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Viernes, 7 de diciembre de 2012

VISTOY LEIDO II

La respiración de la genia

Un nuevo trabajo sobre la enorme obra de Virginia Woolf.

 Por Marisa Avigliano

La abundancia de biografías de Virginia Woolf parece anunciar que una multitud trágica estaba apresada en la frágil compostura de la autora de, entre otras obras maestras, Al faro y Orlando. Irene Chikiar Bauer acaba de presentar la suya después de siete años de investigación. Virginia Woolf. La vida por escrito es una biografía ideal para rastrear la vida de Virginia y también la de aquellos que eligieron hablar de ella. A V.W. se la puede degustar incluso haciendo sus discretas labores manuales, como en La muerte de la polilla (no dejen de leerla, no olviden llevarla si van lejos, hasta Macon Leary –William Hurt en The Accidental Tourist– sabe que son mejores que sus guías) para contemplar el ejercicio constante, la calistenia, la respiración del genio. Un revoloteo ensimismado sobre las palabras más preciosas y precisas del idioma inglés –de Thomas Browne a Ronald Firbank–, acompañado de una comprensión temporal digna de una hechicera. El factor Woolf deja de ser un virus para convertirse, a fuerza de estilo, en un gas, simultáneamente hilarante y letal. Por lo demás, el compañerismo, la camaradería, el disfraz: el elegante y mortífero Lytton Strachey, el maquillado y nervioso T. S. Eliot (que posa junto a su mujer Vivienne y a Virginia en el final del libro, en el dossier fotográfico después del onomástico indispensable y que Irene Chikiar Bauer, para felicidad del lector curioso, ha desplegado –como el índice de Pálido Fuego– en detalle) y el fatigado ateísmo de sombrerero loco de Bertrand Russell (capturado por otra pitonisa: Ottoline Morrell). Nombres y apellidos desplegados a lo largo de novecientas páginas que en el juego de las pretensiones aristocráticas de una camándula ociosa y frívola con central en Bloomsbury dan el blanco.

Bauer ha decidido seguir a Woolf a diario, año tras año, yendo detrás de cada una de sus cartas y de sus libros. La biografía entonces se vuelve guía y caja de Pandora para quienes quieran respetar las agujas o saltar en el tiempo y salir a buscar lo que más le interesa y develar a Virginia detrás de la Virginia feminista precursora, objeto de estudio queer o caso clínico. Su padre, su marido, los otros hombres, sus amigas y el elenco –a veces sólo moscas tsetse– que “al correr de los años” la acompañaban hasta que se perdían en el laberinto de una sociedad de mujeres. Sí, una sociedad verdaderamente matriarcal: Virginia, Vita (Sackville West), Violet Trefusis, Edith Sitwell. Dueñas del murmullo y del trabajo. El trabajo era una constante de Virginia Woolf, impronta de una afectación viril primitiva a la que supo afrentar como un pterodáctilo con las alas bien abiertas. Entre el padre capaz de desperdiciar horas y horas en una biblioteca, cuyo contrapeso intelectual no está a la altura de las Causeries du lundi, de Sainte Beuve y el nada bovariano ni bovárico marido editor de la Hogarth Press, la labor y la osadía de Virginia Woolf es lo contrario de una obligación, de unos deberes ejecutados para apaciguar quién sabe qué urgencias masculinas.

Como un néctar engañoso puede libar el alado lector la corriente que arrasa su obra, una máquina de coser convenciones para destruirlas con un arma dentada desconocida, tan imperceptible como indestructible. Esos son algunos de los saberes que la autora de este libro pone en circulación mientras, sobre el tiempo y su órbita, Orlando exige que la niña juegue al mismo tiempo con el joven caballero y Virginia posa con las piernas encogidas equilibradas, el vestido estampado, el cuelo con puntillas y esta vez sin los labios pintados exigidos por Man Ray.

Virginia Woolf
La vida por escrito
Irene Chikiar Bauer
Taurus

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