Viernes, 2 de noviembre de 2012 | Hoy
RESCATES > YLLA (CAMILLA KOFFLER), 1911-1955
Por Marisa Avigliano
Está sentada adentro de la jaula apoyando la espalda en los barrotes, tiene un tapado que le marca la cintura, un sombrerito (un casquete de tiras cruzadas que recoge su pelo) y la cámara de fotos. Los que van a ser retratados son una leona con su cría y la que busca el mejor ángulo es Ylla, “la mejor fotógrafa de animales y la más competente”, según publicaba The New York Times en su obituario del 31 de marzo de 1955. La sesión de fotos en la jaula es una de las secuencias de Histoire Vivante - Camilla Koffler, una historieta que dos años después de su muerte acrecía el mito de la mujer que domaba a los animales con apenas un click. Nació en Viena (madre serbia y padre rumano nacionalizados húngaros), pero cuando empezó la guerra tuvo que dejar su casa, escapar y cruzar la frontera a pie de la mano de su madre, que escondía las joyas de la familia en el cuello de piel de su abrigo y el dinero en los zapatos. Después fueron más de seis años de soledad en un internado de Budapest, hasta que se reencontró con su mamá, a mediados de 1926, en Belgrado, donde empezó a estudiar escultura en Bellas Artes. Desde siempre sus bocetos fueron de animales, y mientras sus moldes silueteaban felinos de yeso ella buscaba hogar para gatos y perros callejeros de carne y hueso. Camilla (camello en serbio) ya era Ylla cuando se mudó a París para seguir estudiando, pero de a poco las figuras de hierro y madera quedaron relegadas ante el mundo de las lentes y las sales de plata de las películas. Ya sin arcilla en las manos, la nueva asistente del fotógrafo franco-húngaro Ergy Landau tuvo su primera muestra –una serie de fotos de animales tomadas durante unas vacaciones en Normandía– en la Galerie de La Pléiade organizada por el propio Landau. La decisión estaba tomada, sólo había que alquilar un local y colgar un cartel: especialista en retrato de animales. Perros que la miraban hipnotizados y gatos que hacían gala de su tonicidad fueron sus primeros capítulos de fama. Los gatos que Ylla fotografiaba podían ser la cara de cualquier publicidad y eran capaces de tomar alcohol y venderlo en plena Ley Seca. Poco después sus fotografías aparecieron en varias ediciones anuales de la Photographie y entonces Ylla publicó sus primeros libros. Petits et grands (editado en Inglaterra y en los Estados Unidos) fue quizá su primer éxito editorial. Pero otra vez la guerra la obligó a cambiar de rumbo. Exiliada en los Estados Unidos, abrió un estudio en Nueva York y esta vez sus modelos fueron los animales del zoológico y algunas mascotas célebres. Más de diez libros, algunos prologados por el biólogo británico Julian Huxley o por poemas de Jacques Prévert, ediciones infantiles convertidas en clásicos juveniles movieron a Ylla hasta un poco más allá de las cuevas de cautiverio, tanto más allá que viajó a Africa. Vivió en Kenia y en Uganda (su libro Africa da cuenta de esos meses). Después de la visita al continente de ébano, el estudio urbano le quedó chico y decidió retratar animales salvajes en su territorio. A pedido de Jean Renoir viajó a la India por primera vez. El 30 de marzo de 1955, cuando fotografiaba una carrera de carros de bueyes durante las festividades en Bharatpur, se cayó del jeep que la llevaba y murió. Aquellas fotografías fueron libros tiempo después: Animales de la India y El pequeño elefante. Tejones, gatos, martas cibelinas, hurones y panteras hubieran seguido mirando a la cámara toda la tarde en cualquier jaula de intimidad consciente si ella hubiera estado ahí después de que los bueyes levantaran el polvo necesario para retroceder por la historia esperando verla trabajar en un salón a oscuras, donde en cada uno de los revelados se podía reconocer la piel de los animales apostados.
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