TALK SHOW
Penélope todavía espera
Por Moira Soto
Si Penelope Ann Miller no hubiese hecho otra cosa como actriz que la novia constante de Al Pacino en Carlito’s Way (un gran Brian de Palma que pasan regularmente por cable), su existencia artística habría quedado justificada. Con esa claridad que irradiaba en la noche lluviosa, ensayando pasos de baile detrás de la ventana mientras que Carlito Brigante la espiaba usando la tapa de un tacho de basura a modo de paraguas, ella fue la intérprete soñada de Gail, la chica que trabajaba de stripper para ganarse la vida, sin culpa y sin perder los destellos candorosos de su mirada, un toque perpleja. Como si titubeara ligeramente, aun al sonreír con gentileza o picardía, acaso porque al reencontrarse con Carlito, después de perderlo de vista cuando lo metieron en cana y él no le quiso avisar, intuye que un destino fatal, de cine negro, los está acechando. Y no permitirá que Carlito, en esta aparente segunda oportunidad, realice sus sueños de mantenerse limpio y formar una familia, de llevarse a Gail –que ya está embarazada– a las Bahamas. Pero Carlito se está muriendo desde el principio y así es que vemos la película de su vida desde que lo sueltan inesperadamente hasta que intenta tomar el tren con ella. No lo consigue, claro, y lo último que ve antes de morir en la Estación Central es el cartel turístico de las islas, con la silueta de una bailarina que empieza a moverse y resulta ser Gail, que danza y danza con los niños del lugar embelleciendo la agonía de Carlito, un tipo decente dentro de sus propios códigos.
Bueno, Penélope Ann, que había empezado muy joven su carrera en teatro -con Biloxi Blues, de Neil Simon, que después interpretó en cine–, hizo otras cosas antes y después de Carlito’s... En general roles y películas que no estuvieron a su altura, si bien se la vio deliciosa en Un novato en la mafia, seductora ingeniosa en Other People’s Money, convincente Edna Purviance en Chaplin, glamorosa intrépida en La sombra... Pero nada, salvo quizás el trabajo junto a Danny De Vito, que la acercara a sus venerados modelos –Mirna Loy, Carole Lombard, Jean Arthur, Katharine Hepburn–, a quienes miraba por la tele cuando era chica y se hacía la enferma para faltar al colegio. En los últimos años, Pene –pronúnciese Penny– trabajó bastante en la TV y justamente el próximo domingo 28, a las 22, reaparecerá por la señal de cable Hallmark Channel, encarnado a Donna Hanover, la segunda esposa del controvertido intendente Giuliani en Rudy, el alcalde de Nueva York, una realización de Robert Dorhelm que protagoniza el excelente James Woods (repite el lunes 29, a las 15).
Así como el nefasto atentado contra las Torres Gemelas le vino de perillas a George W. Bush para levantar su deprimida popularidad, a Rudy Giuliani –en el ocaso de su discutida gestión tolerancia cero, que arrasó con jefes de la mafia y también con homeless y chicos que limpiaban parabrisas en los semáforos– le sirvió para recomponer su imagen gracias a los buenos reflejos con que manejó la tremenda emergencia. Este alcalde, que esgrimía su condición de católico a la hora de cuestionar el derecho al aborto (ley que finalmente no toca para asegurarse la elección), se mostraba ferviente partidario de la pena de muerte, pero no parecía sentirse en infracción cuando incurría en adulterio... Según este estreno, el ítalonorteamericano conoce a Donna Hanover, conductora de TV, cuando ella lo entrevista, en Miami, 1982, y le pregunta al entonces fiscal general adjunto por su decisión de deportar haitianos y recibir cubanos. Lo mejor que puede decirse de esta producción es que no exalta a Giuliani, ni siquiera le otorga carisma o simpatía, tampoco oculta su autoritarismo con frecuencia arbitrario. Por otra parte, las imágenes documentales del 11-S que puntúan el telefilm están bien ensambladas con aquellas que reconstruyen la presencia de Giuliani en el lugar de la catástrofe, con el eficaz Wood cuya frente agrandada lo vuelve muy parecido a Mel Ferrer. Pero el personaje de Donna –su vocación, sus ideas, su relación con marido e hijos– está sumariamente desarrollado, y se nota pese a que PAM lo defiende hasta donde puede. Donna Hanover, al cabo, respaldó activamente a su marido y, ya separada, dejó de hacer en el teatro los Monólogos de la vagina cuando se enteró de que él estaba con cáncer de próstata y le disgustaba esa actuación de su ex mujer.