Viernes, 22 de febrero de 2013 | Hoy
MUSICA
Auto recluida en su hogar-estudio, Carola Bony, una rara avis de la escena del rock, recibe a Las 12 y repasa su vida a modo de presentación para quienes no conocen su obra. A los que saben de ella, más del enigma que construyó a fuerza de talento y libertad.
Por Santiago Rial Ungaro
Son las 5 menos cinco y Carola abre la puerta de su casa en Constitución: está resplandeciente, con una remera blanca con una cebra estampada y una sonrisa de alivio, como si ella misma fuera una cebra que se hubiera escapado de una manada de leones hambrientos. Ya habrá tiempo de pasear por su hermosa casa, un refugio que le dejó su padre, el artista Oscar Bony, porque el agua ya está por hervir y es el momento de la ceremonia del té. En silencio, mientras llena las tazas de porcelana, las sensaciones se adelantan a las preguntas: ¿qué pasó con Carola Bony, la niña mimada del rock de los ’90? Mientras tomamos el té, en silencio, suena la música que Brian Eno compuso para los aeropuertos. Carola no es una chica común, nunca lo fue. Hay muchísimo para decir sobre ella, tanto sobre lo que hizo como sobre lo que no hizo: excelente cantante (el dúo con Gustavo Cerati en “Pudo ser” de Colores Santos suena cada día mejor y ella por entonces era casi una teenager), hábil con las máquinas y también con las palabras; además de ser guapa y exuberante, tiene alcurnia artística. Sin embargo, y aunque durante el año pasado su obra se sintetizó en la fantástica página web (un verdadero hallazgo a todo nivel con sólo clickear carolabony.com.), Carola sólo tiene tres discos en su haber, un cuarto con destino de obra maestra y muy pocas presentaciones en vivo.
“Tacos altos rompan filas / Piernas listas para el combate / Minifalda superpotencia / Manchas de agua oxigenada en las tetas de plástico / uñas largas medias de seda / No me rompas la lencería / Soy valiente y me hago rica ya / No conozco tu cultura ni manejo tu léxico / No tengo cargo de conciencia ni pecados que pueda controlar / y Cuando es la hora de girar nos encontramos en la esquina / Cuando es la hora de girar todo es tan sórdido”, canta en “Sórdido”, un temazo de su próximo disco. “Voy a tocar cuando tenga ganas. ¿Por qué voy a tocar si no tengo ganas?”, comenta y se ríe a carcajadas. Pero más allá del humor, hay algo enigmático en esta mujer que sabe de todos modos cómo elegir los formatos más marginales para materializar su música. Nació en Buenos Aires pero vivió un año en Italia, hasta que papá y mamá se separaron y ella volvió al país con su mamá. Por si alguien no lo sabe, el papá de Carola es Oscar Bony (1941-2002), y por entonces la separación hizo que su relación con su papá dependiera de las fluctuaciones de mercado de arte: “Si venía algún cuadro ese año nos veíamos, si no, no. De hecho el primer trabajo que tuve fue haciendo diseños para estampas textiles, en un viaje que hice a Milán en unas vacaciones, cuando tendría 11, 12 años. Mi papá pintaba, pero tenía como plan B los tesutti, así que entonces empecé a trabajar con mi papá haciendo eso y la verdad es que mis diseños se vendían mejor que los suyos. En un momento había ganado un montón de plata y con eso me compré un tecladito Yamaha que tenía unos pads para hacer las baterías”. Cuando terminó las vacaciones y volvió al país, el horizonte para ella estaba muy claro: iba a ser diseñadora gráfica: “Hasta que poco después Andy Cherniavsky me consiguió un trabajo como diseñadora de un programa para unos recitales de Alejandro Lerner”. Cuando la pequeña Carola fue al recital y llegó el momento de los agradecimientos, tomó conciencia de algo. “Ese momento que me nombró fue genial, ahí mismo me di cuenta de que me parecía mucho más divertido estar allá arriba que debajo del escenario.”
