Viernes, 22 de febrero de 2013 | Hoy
RESISTENCIAS
Un libro sobre la fuerza femenina en los movimientos sociales rescata la garra colectiva cuando se juntan piqueteras, desocupadas, asambleístas o trabajadoras sin tierra para enfrentar las consecuencias del neoliberalismo. En la década del noventa, el 75 por ciento de las que salieron a protestar fueron mujeres, un fenómeno que se llama la feminización de la resistencia.
Por Luciana Peker
“No queremos que los dirigentes sean el Che Guevara en la organización y Bush en nuestras casas”, dijo una mujer de 52 años, integrante del Frente Popular Darío Santillán, del conurbano bonaerense. La frase resume buena parte de las voces que escuchó en diversos movimientos sociales: las voces de las mujeres con un sentido de pertenencia propio dentro del arco social y, también, pertenecientes a sectores populares dentro de un feminismo que a veces sólo mira un ombligo –más que un techo– de cristal. El protagonismo de las mujeres en los movimientos sociales. Innovaciones y desafíos. Prácticas, sentidos y representaciones sociales de mujeres que participan en movimientos sociales, de Ediciones América Libre, es el libro de Roxana Longo que profundiza sobre el surgimiento de piqueteras, asambleístas, desocupadas, campesinas y otras luchadoras sociales que salieron a la calle para reforzar su voz –aunque hoy no sean tan escuchadas– pero sigan haciendo eco.
Ella es docente e investigadora de la Facultad de Psicología, donde realizó una maestría en psicología social comunitaria y, desde el 2001, trabaja en educación popular con la organización Pañuelos en Rebeldía junto a Claudia Korol, quien resalta en el inicio del libro: “Este estudio no es un tratado sobre la vulnerabilidad de las mujeres sino sobre su fuerza colectiva. Es el análisis del empoderamiento a partir de la organización popular”.
–En mi investigación de posgrado de psicología social comunitaria, con mi directora de tesis, Graciela Zaldúa, se me ocurrió indagar en las prácticas y los sentidos de las mujeres que participan en los movimientos sociales y cómo incide esto en los procesos colectivos de participación.
–Los movimientos que trabajé son de desocupados y asambleas barriales que surgen de la implementación del neoliberalismo que produjo transformaciones sociales y subjetivas. Son las mujeres esencialmente las que salen a reclamar algunos derechos. Por eso se parte de la feminización de la pobreza para llegar a la feminización de la resistencia. Se da ese viraje. Trabajé en muchos talleres y realicé treinta entrevistas profundas con movimientos de desocupados de Tartagal (de Salta), del conurbano de Buenos Aires y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y tres asambleas barriales de San Telmo y Flores. En los noventa muchos hombres vivieron procesos más depresivos porque su rol de proveedor fue avasallado y, en un primer momento, tuvieron decaídas. Incluso hay estudios que denuncian suicidios. Son las mujeres las que salieron a reclamar. La participación de las mujeres fue cualitativa y cuantitativamenete muy significativa. El 75 por ciento de las que participaron fueron mujeres y el 25 por ciento hombres. Al principio sus demandas no tenían que ver con el género, pero después empezaron a aparecer en el proceso de participación, no es de un día para el otro, pero, poco a poco, se comienzan a ver las relaciones de inequidad e, incluso, estos movimientos sociales empiezan a ser cuestionados en su interior y a pensar en otras formas de organización diferentes de las tradicionales.
–La realidad hay que pensarla en la complejidad. No mermaron las asambleas porque había fuerte presencia de mujeres. Después del 2003 y 2004 empieza a haber un fuerte período de cooptación por parte de los gobiernos progresistas en América latina. Por otro lado, hay una historia en la izquierda argentina de fragmentación y una dificultad de escucha en asambleas barriales. Unas mermaron y otras devinieron en experiencias más culturales. No fracasaron.
–Persisten, como la unión de trabajadores y trabajadoras de General Mosconi, en Salta; el Frente Darío Santillán, el Movimiento Teresa Rodríguez. Fueron experiencias que surgieron desde la indigencia y la pobreza. Son diez años. No es tanto.
–Estos movimientos tuvieron un anclaje muy importante en lo territorial. En eso fueron muy importantes las mujeres en los comedores comunitarios, los merenderos, y en conocer los padecimientos cotidianos de los vecinos y vecinas en su territorio concreto. Pero ellas exigían sobre todo en los movimientos mixtos –salvo en el de Tartagal, en que habían decidido nuclearse mujeres solas porque habían padecido mucho machismo anteriormente– que su reconocimiento fuera igual en la toma de decisiones. Las mujeres fuimos silenciadas durante años y, al principio, costaba más su participación en asambleas.
