Viernes, 28 de junio de 2013 | Hoy
CINE
Las grandes divas del cine italiano, esos personajes emblemáticos que ampliaron la representación de la mujer, son revisitadas en un ciclo diferente, con altura, erotismo y roles inolvidables.
Por Rosario Bléfari
Una de las primeras desilusiones cuando se pasa de jugar a ser mil personajes en la infancia a una posible dedicación al arte dramático es darse cuenta de que el mundo interpretativo de una actriz está limitado a los roles concebidos para una mujer. Entonces, una mujer cae en la cuenta de que esa limitación tiene su origen en la vida real que el cine toma como base de datos y en la imaginación que reorganiza los elementos de esa base en la ficción. En el ida y vuelta, la representación de personajes y situaciones que el cine propone puede guiar, reafirmar o modificar nuestra vida real y ampliar en una reverberancia infinita el imaginario, ¿por qué no pensarlo así?: para que las actrices tengan más papeles interesantes, por un lado –lo agradecerán–, y, por el otro, para que todos como espectadores veamos mujeres en una abierta diversidad de situaciones y roles posibles, lo cual amplía la reflexión humana.
Entrando en un razonamiento complicado de espejos que puede extenderse con sus implicancias ambivalentes, las actrices podrían pedir, claro, no sólo situaciones donde resulten heroínas, conduzcan, manden, inspiren, ejecuten venganzas violentas, papeles que hoy ya pueden obtener en algunas películas, sino también una exploración más libre de toda la gama de la condición del ser, que incluiría debilidades, contradicciones y bajezas. Se advierte entonces que existe otra frontera, la de la “madre sagrada”, una frontera disfrazada de “respeto” que de manera cada vez menos evidente pero aún detectable limita la posibilidad de interpretaciones dramáticas, ya que apenas se concibe a la villana pero desde ese lugar absoluto, caricaturesco, como si fueran prolongaciones de una bruja.
Acá es donde queda claro que se trata de una visión parcial: la mayor parte de la historia del cine estuvo conducida por hombres y las mujeres fueron sólo intérpretes: acento uno en su belleza, en su caudal erótico; acento dos en la maldad, que tampoco supo aparecer mucho si resultaba carente de atractivos visibles. Todavía no puede considerarse cuánto pudo haber cambiado el gran panorama la progresiva aparición de la mujer como directora y autora teniendo en cuenta que recién en 1976 Lina Wertmüller –que había trabajado con Federico Fellini como asistente de dirección en 8 y medio– es la primera en obtener la nominación al Oscar por mejor dirección con Siete bellezas.
Mi madre siempre me decía que le gustaba ver a Sophia Loren actuar porque cuando aparecía lavando la ropa estaba lavando la ropa y en ese momento era eso, una mujer, como era ella también, lavando la ropa, “con energía, sin maquillaje”, decía. La vida real y la fantasía, las diosas de lo cotidiano, un primer paso, más conmovedor y real que cualquier otro.
Pero ¿y ese endiosamiento locamente erótico –italianísimo– de la mujer, donde hiciera lo que hiciera, fuera buena, mala, estuviera trabajando, enojada, llorando, pensando una fórmula o disparando un arma, siempre está por delante su cuerpo, con una figura voluptuosa de fina cintura, desabrigada, deseable por todas partes, que anula todo lo demás? ¿Espectadores masculinos? ¿Sería la manera de seguir llevándolos al cine con mujeres a cargo del conflicto para que no se aburrieran? ¿Directores que inconscientemente proyectaron en otros inconscientes una imagen femenina a su gusto con la que todas aquellas que no encajaban con el tipo tienen hasta hoy que lidiar más de lo que creen o rendirse a costa de su autoestima o bajo el bisturí?
Cuando se estrenó Arroz amargo, de Giuseppe De Santis, con Silvana Mangano, a principios de los años cincuenta en Buenos Aires, me cuenta mi padre –presente en el cine con mi madre– que cuando al final de la película el personaje de la Mangano se suicida tirándose de un andamio, un espectador desde la platea gritó: “Que me traigan el cadáver”. Nada que agregar.
Ciclo Divinas Divas Italianas. Hasta este domingo, en el Cine El Plata. Juan Bautista Alberdi 5751, Mataderos. Entrada libre y gratuita. Más info: [email protected] y en
http://www.museos.buenosaires.gob.ar/plata_cartelera.html
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