Viernes, 13 de enero de 2012 | Hoy
PANTALLA PLANA
Los/as participantes del programa Cuestión de peso, siempre bajo el patronato del legendario Dr. Cormillot, tuvieron que subirse a la balanza de lunes a viernes, durante 2010, para demostrar que podían seguir en carrera. La semana pasada fue la Gran Final, empapada en lágrimas y con un único ganador: el adelgazado Gaby.
Por Moira Soto
No hay tutía: el reality te compele a que exhibas algo de tu intimidad, ya se trate de sentimientos (si lacrimógenos, mejor para el rating), de aspectos ridículos, chocantes, deplorables de la condición humana. Esa es la forma de exhibicionismo que dispara los números y a la que los participantes del programa de turno se prestarán en general sin el menor prurito, sabiendo lo que se espera de ellos/as, y también dónde están las cámaras. Porque la conducta de la gente atrapada por propia elección en un reality ha ido variando en la última década y media, volviéndose cada vez más desinhibida y menos inocente. Las mujeres maltratadas que se dejaban apretar por Lía Salgado, los/as que lloraban con el permiso magnánimo de Moria Casán, los primeros/as hermanitos/as de GH, solían tener –arreglos previos y guiones aparte– ciertas reacciones de espontaneidad e incluso de pudor, actualmente muy difíciles de encontrar.
Hoy, casi todo el mundo –no sólo en los realities, también en los noticieros– parece estar al acecho de los minutos de pantalla que se puedan conseguir: 15, 10, 5, un saludito aunque sea... Tener sexo en GH, hacerse en vivo y en directo cirugías gratis o dar declaraciones con el cadáver de un ser querido aún caliente son cosas que pueden suceder en cualquier momento en este reality casi en continuado que ha devenido la TV local. Sin desairar, claro, los Bailando y Cantando donde se agravian entre jurados, lloriquean o se van a las manos los/as concursantes, programas los de Tinelli que a su vez derivan en realities subsidiarios que alientan las ofensas y la denigración.
Para no ser menos, los obesos y las obesas tienen su propio reality desde 2006, con una tregua en 2009 para retomar en 2010 con cambio de conductora (los primeros tres años, Andrea Politti; los dos últimos, Claribel Medina), siempre bajo el patronato del mediático empresario Dr. Alberto Cormillot. El viernes pasado terminó, entonces, la cuarta temporada de Cuestión de peso, con un promedio general de 8,3 puntos (el rating más alto fue en noviembre pasado con 12,8), y de los 30 participantes iniciales quedaron para disputar la Final ($ 20 mil y una casa) 7: Celeste, Carolina, Eluney, Gustavo, Fran (yes!, el fan de Graciela Alfano), Gabriel y Diego. Como suele acontecer en otros realities, el público –por teléfono, otra movida de interés crematístico, obvio– votó y concedió el único premio. Este septeto se ganó estar en la Gran Final, pesándose cada uno/a a diario, de lunes a viernes, a partir de las 17, debiendo en cada oportunidad tener más levedad que el día anterior, so pena de eliminación. Por cierto, todos/as relookeados/as, sobre todo ellas, en el estilo reaccionario de “feminidad” subrayada de la TV argentina, comprimidas dentro de sus jeans, afeites recargados...
Aunque habiendo visto algunos programas a través del año, esta crónica remite sólo a la última semana de Cuestión de peso, donde, por ejemplo, se vieron reiteradamente escenas entre la crueldad y la humillación cuando los/as participantes fueron presionados para caminar cargando –en mochilas sujetas a diversas partes del cuerpo– el peso que habían perdido, pese a lo evidente del sufrimiento de Gabriel, Fran y demás. Alguno solloza: “Volví a recordar el infierno que era tener ese peso”. En otro momento más placentero, hubo una especie de musical en la pileta que, sin pretender emular a Esther Williams en Escuela de sirenas, mostraba a los/as concursantes pasándola bien al hacer sus numeritos. Eso sí, en ninguno de los programas se dejó de enrostrar a los chicos y chicas cuán adiposos y deformes eran en el momento de empezar a concursar (para algo existe la pantalla múltiple, repámpanos), una exhibición en busca del coté freaky que estimula cierto morbo, para qué negarlo.
Pese a que los pesajes seriados alternaron con algunas situaciones de vida cotidiana (entrenamientos, participantes de formas generosas volanteando en la calle para que los votaran), la mecánica de Cuestión... es simple y repetitiva: pasa tal a pesarse, la conductora alarga esa instancia en pos de suspenso, besos y abrazos con la eliminada Jennifer –por caso–, que dice: “Me siento aceptada, estoy dentro de la sociedad”. Cuando alguien se queda afuera, aunque haya gimoteo, igual dirá que se siente feliz, ganador/a. Todos/as le cantan loas al programa, sobre el cierre Celeste agradece “al Dr. Cormillot y a todo el plantel”. La pobre Carolina, de Colombia, con sus redondeces de Venus del Paleolítico, queda descartada. Claribel la conforta: “El sacrificio te hace crecer, te lo dice una compañera latinoamericana...”. Llega el momento supremo, Diego o Gaby, el llanto de ambos ya es un río, voz quebrada de la conductora que debe dramatizar y dilatar el momento: gana Gaby, papel picado e irrupción de los Wachiturros: “Muévelo, muévelo, mueve el cachete, tenés la cola grande y estás pa’ comerte”.
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