Viernes, 4 de noviembre de 2011 | Hoy
VISTO Y LEíDO
Natal, el último libro de poemas de Niní Bernardello (Bajo la Luna), bucea en las tempestades del yo creador, se sumerge en la fortaleza del paisaje patagónico y ancla en la bruma de la infancia y el mundo del trabajo.
Por Paula Jimenez
Ya lo decía Octavio Paz: la poesía es la madre de todas las artes y sus hijos no son sólo los poemas. Poesía puede ser una canción, una pintura o cualquier obra que la manifieste. Niní Bernardello, poeta y artista visual, conoce bien esa continuidad. Para ella, pintar y escribir son el efecto de una misma cosa. Durante mucho tiempo, dice, tuvo una necesidad de definirse que le duró hasta entender que su mundo poético a veces se resolvía en palabras y otras veces en forma y color.
Es evidente: habita en Bernardello un fuertísimo impulso creativo que la ha llevado a decir que ella “es” cuando crea y a pensar que en las pausas entre los períodos de producción su identidad se diluía. En Natal, su libro recientemente publicado por Bajo la Luna, esta poeta cordobesa bucea en las aguas de esa identidad, afirmándola. La primera parte se llama “Casa” y en ella el entramado de imágenes construye escenas luminosas como ésta: “Sol inca en la costura de la madre/ su costurero de totora serrana/ un asombro por tantas agujas/ y las cruces sobre velas de colores./ Amarga siesta bajo las uvas// El sol inca florece en la tinta china/ con la misma implosión pasional/ ahora y ayer sobre el mantel raído”. De alto impacto visual, con una aguda penetración en los sentidos del lector, algunos de los versos de “Casa” se agrupan en breves estructuras poéticas, íntimas, que concentran en pocas palabras un sentido muy potente: “Tengo en mí un recuerdo encendido/ de sahumerio que no aroma/sino quema de aquel hogar/ sus días, su amor enrarecido”. La segunda parte del libro se llama “Oficio” y sus poemas versan sobre su trabajo y su concepción del arte, esa especie de segundo hogar en el que su subjetividad se afianza con la misma intensidad que en los recuerdos de infancia. En el poema final de “Oficio”, Bernardello, que vive en Ushuaia desde 1981, dice: “En medio del viento y de la nada/ crear día a día pareciera/ ser idéntico a este oficio extremo/de cuidar más allá de sí mismo/ la vida de la llama”. La Patagonia, llana y despejada, es para esta artista una suerte de hoja en blanco y la creación llena ese espacio vacío. Esa posibilidad creativa que le da el desierto patagónico funciona como una contención amorosa y vital, porque allí donde se puede crear hay vida. Pero la creatividad no sólo se manifiesta en un escenario exterior, también habla a través de los sueños. Algo así: la mente es una tabla rasa sobre la cual una pluma onírica viene a escribir su guión loco, descontracturado y sensible. El proceso de los sueños no busca, como en las narraciones, acotar ningún sentido. Lo mismo sucede en el poema y en el arte en general. Sueños es el nombre de la tercera parte, del tercer refugio para la identidad de Bernardello. Allí se acomoda y reposadamente, con poemas sencillos, relata escenas de su vida onírica. En una, por ejemplo, recibe una carta de Diana Bellessi y observa la contradicción entre el “peso” de esa misiva y la levedad del sobre. Los versos finales dicen así: “No lo desplegué./ Vi, en el doblez/ unos elementos redondos./ Sin comprender, me dije:/ no me escribió nada,/ me envió semillas/ sólo semillas”.
“Mitos” es el nombre de la cuarta y última parte. Aquí el libro parece haber completado un espiral y sus poemas haber ascendido a otro plano en el que la identidad se expande y se profundiza buscando tocar los bordes de lo divino y trascender los límites del cuerpo. Palabras como ritual, implora, sangre, oración, elevan el lenguaje apegado a la tierra y a los vínculos de los poemas anteriores. Con esta nueva atmósfera la poeta se despide dejando su Natal suspendido en una suerte de limbo atemporal: “Soy una sacerdotisa de aguas lustrales/ que soñó bajo el arca de los siglos/ años y días con monedas en los ojos, rogando./ Pesadilla del despertar entre hombres/ siempre afuera, enterrada en la arena/ Contengo la respiración/ soy eterna”.
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