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–Yo no sé qué me pasa...
–¿Qué te pasa?
–Debe ser la píldora. Tengo que volver al diafragma.
–Pero con la píldora ibas bien.
–Sí, pero ahora... Voy a volver al diafragma. Estoy como...
–¿Qué te pasa?
–O debe ser el frío. El invierno es traicionero. Te cambia el metabolismo. Me siento tan rara...
–¿Qué te pasa?
–O la angustia. O tantos fines de semana largos... Parece que una los maneja, pero el tiempo libre es peligroso. Sí, puede ser eso...
–¿¡Qué te pasa!?
–¡¡Tengo hambre!!
–...
–¿Escuchaste? ¡Tengo hambre! ¡No puedo dominar el hambre! ¡Tengo ham-bre! ¡Y no pienso en un yogur cuando tengo hambre! ¡No pienso en una ensalada cuando tengo hambre!
–A ver... ¿Hambre en qué sentido?
–Hambre, hambre, ganas de comer... rico.
–Pero, ¿de comer qué? Quiero que seas precisa, quiero lujo de detalles. ¿Hambre en el sentido de comerte tres platos de ravioles?
–Eh, no, pará... ¿Tres platos de ravioles? Nooo...
–¿Hambre en el sentido de levantarte a la noche y comerte una milanesa a la napolitana?
–Ay, qué cosas se te ocurren... ¿cómo me voy a comer una milanesa a la madrugada? ¿Sos loca?
–¿¡Y entonces a qué te referís puntualmente cuando decís que tenés hambre?!
–A que ayer a la tarde...
–Sí, ayer a la tarde, ¿qué?
–Ay, me vas a decir que soy una exagerada.
–Yo sé que sos una exagerada. Ayer a la tarde, ¿qué...?
–... que me comí un alfajor.