Carola siguió haciendo algunas postales, pero en ese show de Lerner hubo un punto de inflexión: “Yo pensé que podía seguir haciendo estas cositas, pero finalmente me decidí por la música porque creía que era el camino más difícil. No podía prever cuál iba a ser el próximo paso. Me parecía que la música era como un descampado. Empecé a componer... y no me salía nada”. Carola, que no es ninguna santa, tuvo un breve paso por la Universidad Católica: “Ahí conocí a Manzanita (músico y productor, hoy en Valle de Muñecas). Me acuerdo de que una vez nos retaron porque estábamos ‘jazzeando’ unos temas de Los Beatles en un cuarto que tenía un piano. Nos dijeron algo así como ‘esta clase de música no se hace en este establecimiento’”. Carola se vuelve a reír pero recuerda que después de eso no quiso seguir estudiando ahí. Por entonces había empezado a estudiar canto y a interpretar standards de jazz junto a Noel Schajris. Con él hizo el demo que la acercó a Gustavo Cerati (que por entonces estaba grabando junto a Daniel Melero Colores Santos, una obra maestra del pop de ese entonces, en 1992) y Carola entró por la puerta grande (y a la vez estrecha), al mundo de la música pop. De a poco le empezaron a salir sus propias canciones. “Me animé a componer con mucha más seguridad. Una de las primeras cosas que hice fue imitar a Curve. El link con Gustavo y Daniel fue Flavio Etchetto. Lo conocí en una discoteca y me acerqué porque me dio mucha curiosidad conocer a un marciano.” Por entonces Flavio tocaba la trompeta en un restaurante árabe y era parte de Los Resonantes, donde Carola empezó a tocar la guitarra eléctrica y la pandereta en las míticas presentaciones de Dínamo de Soda Stereo. Con su pelo rosa, su voz de sirena y 90 de busto, todos se preguntaban quién era esa chica.
Editado a finales de 1994 de manera independiente, el primer disco de Carola Bony, el ahora mítico “disco plateado”, era brillante tanto por su gráfica como por su contenido. Considerado hoy en día como un objeto de culto en la escena musical argentina, el álbum venía sin título ni referencia directa a la artista, y lo mismo se podía decir de su contenido sonoro: música electrónica instrumental, canciones que hablaban de chicos que lucían bien pero lo hacían mal y de tomar sopa de palabras rotas convivían en perfecta armonía generando algo que muchos artistas nunca logran conseguir: un imaginario propio. Promediando la década del ’90 Carola Bony era un enigma, y la edición (¡en cassette!) de Autista, un trabajo puramente electrónico y más hermético que el anterior, no dejaba margen a la confusión: Carola se resguardaba en su interior, a pesar de las elogiosas críticas y de las expectativas a su alrededor. Pronto se refugió en el exterior, quizá sintiendo que no había mucho por hacer en el país (su siguiente disco, un E.P de Drum & Bass titulado Estrella jamás salió editado) se fue a Londres sin saludar ni mirar hacia atrás. “Mi papá tenía miedo de que yo me convirtiera en una ama de casa y de que tuviera muchos hijos. Creo que no lo defraudé, ¿no?” Oscar Bony (Posadas, Misiones, 1941-2002) fue un gran artista, pero la nota no trata sobre él. Aunque está claro que sí hay una influencia sobre Carola, y no sólo por su relación visceral con sus creaciones artísticas: “Yo me ocupo de la obra de mi papá. Y de vez en cuando alguna obra se vende. Soy la heredera. Y por suerte me encanta su obra, me parece muy ‘power’”. El papá de Carola, ese que le regaló su primer teclado, el mismo que la llevaba en moto por España y que con la distancia y gracias a las intermitencias se fue convirtiendo en un mito (algo seguramente magnificado por su enorme prestigio en el ambiente del arte) murió de una enfermedad “rarísima” en el 2002.
Carola tuvo intuición para saber irse en el momento indicado: en Buenos Aires, a fines de los ’90 el desinterés por la música electrónica fue creciendo exponencialmente y cierto rock barrial, a menudo burdo y casi siempre vulgar, fue tomando la escena. Carola estaba en otra, a miles de años luz de esa realidad. En 1997, se instaló en Londres, donde conoció a James Withehorn (1965-2006), icono de la videocultura pop de los años ’80 en Inglaterra, con quien filmó el video de su canción “Miel” en 1998. Un par de años después empezó a estudiar en Sonic Arts en el Landdown Centre for Electronic Arts en la Universidad de Middlesex, carrera que terminó en el 2003 y que seguramente la ayudó a delinear su perfil artístico. Todo eso es lo que cuenta Wikipedia, la versión de Carola es mucho más apasionada, irracional y glamorosa: “Yo estaba muy enamorada de Suede, y por entonces también quería retomar el tema del canto. Para mí era obvio que yo podía cantar bien, entonces me daba pudor agarrar ese camino fácil. En esa época me copé con el espíritu del glam rock. ¡Ahhh, Brett Anderson! A la semana de estar trabajando en Londres como mesera entró Brett Anderson al coffee