Viernes, 7 de diciembre de 2012 | Hoy
MONDO FISHION
Por Victoria Lescano
El último grito de la escena de la moda es el estreno del documental The Editor’s Eye, referido a los ciento veinte años de la revista Vogue. En palabras de la directora editorial Anna Wintour: “Celebra a los editores de moda que estuvieron a lo largo de su historia, porque ellos son nuestras armas secretas”. Una de las armas a las que aludió Wintour es su principal colaboradora, la ex modelo inglesa y directora de modas Grace Coddington.
Así como la mítica Diana Vreeland publicara D.V., sus memorias haciendo apología de sus excentricidades, las recientemente publicadas memorias de Grace Coddington (Grace, A Memoir, Random House) hacen lo suyo en sentido contrario. Porque la actual directora de modas de la edición americana de Vogue tiene 71 años, el pelo largo y rojizo, un estilo que omite artificios y cualquier ostentación que pareciera redimir al vapuleado mundillo de la moda.
Algunos atisbos de su ojo crítico y combativo se pudieron percibir en la trama del documental September Issue, donde Grace confrontó a AW ante la cámara pero no por violencia ni falta de tino, simplemente por sus convicciones estéticas y éticas un poco alejadas de los mandatos del sistema y la sobreestimada cultura de las celebridades a los que sí adhiere Wintour.
Para quienes se pregunten quién es Grace Coddington, su bio indica que Pamela Rosalind Grace Coddington nació en Anglesy, una isla del norte de Gales, que fue la menor y la más alta de dos hermanas, hijas de los propietarios de un hotel semiderruido y que creció navegando y cosiendo sus propias ropas. Su madre pintaba, tejía y realizaba tapices, y luego de la muerte de su padre (Grace tenía apenas once años) fue enviaba a un severo colegio religioso. Pero como cuenta Coddington, bautizada Codd cuando de muy joven incursionó cual modelo en el apogeo del Swinging London: “Me escapé de Anglesey, donde de haberme quedado podría haber trabajado en algún bar o una fábrica. En cambio, motivada por las portadas de las revistas de moda, me anoté en la escuela de modelaje Cherry Marshall”. El uso de pestañas postizas y cierto maximalismo en el maquillaje, que erróneamente se le atribuyeron a Twiggy, haber modelado una icónica imagen de la moda británica, el corte “bob” en cinco puntas que el experto Vidal Sassoon trazó en su cabellera roja, le permiten esgrimir sobre la escena actual: “El mundo de las modelos cambió mucho, se profesionalizó, pero creo que tenía más gracia por entonces: las chicas podían desarrollar un estilo”.
Codd hizo hincapié en matices más trágicos de su biografía pero sin golpes bajos: del accidente automovilístico que arruinó sus párpados y la obligó a someterse a cinco operaciones faciales. “Afortunadamente sí encontraron mis pestañas”, señala con notorio sentido del humor. Pero ése no fue el único accidente ni experiencia dolorosa, le seguía descubrir que su prometido la engañaba con la hermana de Catherine Deneuve y la muerte de su hermana Rosemary por abuso de drogas. En otro orden de cosas y fatalidades, una varicela inoportuna, contraída en su luna de miel con el restaurateur Michael Chow, un posterior romance con el fotógrafo Willie Christie la ayudarían en la crianza de su sobrino huérfano. Cuando Grace abandonó el modelaje, surgió un trabajo de estilismo en la edición británica de Vogue. Desde allí y con el mantra, “mejor tomemos una taza de té”, cada vez que surgía un imprevisto, desarrolló un estilo cimentado tanto en búsquedas por los mercados de usado de King’s Road, como la decisión de maquillar al príncipe Carlos para una producción, la cuidada devoción hacia los diseños y los comienzos de las carreras de Yves Saint Laurent, Kenzo y Azzedine Alaïa. Pero cuando circa 1980 se pasó por pedido de Wintour a las trincheras del Vogue americano, sus editoriales de moda sumaron colaboraciones con los fotógrafos Norman Parkinson, Helmut Newton, Bruce Weber, Annie Leibovitz, Arthur Elgort, Steven Meisel, Mario Testino y más recientemente Craig Mcdean, una toma de partido por caracterizaciones poéticas e irreverentes (de Natalia Vodianova en Alicia en el País de las Maravillas a Stella Tennant zambulléndose en una pileta con ropa de tweed y botas Wellington y para el último gran especial de septiembre de Vogue, Lady Gaga cambiando los disfraces de Lady Gaga por un lindo y simple vestido de Marc Jacobs).
Suele esgrimir que el pueblito que antaño agrupaba a la moda mutó en una megalópolis de neón y no duda en proclamar su desagrado ante los cultores del Twitter y los Instragrammers y especialmente a la idea del dominio público de las imágenes que se desprende de la escena actual de las comunicaciones. La mujer de 71 años que se pasea en bicicleta junto a su novio, el experto en peinados Mr. Malige (juntos desarrollaron un libro dedicado a sus mascotas llamado Catwalk Cats) ensaya un listado de sus diseñadores favoritos, de Marc Jacobs a Miuccia Prada y Nicholas Ghesquiere, mientras enfatiza la ausencia de John Galliano y de Helmut Lang. Mientras se rumoreó que pronto va a dejar Vogue, Grace dijo acerca de las nuevas generaciones de diseñadores: “Considero que necesitan hacer cierto recorrido y equivocarse, no adhiero a la idea de que tan pronto como salen de las escuelas de moda sus colecciones tienen que ser un éxito de ventas”.
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