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Viernes, 19 de septiembre de 2003

SOCIEDAD

La víctima escondida

Karina Cataldi recibió hace dos semanas cuatro balazos disparados por su ex marido, de quien está legalmente divorciada. A su novio le tocaron dos. El agresor, primo del intendente de Pinamar Blas Altieri, fue detenido pero por una causa anterior, por amenazas. Karina y su pareja sobrevivieron milagrosamente, pero están escondidos y a diario escuchan el consejo de que abandonen la zona, porque pese a la probadísima tentativa de doble homicidio, el agresor puede quedar libre en estos días.

 Por Sandra Chaher

La voz suena serena y suave en el teléfono. No es la de la persona angustiada que uno espera oír después de saber que recibió cuatro disparos de bala hace 15 días y que todavía tiene uno de los proyectiles dentro del cuerpo. Los médicos no saben si es conveniente sacarlo. Si no lo hacen, será una huella que llevará toda la vida, un recuerdo sangriento. El agresor, su ex marido, tiró a matar. Después de un primer disparo en el hombro, un segundo en el cuello (que es el que tiene todavía alojado en la columna, debajo de una vértebra cervical) y un tercero en un brazo, le apuntó el cuarto diciendo “para asegurarme que esté bien muerta”. Si fuera una película no podría ser más terrorífica. Por eso Karina Cataldi no se deja ver. Desde que salió del hospital en Mar del Plata se escondió en algún lugar de la provincia de Buenos Aires desde donde trata de tejer una red de solidaridades que la protejan de una nueva agresión. Escuchando el relato de Karina cuyas pruebas constan en diferentes expedientes radicados en la ciudad de Dolores, la sensación es que Domingo Altieri, 41 años, pinamarense y primo del polémico intendente Blas Altieri es un ser desquiciado, que quizá perdió la razón o está cerca de ello, un depredador. Y que puede ejercer su poder impunemente por el apañamiento de una sociedad para la cual la violencia de los hombres sobre las mujeres no está claramente penalizada en el imaginario colectivo.
El caso de Karina es prototípico. Se sometió a mandatos arbitrarios de este hombre durante casi 15 años, sin sospechar, o sin querer ver, que el abrazo de la boa era constrictor, que la dejaría hecha polvo como casi queda a principios de septiembre en una estación de servicio de Pinamar mientras paseaba con su novio.
Hija de una familia de clase media porteña que veraneaba en Pinamar, Karina se casó a los 18 años, embarazada, con el Mingo Altieri. Había hecho el bachillerato, era maestra de inglés e iba por el primer año de la carrera de maestra jardinera en el Sarah Eccleston cuando dejó todo para irse a vivir a Pinamar con él. “El fue mi primer novio, con él tuve mi primera relación sexual, fue como pasar de un padre a otro. Y mientras yo me sometiera a lo que él exigía estaba todo bien.” Pero las demandas de él eran excesivas, sospechosas: Karina no podía trabajar ni estudiar, tampoco pintarse o querer estar bonita. La primera vez que usó zapatos con taco fue cuando, después de 15 años de matrimonio, decidió desobedecerlo y se encontró un empleo donde le exigían usar uniforme. La reacción de él era ir a buscarla tocando bocina a todo vapor, llevársela casi de prepo en el horario del almuerzo, obligarla a volver a la rutina anodina y a la ropa de entrecasa hasta que ella partía a la tarde nuevamente a su trabajo. Pero sucumbió y renunció para reintentar armar el matrimonio. Esto fue a mediados de 1999. No funcionó y en diciembre le propuso el divorcio que él en principio, aceptó siempre y cuando ella renunciara a los bienes materiales en común. Las dos hijas que tenían no eran una preocupación para él, de hecho nunca cuestionó la tenencia, pero sí las posesiones. Ella lo aduce a una mentalidad de “tano terco” y avaro que lo hacía valorar todo en términos materiales. “Y yo también era de su propiedad, se sentía mi dueño.”
En los años de convivencia él hizo bastante dinero con un negocio de reparto de gas envasado. Lo ganado era invertido en la construcción de casas para alquilar y en el armado de jeeps doble tracción. Era la época pre 4 x 4, “se llegó a vender un jeep por 7.000 dólares”. Karina nunca vio un peso. “El no me hacía faltar nada de lo que consideraba que yo podía necesitar, pero yo tampoco podía pedir.” Y nadie, que no fuera autorizado por él, podía acercársele. Ni siquiera el jardinero. Karina vivía en una semiesclavitud en una bonita casa de Pinamar, custodiada por un marido sabueso y “bruto”, como él decía de sí mismo.
Sin embargo, cuatro meses después de haber aceptado separarse, Altieri volvió al domicilio conyugal y se instaló por la fuerza. No soportaba la autonomía de su ex mujer, que durante ese verano había conseguido trabajo y mostraba la posibilidad de independizarse. Como le dijo unos años después, cuando las amenazas, los sabotajes y los golpes fueron tema judicial: “Yo soy de Pinamar, el pueblo es mío, la que te tenés que ir sos vos.” No sólo ella sino todo el pago le pertenecían, como a un señor feudal. ¿Tenía que ver en eso ser el primo de Blas Altieri, un intendente que lleva 12 años en el poder y que fue vinculado por investigaciones periodísticas con Yabrán y la “maldita policía”? Karina dice que la “portación de apellido” no es un tema menor en su caso. De hecho, están por entrar al expediente, las pruebas que indican que él no tiene permiso para usar armas y tiene dos y que la camioneta que maneja es una “melliza”. Sin embargo, nunca fue detenido.
