Viernes, 11 de enero de 2013 | Hoy
HOMENAJES
Para Elsa Fanti de Manzotti la maternidad es un vínculo social. Ella, como todas las que integran la Asociación Madres de Plaza de Mayo, borró los nombres de sus hijos de sus pañuelos. Se niegan a pensarlos muertos y tampoco importa cuál fue su organización de pertenencia. Elsa habla de “los 30 mil”, ése es el número de hijos que es capaz de abrazar después de 35 años de rondas.
Por Noemi Ciollaro
A Elsa le inquieta el grabador, dice que es la primera vez que va a hablar así de su historia, que cuánto vamos a tardar porque las Madres almuerzan todas juntas, que está algo disfónica y, finalmente, afirma que está conmovida e incluso angustiada. A poco de comenzar la entrevista sus palabras surgen cálidas, por momentos entrecortadas, pero breves y concisas.
Elsa Fanti tiene 85 años y ella y su marido Onelio Manzotti llevarían hoy 62 años de casados. El falleció hace dos, cuando ella se había quebrado la cadera tras una caída y recién operada no pudo estar junto a él; “me casé a los 23, fue un matrimonio lindo, con suerte de haber estado sanos... él era muy compañero en todo... Ya camino bastante bien, aunque todavía necesito apoyarme en algún brazo porque me falta un poquito de fuerza”.
Habían formado un hogar humilde, con mucho esfuerzo. “Sí, a nosotros también nos interesaba la política, siempre fuimos trabajadores, pero nos interesaba que tuviéramos un país bueno para todos. De soltera fui trabajadora textil, después mi marido tenía negocio, yo le ayudaba y cuando cerró el negocio tejía para afuera en mi casa, siempre hacía algo para poder salir del paso y estar mejor”, relata.
Los Manzotti vivían en Haedo y tuvieron dos hijos, Alicia y Daniel. “Los chicos fueron creciendo, cuando terminaron el secundario trabajaban y estudiaban. Fue todo muy normal hasta 1977... Mi hijo Daniel estudiaba Agronomía y le faltaba poco para recibirse, mi nuera trabajaba y estaba haciendo el ingreso a Psicología; se conocieron en Haedo, primero hicieron pareja y después se casaron. Cuando se los llevaron el 24 de agosto, tenían 23 Daniel y 21 María del Carmen, los dos trabajaban mucho y tenían una nena, Ana, de un año y medio, y el 15 de agosto del ’77, nueve días antes del secuestro, había nacido Ernesto”, subraya Elsa.
Daniel vivía junto a su esposa en lo de sus suegros, en el mismo operativo secuestraron al padre de María del Carmen. Además, allanaron la casa de los Manzotti y también se los llevaron a ellos. El papá de María del Carmen fue liberado tres días más tarde y ellos poco después. Elsa no recuerda si quienes hicieron el operativo llevaban uniforme o vestían de civil, sólo retuvo los gritos, las patadas en las puertas, la violencia.
“Ese 24 de agosto empezó mi lucha. Cada una que llegaba a la plaza tenía una angustia muy grande, parecida a la que siento ahora recordando todo lo que estoy recordando. La pregunta que te hacían cuando una llegaba era ‘¿qué te falta? ‘ y yo dije: ‘me faltan mi hijo y mi nuera’ y a una se le saltan las lágrimas, siempre en aquel momento llorábamos y entonces la compañera te decía que en la plaza no se llora y que se viene a trabajar. Y lo entendí perfectamente porque siempre se me pasa esto acá, hay a veces un poquito de tristeza, pero estamos contentas, y juntas seguimos luchando”, dice.
“La vida nos cambió por completo, yo hacía todo lo que podía, mis nietos estaban en la casa de los abuelos maternos y yo iba a cuidarlos y a reemplazar a mi consuegra mientras ella trabajaba en una escuela como directora. Después mi marido tuvo un infarto y yo tenía que atenderlo, entonces teníamos a los chicos en casa durante la semana y los fines de semana los llevaba a lo de los otros abuelos. Y así crecieron, fueron al jardín de infantes, a la primaria y nos íbamos arreglando entre las dos familias para criarlos”, recuerda Elsa.
