Viernes, 23 de mayo de 2014 | Hoy
CINE
Aire libre, una película de Anahí Berneri que plantea las preguntas mínimas sobre la decadencia del amor de pareja.
Por Marina Yuszczuk
Solamente una mujer podría haber dirigido estas películas. Sin caer en la obligación de teorizar al respecto, el hecho se impone: después de dirigir una adaptación de Un año sin amor (2005), la novela de Pablo Pérez, Anahí Berneri filmó tres historias personalísimas con protagonistas femeninas, mujeres retratadas en medio de un proceso que pasa por el cuerpo antes que por los lugares comunes, tan saturados discursivamente, del paso del tiempo, las separaciones, la fragilidad de las nuevas familias o el peso de la crianza. Y a pesar de meterse a fondo con estos temas, que suelen convocar reflexiones automáticas del tipo “Sí, es difícil”, que ahogan la posibilidad de la experiencia, Berneri logra el milagro de películas sin comentarios ni grandilocuencia que se convierten ellas mismas, por la morosidad para narrar su materia y la cercanía física, en experiencias.
En todos estos casos, Berneri eligió trabajar con actrices de la tele y los resultados, seguramente por una dirección de actores trabajada a conciencia, suman intensidad a fuerza de un registro sobrio y no desdeñan el atractivo inagotable de figuras que, en la pequeña escala del star system local, podríamos llamar estrellas. Encarnación (2007) seguía de cerca y con inesperada ternura a Silvia Pérez en la piel de Erni, una actriz en plena decadencia laboral que mira simultáneamente las fotos de desnudos del pasado y la sexualidad recién estrenada de una sobrina de quince años interpretada por Martina Juncadella. En Por tu culpa (2010), Erica Rivas era una mamá joven y agobiada por el esfuerzo cotidiano de criar y estudiar al mismo tiempo, que tenía que salir corriendo al hospital con los dos chicos en medio de la noche para atender el brazo accidentado de uno de los hijos.
La melancolía de Silvia Pérez y el cansancio de Erica Rivas eran palpables y precedentes en una serie que ahora se completa con la furia de Celeste Cid, protagonista junto con Leonardo Sbaraglia de Aire libre (2014). De nombre trágico, la película sigue a una pareja joven en la búsqueda de un alivio que no se sabe si va a venir. Lucía (Cid) y Manuel (Sbaraglia) se encuentran en plena transición del departamento céntrico donde hasta ahora criaron a su hijo de siete años, a una casa en construcción en las afueras de la ciudad, en la que esperan encontrar la renovación y la energía que le falta a su matrimonio de ya varios años. Parece una locura planteado de ese modo, porque ni Lucía ni Manuel llegan a los cuarenta, pero la película parece tomarlos justo en el momento en que, aliviados en parte de la crianza por la escolarización del hijo y con un poco más de tiempo para pensar en ellos mismos, se dan cuenta de que les quedó bastante poco en común, salvo las ganas de recuperar algunas cosas que no sabían que extrañaban.
Incómoda, dolorosa y mucho más sutil que aquel bodrio norteamericano de Blue Valentine (que contaba la historia de una pareja de atrás para adelante, desde el idilio inicial a la durísima separación al borde del odio y con una chiquita de por medio que lloraba llamando al papá, puro efectismo), Aire libre plantea un espectro de sensaciones sin explicación que golpea en lo más hondo. Entre la bronca de Lucía, que oscila de la fantasía de estar con otro a la de derribar literalmente una pared a mazazos, y la desorientación de Manuel, que casi sin darse cuenta se consigue una novia imaginaria, no parece haber diálogo posible, aunque el comienzo de la película los encuentre –detalle de guión estrictamente femenino– sentados con una pareja de amigos, contándose sus partos. Desde esa intensidad compartida hasta un presente frío, desconcertado, hay solamente un hueco, una pregunta (¿por qué se termina el amor?), que Aire libre deja clavada como una espina.
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