Cuando él se instaló de nuevo en la casa conyugal, Karina empezó el derrotero por las instituciones del Estado que debían protegerla de ese hombre, pero que fueron lo suficientemente negligentes, o lentas, o incapaces, como para que tres años después él intentara matarla impunemente. En ese entonces, la mujer agarró a la más chica de sus hijas –la más grande se quedó aduciendo que era un tema de sus padres y ella no se mudaría–, se fue a lo de su mamá, que vivía también en Pinamar, y pidió la exclusión del hogar. El juez se la otorgó pero cuando ella llegó encontró sólo los muebles, él se había llevado lo demás y nunca respetó la lejanía que debía mantener: pasaba, golpeaba la puerta, y empezó con las amenazas de muerte. Karina entonces lo denunciaba y le respondían “que me fuera, que no molestara. Además él seguía diciéndole a todos que yo era su mujer. Y después pasaron cosas que yo no se las iba contando a todo el mundo por pudor, porque él era de ahí y porque mis hijas también se llaman Altieri, pero me fundió dos autos, me corrió con un arma para matarme, me hizo una escena de violencia muy terrible en la universidad donde yo trabajaba. Yo creo que hay tres razones por las cuales tanto la Justicia como la Policía y la gente no hicieron caso a lo que a mí me pasaba hasta ahora, que casi me mata: la portación de apellido de él, es un Altieri; el machismo: a mí en la Policía nunca me atendió una mujer, ¿por qué? Siempre tuve que declarar ante hombres; y la desidia de la Policía y la Justicia en general hacia la violencia contra la mujer, sobre todo en Pinamar.”
El 6 de junio del 2000 finalmente Karina logró el divorcio. Ya hacía rato que iba a los grupos de violencia de las municipalidades de Pinamar y Villa Gesell, y que había empezado a ver que si bien en “15 años de matrimonio él nunca me levantó la mano, sí ejerció abuso psicológico”. El concedió el divorcio a cambio de una desigual división de bienes: dos propiedades terminadas y una camioneta para él, y la casa conyugal, un auto y una casa en construcción para ella. La tenencia de las hijas fue repartida: la mayor ahora de 18 años se quedaría con él y la menor de 15 con ella, y él debería pasar alimentos por la hija menor, cosa que nunca hizo. No sólo eso sino que a comienzos de este año, por primera vez, también agredió a la hija menor físicamente y por eso está escondida con Karina. El crescendo de violencia hace pensar a la madre que él perdió toda capacidad de control. En cuanto a la hija mayor, vivió un tiempo con Altieri, después se pelearon y ahora vive sola en Ostende. Karina nunca tuvo un buen vínculo con ella, dice que incluso en una época hizo terapia para ver qué le pasaba con esa chica apenas 18 años menor que ella con la cual reconocía un vínculo competitivo.
Después del divorcio, las amenazas y agresiones de Mingo Altieri no cedieron. Le “espantó” un par de novios con sus ataques, y la balacera de comienzos de septiembre también alcanzó al actual compañero de Karina: tiene, como ella, una bala en la clavícula y la mano fracturada. Pero esta vez los dos están escondidos juntos.
Karina hizo la denuncia por tentativa de homicidio y Altieri está detenido. Pero, por esa particularidad de la Justicia lo detuvieron por agresiones, un delito excarcelable, y no por la tentativa de homicidio. Esta última denuncia de ella fue apelada por los abogados de él y, como la ley prevé que mientras se decide sobre la apelación no corre la detención, él no puede aún ser detenido por el intento de homicidio, delito no excarcelable. Si todas las causas que Karina inició en los últimos cuatro años se unifican en el mismo juzgado, como está previsto, podría dejar de correr la apelación y ordenarse el pedido de captura por este último delito, pero todavía nada es seguro. Y Karina teme. Por eso se escondió. Porque quizá él quede libre y ella sabe que, como un perro con su presa, volverá a buscarla. Siente que no va a parar hasta matarla. Pocos días antes del ataque descontrolado, dos hermanos de él la habían ido a ver para advertirle que lo veían desesperado, como loco, obsesionado con ella, que se cuidara. Y todos le sugirieron irse de Pinamar. “¿Pero a dónde voy a ir? Tengo mi negocio en Cariló, hace veinte años que vivo ahí, mi familia se trasladó para allá.”
Karina encaró desde la clandestinidad una ofensiva desesperada. Temerosa de los tiempos y parcialidades de la Justicia, se amparó en el apoyo de los vecinos de Pinamar, de las otras mujeres abusadas con las que compartió temores en los últimos años, de las psicólogas y asistentes sociales que la ayudaron todo este tiempo, y de los medios de comunicación, y convocó a una marcha pacífica frente a la comisaría de Pinamar que se realizó el pasado lunes para reclamar que Altieri no quede libre porque su vida y la de su familia corren peligro y, porque tal como están las cosas hoy, la que está viviendo como presa es ella mientras que él quizá vuelva a pasearse impunemente por las calles ensangrentadas de Pinamar.

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