Cuando parecía que habían entrado en una situación de estabilidad con los nietos y sus vidas transcurrían entre la plaza y la casa, los Manzotti tuvieron que hacer espacio en sus almas para un nuevo dolor. “El padre de mi nuera era médico y la mamá maestra y en un momento yo empecé a notarlos raros, fue que ellos habían pedido un pase en sus trabajos y se fueron a vivir a Mar del Sur... sin decirnos nada, y en un momento cuando los fuimos a buscar a los chicos a la casa, no estaban. No encontrábamos a nuestros nietos, así que tuvimos otra lucha para ubicarlos, pusimos un abogado y supimos que estaban en Mar del Sur. Siempre tuvimos buena relación con los otros abuelos, jamás separamos a los chicos; mi hija Alicia es psicóloga y me decía ‘mami, separarlos no, entre las dos abuelas los van criando juntos...’ y yo con sus consejos empezaba a contarles a los chicos las cosas que podían ir entendiendo de acuerdo a su edad.”
Elsa y Onelio supieron que los abuelos maternos habían tramitado la guarda de los nietos y la habían conseguido y aceptaron llegar a un acuerdo con el régimen de visitas, a partir de ahí en las vacaciones de invierno los tenían diez días y en las de verano un mes y medio.
“Siempre tratamos de respetarnos porque estaban los chicos de por medio y lo que buscábamos era que realmente Ana y Ernesto fueran felices, sabiendo la verdad, por dura que fuera para ellos, les fuimos contando todo. No, con los otros abuelos había cosas en las que no estábamos de acuerdo; ella por ejemplo creía más en Dios, tiraba más para la Iglesia, y nosotros no, porque la Iglesia no levantó para nada la mano ni la voz cuando sabía muy bien lo que estaba pasando, sabían que los milicos habían sido los asesinos que tiraban las puertas abajo, golpeaban a todos, secuestraban y mataban. Y así fueron creciendo los chicos”, afirma Elsa mientras sus manos pequeñas se enlazan y se separan como intentando atrapar recuerdos.
Su hija mayor, Alicia, siempre fue y es un gran apoyo y la que los orientó sobre la conveniencia de ir proporcionándoles a los nietos claridad acerca de la situación de Daniel y María del Carmen, esos padres a quienes apenas habían conocido.
“Los chicos nos decían a mi marido y a mí papi y mami, porque imitaban a sus compañeritos del colegio, y mi hija nos aconsejaba ‘ustedes déjenlos que ellos los llamen como quieran, pero cuando ustedes los llaman háganles notar que son los abuelos’. Por ejemplo, mi marido le decía a mi nieta ‘Ana, te llama la abuela’ y lo mismo yo con mi marido: ‘Ernesto, te llama el abuelo’... Ya de más grandes, cuando traían algún amiguito a jugar o a hacer deberes, nos presentaban como mi abuelo y mi abuela. Para nosotros eso era muy importante porque ellos iban comprendiendo. Y bueno, hasta que vivieron en Buenos Aires íbamos a la plaza, hacíamos muchas cosas juntos”, explica.
La paciencia y la aceptación además del amor a sus nietos tuvo compensación, no bien terminaron el secundario ambos chicos fueron a vivir con los Manzotti en la casita de Haedo y cada tanto volvían a Mar del Sur a visitar a sus otros abuelos. Así fue hasta que ambos formaron pareja y hoy Elsa tiene cuatro bisnietos, dos de cada uno de ellos. Sus nietos la ven con frecuencia y van a buscarla para compartir paseos y salidas con los niños.
Las integrantes de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, presidida por Hebe de Bonafini, a diferencia de Línea Fundadora y de las de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas, no mencionan la organización o agrupación de militancia de sus hijos, así como también mantienen diferencias en consignas y posturas con relación a algunas cuestiones a las que Elsa se refiere.