–Muchos de estos movimientos están en la campaña contra la violencia de género y por el aborto legal, seguro y gratuito, y el Frente Darío Santillán decidió definirse no sólo antiimperialista sino, además, antipatriarcal. Eso tiene que ver con un trabajo esencial de las mujeres.
–No todos los movimientos son iguales. No todos se definieron antipatriarcales. Pero muchos asumieron temáticas que reclamaban las mujeres y eso se ve reflejado en el eslogan “Sin feminismo no hay socialismo”. Yo creo que hay un esfuerzo de algunos varones. Pero estamos en un momento de transición. Hay prácticas, representaciones y sentidos sociales tradicionales y otros alternativos que interpelan a la realidad desde la complejidad. Se repiensa el espacio privado y el público, la naturaleza y la cultura integrando a las diferentes opresiones que existen: pueblos originarios, campesinos, mujeres.
–Los movimientos han tomado diferentes resoluciones. Algunos han sancionado a los compañeros y no aceptan que haya violentos o abusadores sobre todo con niños o niñas. Otros han albergado a la mujer, muchas son jefas de hogar y aparece un fuerte acompañamiento a las mujeres, van a vivir a espacios comunitarios o a casas de compañeras. A veces se da la situación de acompañarla a hacer la denuncia y de buscar las abogadas. Aunque hay un límite que es la falta del ejercicio de exigibilidad y de cumplimiento de la ley de violencia de género, que es muy piola pero muy difícil de implementar. Pero el plus es sentir que no es una vivencia individual sino histórica, cultural, y se reflexiona sobre esa realidad concreta. La solidaridad es fundamental. Muchos tomaron la actitud de echar a los hombres. Otros no. No es todo color de rosa. Pero se fue avanzando bastante en estos años. Está la tensión de pensar que es algo privado, pero cada vez se desdibujó más.
–No sé si es mayor, es diversa. Comparten muchos momentos en lo territorial. Quizá las mujeres en la clase media están muy limitadas en el tiempo que les queda para encontrarse con sus amigas. Las mujeres de los sectores populares, cuando les preguntaba por qué salían a luchar, nunca te dicen que es por ellas, siempre el motor son sus hijos. Esa necesidad hizo que se encontraran durante horas en asambleas, merenderos, trabajo de formación. Con dificultades, también. Los sectores de clase media tenemos más facilidad para ubicar a los hijos/as en alguna escuela o con niñeras. Ellas tenían la dificultad de que su participación tenía que ser con sus hijos a cuestas. Tienen pocas ofertas de escuelas y no tienen con quiénes dejarlos. No fue fácil para las mujeres que tenían pareja sostener un espacio de participación pública porque comenzaron los celos y los reproches. Algunas parejas se rompieron por esta participación. A la vez que pasar mucho tiempo con otras mujeres hacía que se fortalecieran más los lazos de solidaridad.
–Era un movimiento exclusivo de mujeres por la reproducción del patriarcado en las organizaciones mixtas. Yo visualicé que la lucha es más complicada en Brasil. En Argentina tenemos la identidad de género, la ley de violencia de género, la ley de salud sexual y un lugar destacado en los derechos de mujeres y las diversidades sexuales. Sobre todo, en el interior de lo que es la izquierda. Yo creo que el feminismo popular ha avanzado de una forma superior a la de Brasil. Este movimiento era autónomo, era diferente en relación con la identidad: son campesinas. La reivindicación que tienen es el derecho a la propiedad de su tierra y a la participación política y es una organización innovadora. Se asume como una organización anticapitalista, feminista y antipatriarcal. Trabajan mucho el hecho de pensarnos a las mujeres y a los seres humanos con la naturaleza y hay una crítica feroz al modelo de desarrollo implementado en las últimas décadas.
–En los movimientos sociales muchas mujeres provenían de la militancia de los setenta. Esa experiencia, con las particularidades del exilio, donde se encontraron con el feminismo, influye en que se empiece a pensar en un feminismo popular. Yo creo que estamos en un proceso donde ha habido mucha innovación, mucha crítica a un feminismo académico muy alejado de las mujeres de sectores populares, siempre muy pensado desde la clase media y no en diálogo con un feminismo popular que rompe con los esencialismos de que solamente las feministas pueden ser las mujeres. También los hombres pueden ser feministas. Y es necesario que los hombres piensen las dimensiones de poder y los privilegios que ellos tienen. No todas las mujeres van a estar luchando por las mismas cuestiones por el solo hecho de ser mujer.
–Creo que es necesario. La emancipación hay que verla en la dinámica actual y creo que es necesario. Por lo menos tienen que ser antipatriarcales.
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