Viernes, 22 de febrero de 2013 | Hoy
ARTE
Artistas que trabajan en los límites del arte y la ciencia aportando nuevas preguntas y mucha poesía.
Por Cristina Civale
Laboratorio Abierto es una muestra que aplica nuevas tecnologías que exhiben las obras terminadas o en proceso de finalización de los artistas que participaron en el programa Interactivos, un taller de especialización estética, curaduría y montaje para las obras de arte tecnológico que promueve la investigación, el desarrollo y la reflexión, a través de la elaboración y puesta en discusión de proyectos artísticos innovadores.
Lo que resulta más interesante de esta propuesta y lo que no está enunciado en sus propósitos pero, sin embargo, constituyó la búsqueda de los artistas participantes, entre los que se encuentran seis artistas mujeres, es cómo dotar a la tecnología de una poética que la convierta en arte y no en un híbrido experimento que se quede a mitad de camino entre ciencia y arte, sin ser ni una cosa ni la otra.
En la planta baja de la fundación se expone una de las obras que mejor expresa esta búsqueda porque encuentra una respuesta. Se llama Ahora. Una canción en la Superficie Hipertemporal y está realizada por Mene (Mercedes) Savasta, música e investigadora, y Hernán Kerlleñevich, compositor e instrumentista. La idea central de esta propuesta es cómo poder percibir los sonidos desplegándolos en un espacio propio. Para esto se valieron de un tema compuesto por Operaria, la banda de la que participa Mene, y de cuatro parlantes que colgaron desde el techo hasta muy pocos centímetros del piso con finos alambres. Quien participa de la experiencia ingresa en la sala que se encuentra en penumbras y recorre el espacio. Allí sucede la magia, que no es más que pura tecnología aplicada a que quien interactúa pueda asombrarse de la experiencia que vive. Al recorrer la obra se pueden percibir los tiempos potenciales de la composición y según el movimiento que cada uno realiza recrear cada vez la canción. Tantas canciones como rutas que elija el participante, tantas canciones como quienes caminen por ese espacio acertadamente oscuro.
Dentro de ese espacio, los sonidos que alguna vez fueron movimiento de la materia se encuentran ahora congelados ocupando un lugar fijo. Como si fueran esculturas. Cada instante de su duración original está anclado en una coordenada de duración específica. Así solamente quien camina por esa superficie mágica es capaz de develar con su propio proceso de escuchar cómo los sonidos se modifican en el espacio, en el caminar propio. Ya no es sólo el tiempo de la música, es la música que se desplaza en el espacio junto al cuerpo que la guía. Una experiencia lograda y, según el estado del que la recorra, fascinante o aterradora.
En uno de los espacios del primer piso, Alma Laprida muestra lo que todavía es su ambicioso work in progress, Música magnética. Alma pasó por un conservatorio clásico y estudió artes electrónicas. Desde chica quiso ser científica, pero luego decidió sumar a este sueño la ciencia aplicada al arte o “algo así”, dice. Por eso su obsesión es explorar el sonido con un lenguaje contemporáneo pero trabajando con instrumentos no convencionales, objetos y grabaciones de campo. No aplica técnicas digitales sino exclusivamente analógicas. Su proyecto se trata de cómo llegar a producir un sonido armonioso con elementos que ni siquiera sean la cinta de un antiguo casete. “¿Cómo pueden sonar una tijera, cualquier metal, unas viejas cuerdas en desuso?”, se pregunta. De este modo su proyecto, con el que viene trabajando desde 2008, se basa en la investigación de soportes materiales alternativos en la grabación magnética para su utilización en la performance sonora. “El fin de estas indagaciones es poder seguir explorando nuevas posibilidades: desde la construcción de instrumentos con esta tecnología hasta la composición de obras sonoras con ejecutantes que utilicen estos soportes en vivo”, dice y promete dar un concierto el 7 de marzo en la fundación, aplicando las premisas de su investigación ya cerrada. “En nuestros días, el paradigma digital permite controlar detalles microscópicos del sonido. El resultado de la grabación magnética en soportes no convencionales, en contraste, es el de una memoria que falla, como un antisampler. Hay una gran pérdida de información; sólo quedan resabios del sonido. La insistencia en explorar este tipo de soportes es una declaración a favor de lo imperfecto, lo inacabado y lo perdido, una reivindicación del terreno del misterio.”
Flavia Gresores y Romina Cariola son dos artistas que provienen del teatro. Su propuesta es bien ambiciosa. Se llama Efímero cine. Una remake tecnológica del kamishibai. El set donde se instala la obra parece un laboratorio y compone una extraña celebración que refiere a las pequeñas cajas escénicas que los japoneses utilizaban, metiendo y sacando láminas, para contar cuentos. Esos son los kamishibai a los que se refieren en el título de su obra, que se desarrolla en un espacio audiovisual donde conviven lo analógico y lo digital, con los recursos e imaginería del cine, pero con la impronta viva del teatro.
El kamishibai permite analizar el modo en que una sociedad, en un momento determinado, se imagina a sí misma a través de sus consumos, descartes y atesoramientos. El set se compone de artefactos de proyección: retroproyector proyector cámaras web ubicadas para contar con plano detalle, picado y contrapicado, plano general y fuente de luz puntual. La superposición y diferentes combinaciones dan una sensación de movimiento y transformación, sobre uno o varios sets, de muñecos y objetos en quietud.
La mexicana Gabriela Munguía, licenciada en arte y master en artes tecnológicas, apuesta a la robótica para que ésta intervenga en el espacio público. Creó un robot ecológico que parece moverse solo y espera colocarlo en acción en la ciudad y con un guión previo hará un documental donde se verá qué sucede con este guión, el robot ecológico –es ecológico porque su superficie está hecha de musgo que debe regarse cada tanto– y los espacios y personas con las que se cruza.
A la cabeza de Aires de cambio se encuentra la brasileña Flavia Pinheiro junto a Leandro Oliván y Héctor Barrera.
La instalación se presenta como algo aparentemente sencillo. Está formada por seis pequeños ventiladores de pie que se distribuyen en una pequeña sala.
El espacio pretende evocar las relaciones de las personas con el ambiente. Al ingresar en la sala, los artistas habían planeado que los ventiladores se orientasen, cambiasen de velocidad y tirasen aire dependiendo de la posición del espectador, dándole control sobre el sistema. En estado de reposo los ventiladores se tiran aire entre sí buscando enfriarse unos a otros o se orientan hacia las zonas de mayor calor en el mundo. Ideal para hacer la experiencia en cualquier día de este tórrido verano. Con todo, en la inmersión en la sala todavía no se puede percibir las intenciones de los artistas que aún siguen trabajando en este laboratorio para que las orientaciones pretendidas por sus autónomos ventiladores funcionen como imaginaron.l
Laboratorio Abierto se presenta en el Espacio Fundación Telefónica desde ayer, jueves 21.
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