PERSONAJES
El viaje de Rosario
Rosario Bléfari se presenta en el Centro Cultural Rojas con Somos nuestro cerebro, una obra de arte científica –o si se prefiere, una obra de ciencia artística– en la que despliega sus virtudes de autora teatral, actriz, compositora y cantante.
Por Soledad Vallejos
Mi primera fantasía era ésa: que empiece y sea como un viaje. Algo como infantil, como cuando uno iba al cine o al teatro por primera vez, que se apagaba la luz y empezaba el show. Y es un show en ese sentido: empieza la magia y nos van a contar algo, nos van a hablar de algo, nos van a hacer sentir cosas”, se engolosina Rosario Bléfari cuando recuenta las mil y una formas que, a lo largo de casi ocho años, fue probándose esa obra de ¿arte científico?, ¿ciencia artística? hasta encontrar la que, finalmente, vestirá esta noche (y el próximo viernes) en el Centro Cultural Ricardo Rojas con el nombre de Somos nuestro cerebro. ¿De qué se tratará? Por empezar, hay que partir de una premisa insoslayable: cuando se habla con esta chica que hasta figura en un diccionario norteamericano de celebridades de la web (!) es altamente improbable escuchar que algo está terminado, que es posible definirlo con precisión de archivero y pasar a la casilla siguiente. En el Mundo Bléfari, todo muta, gira en espirales y se mezcla con el entorno para ser algo más. Ella dice “es que todo se integra solo”, recuerda a un señor diciendo “agradezco a mi madre haberme hecho tan arco iris”, se apropia de esas palabras, las saborea, las transforma, concluye: “¡No te podés aburrir nunca!”. Hace apenas unos días estaba sobre un escenario del Rojas aprovechando que julio es el “Mes de la música” para estrenar su nuevo disco solista (el sucesor de Cara, esa delicia de intimidad experimental, y la otra faceta de Suárez, la banda low-fi de los ‘90), y unas horas después, sin repetir y sin soplar, el remolino la estaba llevando a uno de los últimos ensayos en que ella, Susana Pampín y Hernán Bongiorno discurrían sobre neurociencias y teorías del conocimiento entre dibujos animados, ambientación musical y escenografías mutantes. Una primera aproximación diría: Rosario es cantante (lo dicho), música (ídem), escritora (tiene un libro editado por Belleza y Felicidad y colabora, de tanto en tanto, con este suplemento), actriz (recordar, sólo por dar un ejemplo, a la minimalista Silvia Prieto), artista plástica (expuso en ByF hace no demasiado), dramaturga (que escribió, junto con Valeria Bertucelli, Van Gogh y Gauguin, y remodeló el Coloquio de perros de Cervantes), madre (tres años tiene su niña), estrella del circuito independiente. Una segunda mirada diría: algo más hay, pero ¿cómo nombrarlo? Y es inquietante pensarlo, pero exactamente lo mismo sucede con Somos...: ¿cómo decir qué es ese ensayo de divulgación científica?
Algo mas que un cerebro bonito
La criatura surgió por combustión espontánea en medio de unas vacaciones arrulladas por las olas de Mar del Sur. Ella, casi por azar, se estaba interesando por textos de investigación científica, y también por azar terminó reencontrándose con Sergio Strejilevich, un antiguo amigo de la adolescencia que había seguido su camino de música y psiquiatría.
–Le comento el libro que estaba leyendo en ese momento, La revolución psicodélica, de Terence Mac Kenna, que trabaja el tema de los alucinógenos. Y Sergio, entonces, me cuenta sobre hormigas, una teoría que tenía sobre la comunicación de las hormigas... ¡nos re-enfervorizamos por todo eso! Me pasó algunos libros, me abrió un poquito más el camino, y me habla del libro El gen egoísta, de Lynn Margulis, y Microcosmos. Es como una ciencia que trata de integrar, abrirse del dualismo, romper con esa idea cartesiana de dividir el alma y el cuerpo, la mente y el cuerpo. Mientras iba leyendo todo eso, me pasó como me pasa con la ficción: uno empieza a leer algo y ese autor te lleva a otro. Yo no estudié, y mis lecturas siempre fueron así, los escritores mismos me iban llevando: si Borges mencionaba a Chesterton, yo leía Chesterton para ver por qué. Fui así, haciendo estas ramificaciones, y en este mundo de la ciencia me empezó a pasar esto.
Va hilando Rosario cómo se formó ese ovillo de inquietudes por el saber y la esencia misma de la vida anidando en algo tan gelatinoso y laberíntico como un cerebro, cómo aplicó esas estrategias de curiosa radical que por algo se asemejan a las que aplica a la literatura. Y es que, ¿por qué no leer los distintos relatos explicativos que los científicos se dan para sus objetos (pretendidamente prístinos y puros de toda intención) como maravillosas construcciones de ficción? Es precisamente esa mirada (insistente en hacer como que no ve algunas barreras) la que le permite desarticular una oposición para articular, a partir de la ruptura, un gesto de artista que tiene ganas de hablar de ciencias. Si desde el iluminismo en adelante el arte, lo humanístico, lo puramente especulativo se preservan en un reino cerrado a las miradas de lo exacto, lo natural y las prevenciones empiristas, habría dos preguntas: ¿por qué?, ¿para qué?
