompañara en el negocio del vino. Nicole aceptó y fue durante algunos años esposa en los viñedos pero antes de que se cumpliera el cuarto se separó y volvió a las aulas. Se recibió en París en 1906 y comenzó a dar clases sobre tuberculosis en La Sorbona (publicó en 1913 Ensayo sobre la higiene y la profilaxis tuberculosa) mientras organizaba además un curso de higiene y psicología obrera en el dispensario del hospital Beaujon. Allí estaba, dedicada a la medicina pública, cuando estalló la guerra y pidieron desde las trincheras que un médico civil se presentara con urgencia en el hospital de campaña. Nadie en la administración chequeó el nombre del voluntario; cuando notaron que era una mujer, Nicole ya estaba rodeada de heridos, se había convertido en el médico militar Girard-Mangin y marchaba con un regimiento al hospital de Burbonne-les-Bains. En agosto de 1914 fue destinada al servicio de los enfermos de tifus del hospital militar de Verdún siendo –acompañada sólo por el insomnio– la única mujer que resistió a la feroz ofensiva alemana. Frente a los prejuicios de sus pares y a la prohibición de entrar en algunos de los improvisados quirófanos, el médico de chaqueta y pollera con botones contaba con defensores incondicionales: sus pacientes, los soldados. “¡Cielos, una mujer!” se escuchaba como carta de presentación mientras Nicole ya se estaba haciendo cargo de todo: improvisaba férulas, usaba un horno de panadero para esterilizar y era la responsable de los miles de heridos que llegaban a su dominio. Cada vez que había una retirada o que se organizaba una evacuación, Nicole elegía quedarse junto a los enfermos más graves, eran días y noches de cirugía, todo el tiempo y durante semanas hasta que caía exhausta en una camilla para poder dormir. Siempre estuvo alejada de su familia, de su hijo Etienne y de su hermano favorito Maurice, a quien le dedicó su tesis “en memoria de todas nuestras esperanzas pasadas” –una vez, durante una especie de emboscada, estuvo en un refugio a 800 metros de su hermano Emile sin saberlo–. Atrapada en uno de los bombardeos fue herida por un pedazo de mica que se incrustó debajo de la piel delante de su oreja derecha, apenas una anécdota y una herida más que curó sin abandonar el frente de batalla. En diciembre de 1916 obtuvo el cargo de cirujano mayor y un año después, preocupada por la falta de enfermeras, organizó una escuela de formación militar que con el tiempo se convirtió en la escuela Edith Cavell –enfermera británica fusilada por los alemanes en octubre de 1915 por haber ayudado a huir para reintegrarse al combate a casi doscientos soldados belgas, ingleses y franceses– en París y de la que Nicole fue directora. Era miembro del servicio de la Cruz Roja Internacional y estaba organizando un ciclo de conferencias sobre el rol de la mujer durante la guerra para Japón, Canadá, Estados Unidos, China y Nueva Zelanda (pensaba incluir en su viaje a América del Sur, interesada en profundizar sus estudios sobre el cáncer que había iniciado en el laboratorio de fisiología y patología experimental de La Sorbona) cuando murió, tras un infarto repentino.
Papeles familiares revelan los detalles de su vida cotidiana dentro del ejército, los agradecimientos a su gorra por haber “mantenido el corte de pelo adecuado siempre a pesar de las camillas y de los estrechos asientos en los que viajaba sin que molestara al conductor”, a sus bolsillos por haber guardado siempre las cosas necesarias: “un cuchillo, una taza, un peine, una cadena, un encendedor, una linterna de azúcar y chocolate” y la devoción amorosa que sentía por su perro Dun –diminutivo de Verdún–, con el que solía fotografiarse.
El servicio de salud del Ejército nunca le dio una distinción.
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