shop. Yo estaba ahí con el delantal, y la verdad es que fue de película: le pedí disculpas al dueño, me saqué el delantal y le empecé a cantar ‘She Will Come from Argentina’ (letra de Dark Star, una canción de Suede). La verdad es que sentí que yo estaba respondiendo a un llamado de él. Hay otra canción que se llama ‘She’, que dice ‘She is Bony’, escrito como mi apellido, tal cual. ‘Bony’ es huesudo, en Escocia se usa para decir que alguien es lindo. Y después nos hicimos muy amigos... El fue mi maestro para hacer canciones, siempre que nos juntábamos, él tocaba un tema con la guitarra y me la pasaba a mí y yo tenía que hacer un tema. En esa época hice un montón de canciones porque sabía que en algún momento de la velada me iban a pasar la guitarra. A mí me sirvió mucho esa época como entrenamiento, porque es más fácil cantar en inglés. Vos estás ahí y Brett agarra una criolla y toca un tema y el mundo se detiene. El es una Dark Star, es una estrella. La verdad que fue un salto en el vacío que me salió bien”. Quizá por haber sido vanguardista cuando lo suyo estaba un poco adelantado a su tiempo y contexto y por haber disfrutado al extremo del glamour con uno de los músicos más apuestos y guapos del mundo, cuando Carola volvió de Londres, lo primero que hizo fue poner Manal. Fue casi como una premonición rockera. Ya instalada en Buenos Aires, en el 2004, volvió a los escenarios argentinos tocando el bajo como integrante de la banda de uno de los músicos más rockeros de Sudamérica y del mundo: Carca. Ese trío se completaba con Diego (Panza) Castellano (la actual base rítmica de Babasónicos) y formó parte de la grabación de Uoiea, el sexto disco de Carca. “Yo nunca había tocado el bajo y faltando 10 días para un show que tenía en Córdoba, Carca me encaró: ‘Si querés, podés’. Carca es muy personaje, yo me ponía atrás de todo el circo que armaba él y me sentía protegida. Pero nunca me dio vergüenza. Después él entró en los Babasónicos. Yo entiendo eso, pero a mí me dejó en banda: yo tocaba el bajo en su banda y él tocaba la guitarra en mis temas. Y yo soy fan de Carca, no soy fan del bajista de Babasónicos. Para mí era obvio que nos iba a ir rebien porque éramos buenísimos. Ahora me recuperé, pero tardé mucho tiempo.”
Carola ahora me lleva a un lugar de la casa donde suenan Brian Eno y los cantos gregorianos simultáneamente. Y sí, para qué salir de tu casa cuando sos feliz, creando, trabajando y recibiendo a tus amigos. Llega Ezequiel Araujo, quizás el mejor productor musical argentino, que está ayudando a Carola con la mezcla de un disco que está “tocado en un 70 por ciento por mí: grabé teclados, guitarras, bajos y voces. Y también me meto en la mezcla, en eso que se llama producción, que para mí es parte de la composición. Pero confío muchísimo en El Fauno (apodo de Araujo)”. Carola sabe que está donde eligió estar: el precio de la libertad es alto, pero vale la pena: “La verdad es que toqué muy pocas veces. Con Carca toqué un par de años, pero al mes de que empezáramos a tocar nos agarró Cromañón. Yo sé que eso de no tocar es una contradicción con mi origen de Alejandro Lerner. Pero bueno, es una contradicción que viene con la vida. La música es un universo con muchísimas actividades”. Después de haber compartido tantos momentos con Cerati, Melero, Brett Anderson y Carca, Carola sabe muy bien qué es el rock. Pero aunque le sienta bien sonar rockerísima cuando tiene ganas, Carola siempre supo tomar distancia de todo el circo “rockero”. “El rock es un mito, toda la parte canchera es un mito. Nos han bombardeado con imágenes de lo que es ‘ser rockero’, que es algo que no necesariamente tiene que ver con la música: usar ropa ‘cool’, un peinado ‘cool’, tomar cocaína y cogerse unas minitas. Eso es un mito instalado. Mick Jagger estudiaba ciencias económicas y no dejó la universidad hasta que le empezó a ir súper bien con la música, pero no es glamoroso contar eso. La gente prefiere pensar que los Stones bajaron de una nave espacial. Y no es así, ni siquiera sabemos si no lo mataron a Brian Jones. Yo no creo que el ‘rock se murió’, sino que ya fue, que esos ingredientes de algún modo pertenecen a otra época. Hay un lugar donde la física cuántica y la meditación oriental se encuentran y llegan a la misma observación, desde lugares totalmente distintos. Ahí no hay rock, pero en esa valoración del universo hay música. A mí lo que me interesa es ser libre. Yo la paso bien con la música. A mí personalmente me da pudor estar en una tarima alta y que todos me miren. No sé si es por falta de experiencia o porque definitivamente no es algo que me salga con naturalidad, pero ¿quién dice que hay que tocar en vivo? Yo hago música todos los días, toco el bajo, la guitarra, canto, grabo. Eso de que para ser músico tenés que tocar en vivo es como decir que si no tenés lolas te tenés que hacer implantes.”
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