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Los cuentos de la antología erótica Cuarenta grados a la sombra (Planeta) hacen un recorrido por el primer acercamiento sexual en experiencias de iniciación, los viajes como movimiento hacia el placer, la humanización de los héroes como protagonistas de encuentros carnales, el deseo narrado en un tono explícito, la introspección psicológica y el cuestionamiento a las obligaciones cotidianas o a las tradiciones. Son diez relatos unidos por una misma sensación de desencanto. El libro se publica en medio del llamado boom de la literatura que habla de sexo, pero, a diferencia de otros textos, en estas narraciones hay una intención de escapar del lenguaje trillado y las tramas repetidas. “La idea del libro era hacer algo distinto de lo que ya existía en relación a la literatura ‘porno’. Me interesaba mucho lo que escritoras jóvenes podían entender como ‘porno’ y correr la mirada femenina de una concepción endulzada o típica de la sexualidad en la literatura. Los cuentos son explícitos, crudos, honestos, frescos”, dice Julieta Bliffeld, compiladora de la antología.

En cada momento histórico, las grandes novelas sobre sexo generaron polémica. Al ser un tema que sigue llamando la atención en sí mismo, puede provocar que el interés literario quede en segundo plano. Estos “Diez relatos calientes escritos por chicas” como se vende en la tapa, aparecen como una alternativa que apuesta al riesgo y a una búsqueda de identidad a través de la subjetividad femenina. “Sexo con Ovejas”, de Mercedes Halfon, narra la sexualidad desde la adolescencia, en un relato que avanza sobre un lenguaje indeciso como la experiencia que todavía no es la de una mujer madura. En “Acapulco”, Flor Monfort habla del desencuentro, de todo lo que le pasa a alguien cuando se desnuda ante un cuerpo nuevo bajo el efecto narcótico de la tristeza. “Buquebús”, de Virginia Cosin, es una historia de amor, un viaje de a dos, pero con cierta debilidad del ser femenino. “Yo necesito que un hombre me diga hacia dónde ir”, dice el texto con honestidad brutal. En “Belgrano y la creación de la bandera”, Mariana Chaud cuenta una historia sucedida en otro tiempo y espacio. Belgrano tiene una relación con su “sirvienta”, una relación sexual y una relación de poder, en la que la pertenencia social define las acciones y el autocontrol. Hay una sutil caricaturización que funciona como desmitificadora de la historia. “New Order”, de Domitila Bedel, es otro texto de iniciación: una niña que se vuelve voyeur de la relación sexual de su hermana adolescente.

El relato de Gabriela Bejerman es el más explícito, acá todo se dice, todo está puesto con violencia, sin perspectiva ni matices. La voz enuncia desde algunos lugares comunes en los que se suele caer cuando se narra la marginalidad, en la villa hay pibitos tomando birra, mujeres que aman la cumbia y temen que las muelan a palos. “El tratamiento” de Lola Arias es un texto repleto de imágenes, sofisticado y personal. El sexo es una introspección para superar la vida cotidiana. “Se fue enroscando a su alrededor haciendo de él un árbol humano al que podía treparse para ver desde arriba el mundo”, dice. “Exilio naturista”, de Violeta Gorodischer, es un viaje hacia otro lugar, un lugar desconocido que genera espacio para el placer, pero también para el desamparo. El sexo otra vez aparece como un modo de ejercer poder sobre la mujer. Fernanda Nicolini escribe “Temporada”, esa que cubren los periodistas cuando trabajan en un medio y tienen que ir la costa a “perseguir políticos en sunga y espiar vedettes empastilladas”. Hay sexo pero hay más desilusión por un oficio que se extingue. Daniela Pasik en “Las putas fiestas” aborda una historia de incesto desde una voz masculina.

Cuarenta grados a la sombra es un libro que invita a creer en la literatura erótica como goce, no sólo como objeto de marketing.

El 6 de marzo se realiza la presentación en Eterna Cadencia: Honduras 5574, 19.30.