–Yo empecé a ver que, en realidad, no tenían por qué. Creo que eso es la base de muchas equivocaciones que vinieron después. Más personas con inquietudes humanísticas o filosóficas se hubieran dedicado a ciencias duras o a economía, por ejemplo, y hoy tendríamos personas formadas en algo concreto y organizativo, pero con otra visión, y no por un lado unos volando, que no se agarran de nada, y por otro otros demasiado aferrados y sin visión de nada. También me empezó a parecer que muchas cosas de estos temas de ciencia (la biología, el caos, los genes, el cerebro, la mente, la conciencia), en realidad, nos atravesaban a todos todo el tiempo. Me empecé a entusiasmar, trataba de explicarlo a mis amigos. Muchas veces, entre los músicos, entre los artistas, había algunos que enseguida veían ese punto de contacto, y que todo estaba hablando de lo mismo, y cómo el arte muchas veces había anticipado cosas o había enunciado las mismas cosas a las que se estaba llegando por medio de la ciencia. En definitiva, es interesarse por los mismos temas, cada uno desde lo que hace, y entonces dije: ¿Por qué no hacer algo que tenga que ver con divulgar esos temas, esas inquietudes? Y que no sea enseñar, no la entrega del conocimiento completo, porque justamente hoy más que nunca ese conocimiento nunca está completo: cambia permanentemente.
Y el cerebro va
Después de la pregunta (¿por qué no puede la ciencia ser protagonista de una obra de teatro?), la búsqueda de la forma que mejor se llevara con el contenido (que mejor lo creara, diría un fenomenólogo) recaló en una idea: un programa de radio. Hubo música, hubo una consola grabando y hubo un casete con el pequeño demo que resultó ser, en realidad, un escalón previo a pensar en otro desembarco:
–Lo que grabamos lo hicimos con la idea de que tenga un vestido, que sea sensible, o sea sensual, de los sentidos, que por medio de los sentidos se puedan tocar estos temas. Y eso es teatro. Después de lo de la radio, a mí se me iba directo: quiero ponerlo en escena. ¿Qué pasaría si uno tratara de poner estas preguntas en escena, enunciándolas simplemente, no buscando una representación, no con escenas que hablen de esto? Sería como una clase, pero un poco más vestida. En vez de la aridez de la persona hablando y los otros escuchando, que haya sonido, que haya imágenes, que haya buena iluminación, que haya actores, que todo esté en función de esa clase.
La respuesta fue llegando a lo largo de meses, de años, de trabajo: Sergio escribía (“más y más libremente”), Rosario y Susana Pampín –que acababa de sumarse en plena investigación sobre la memoria, el cerebro y el trabajo de la actuación con la memoria– organizaban los textos para ir pensando una posible puesta en escena, los trabajaban por separado, los trabajaban juntas, los reacomodaban con él. Las cosas, al parecer, “aparecían”: cuando menos se lo esperaba, un encuentro casual, una noticia escuchada al pasar, saber que alguien más o menos cercano se planteaba algo parecido, todo confluía en todo (“es como: ¡mirá, mirá! ¡está pasando! ¡está pasando esto: que estos caminos que parecían tan enemigos finalmente encuentran como asideros uno en el otro!”). Todo se iba convirtiendo en preguntas e ideas a encarnar en actos con nombres absolutamente científicos (“sinapsis”, “neuroplasticidad”, “neurodesarrollo”, “conciencia e inconsciente”, “modularidad”), arrullados por voces en off que leen fragmentos escritos hace tiempo por Virginia Woolf, Proust, Olga Orozco, Igor Stravinsky. En las escenas, tres personajes (amigos, curiosos, artistas) van hilando un relato con las intervenciones auxiliares de otros tantos, con proyecciones de videos, animaciones hechas para la ocasión, y algún tema del nuevo disco de Rosario. Tal vez, sólo tal vez, otra aproximación a qué es Somos...: un ensayo de divulgación científica.
–No somos científicos: somos, en realidad, artistas que intentamos hacer algo sobre divulgación científica. Es divulgación científica y es un ensayo. Es un ensayo en el doble sentido: en el de la prueba, experimentar, hacer algo, como en un tubo de ensayo. Y en otro también. Montagne, viste que él escribía muchos ensayos de distintos tipos, de los paraguas, de todos los temas, en un momento hace una definición de ensayo que tiene que ver con eso: dice que es como pararse en el límite de lo conocido, y a partir de ese límite mirar y, de alguna manera, divagar sobre lo que no se sabe. Hay una libertad. Y de verdad es eso, cuando uno empieza a hablar sobre un tema dice “esto, ¿por qué será?”, y avanzás así, recordás algo, hacés un chiste, agregás una información concreta, citás a alguien. Todo eso es un ensayo también. Esa definición literaria a mí me parecía que, junto con la idea de ensayo y la prueba, el “tratar de”, eso era lo que hacíamos.
Explicar los procesos biológicos detrás de la elaboración de un duelo, explorar la memoria y la relación entre el mundo y el ser (físico, psíquico) mediante una indagación sobre “la panchitud del pancho”, preguntarse por los placeres sensuales, por la relación entre el tipo de pelo y el tipo de cerebro, vivir en la percepción a lo largo de una hora, en una visita guiada a través de las neuronas y sus mundos. Y eso que es sólo el primer paso, el ensayo necesario antes de lanzarse de lleno a poner en escena otra serie de preguntas: ¿qué encierra la palabra “genética”?, ¿qué es la teoría del caos?
–Yo espero que resista el público.
Desliza Rosario en medio de una carcajada. Y se va, tal vez, a seguir viviendo en cuerpo propio la definición de conciencia que un personaje desliza en Somos...: “Sentir lo que sucede cuando el acto de aprehender algo modifica nuestro ser”.