“Fue una vida muy triste –resume–, porque que se los hayan llevado por pensar políticamente... Ellos tenían sus compañeros, pero no, nunca hablaban de adónde militaban, ellos luchaban por un mundo mejor, querían que todos pudieran estudiar, que tuvieran educación, salud. Nosotros sabíamos que ellos pensaban políticamente. Y yo nunca dejé la Plaza, sigo todavía, siempre pensando que nunca más pase lo que pasó con nuestros hijos. Ahora estoy muy orgullosa y contenta de nuestra juventud. Y de lo que hicieron Néstor y Cristina. Nosotras hacemos y sentimos que nuestros hijos siempre están con nosotras, decimos que faltan pero que están en nosotras. Que viven.”
Cuando Elsa comienza a hablar de lo que hace con las Madres de la Asociación su voz se anima y la angustia parece disiparse para dar lugar a una energía suave pero firme. “Las Madres luchamos y caminamos y marchamos... Y bueno, hubo muchas cosas muy malas también, los gobiernos que llegado un momento dieron la reparación económica, todo eso fue muy feo, pero nosotras, las de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, fuimos las únicas que no cobramos reparación, a nuestros hijos los tenemos vivos con nosotras en todos los actos que hacemos. En todas las caminatas cuando llegamos a la Plaza nos encontramos con ellos, nos ponemos los pañuelos y decimos que es el abrazo que nos damos con nuestros hijos, con los 30.000... Porque nosotras las Madres de la Asociación en un momento hicimos una reunión y decidimos sociabilizar la maternidad, por eso para nosotras están vivos, porque cobrando la reparación económica no los hacíamos vivos, por eso no la hemos cobrado, para nosotros están siempre vivos.”
Elsa despliega entonces su pañuelo blanco sobre el regazo y explica: “Sí, claro, primero llevábamos los nombres de nuestros hijos bordados en los pañuelos, yo llevaba el nombre de mi hijo y de mi nuera, había Madres que tenían muchos nombres en sus pañuelos, de hijos, yernos, nueras... y ahora llevamos sólo la consigna Aparición con vida de los desaparecidos. Desde que socializamos la maternidad no llevamos más los nombres de nuestros hijos en los pañuelos. Tampoco estamos de acuerdo con la recuperación de los restos que se pueden ubicar, porque nosotros no los hacemos muertos a nuestros hijos, ellos están vivos, por lo tanto no hablamos de muerte, estamos luchando por la vida, y la vida vale vida, nunca vamos a hablar de muerte. Sí, las que se fueron a Línea Fundadora decían que por cobrar la reparación económica por la desaparición, los hijos no iban a estar muertos, pero nosotras lo entendimos de otra manera, como corresponde: cuando uno cobra un dinero ya lo da por muerto”.
Una y otra vez Elsa recuerda la caída que le costó la rotura de su cadera y que le imposibilitaba ir a la Plaza de Mayo y a la casa de las Madres, en medio de esa situación falleció Onelio y ella estuvo muy mal, anímica y físicamente. “Me tuve que venir a vivir a Capital, primero con mi hija y ahora con una persona que me acompaña porque sola no puedo estar, tengo mis dificultades... Pero estoy mejor, y te digo algo, cuando las Madres nos ponemos los pañuelos y salimos a marchar, se nos pasan todos los dolores... pero hice un gran esfuerzo para reponerme, me costó salir y mis nietos a veces me acompañan a la Plaza, están muy contentos con lo que yo hago.”
“Ahora nos tocó conmemorar los 1800 jueves en la Plaza, fue hermoso, hicimos nuestra marcha habitual, después acá, frente a nuestra Casa se hizo una mateada con bizcochitos y pastelitos y la gente que nos acompaña siempre. Ellos nos regalaron una torta enorme que Hebe quiso que corte yo, porque dice que cuando yo corto alcanza para todos. Y sí, así somos siempre, nos festejamos los cumpleaños entre nosotras, hoy tenemos el de la compañera Chela, tomamos mate por la tarde y siempre juntas, que eso es lo importante. Y ahora las que estamos más activas somos entre quince y veinte Madres, más las del interior, todas pasamos los 80. Cuando conversamos nos damos cuenta de que la mayoría de los hijos eran todos iguales, se preocupaban por el otro... y no nos dejaron llegar a ellos, pero las Madres seguimos la lucha por los 30.000, ésa es nuestra vida”, concluye.
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