[cerrar]

Comparta esta nota con un amigo

E-Mail de su amigo
Su nombre
Su E-Mail

“Acá todos los días son iguales (...). No tengo a nadie que me visite, pero no me importa”, dice Roxi en la página 63 del libro Nadie las visita. La invisibilidad de las mujeres privadas de su libertad, de Raquel Miño y Graciela Rojas. Nacido de la experiencia sostenida durante ocho años de la ONG Mujeres tras las Rejas en la Unidad Penal número 5 de Rosario, la publicación excede ese trabajo para brindar un panorama de las condiciones de detención en las cárceles de mujeres de toda América latina. Sin embargo, es justamente la tarea de la ONG, cuyo vértice más visible es el programa de radio que las detenidas sostienen todas las semanas en la FM Aire Libre de Rosario, la que habilita una mirada esperanzadora.

“Las mujeres que están privadas de la libertad se han convertido en invisibles para la sociedad y para el mismo sistema carcelario”, dicen las autoras del libro que esta semana se presentará en Buenos Aires, tres veces. El lunes 26 de mayo, a las 19, en la Revista Mu; al día siguiente, también a las 19, en Argentores/con y el miércoles, a la misma hora, en la Universidad de las Madres.

El libro publicado por UNR Editora aborda distintos aspectos de la vida de las mujeres en los penales, con datos, estadísticas e investigaciones de distintos países. “¿Sabés qué decía mi mamá cuando yo caí presa? ‘¿No habrá manera de hacerme cargo yo para quedarme presa en vez tuyo?’ Yo le decía: ‘No mami, tranquila’. Ella en su desesperación como madre y mi papá dijo: ‘¡Que se olvide de que tiene papá!’...”, el testimonio de Kenia, de Ecuador, abre la puerta a deslindar los roles de género en relación a las presas.

En 2002, en la Argentina, el 5,3 por ciento de la población penal eran mujeres. “La escasa representatividad dentro del sistema posterga la demanda de sus necesidades”, dicen las autoras y señalan otra particularidad. “La realidad denota que las mujeres presas quedan abandonadas a su suerte, sin una economía sustentable, con un grupo familiar empobrecido, con varones ausentes, por lo cual embarazadas o no se les hace indispensable trabajar para obtener un magro peculio. Aun presas siguen siendo las que sostienen la economía.”

Históricamente, las cárceles eran lugares para varones. Las mujeres infractoras se recluían en conventos e instituciones psiquiátricas. Cuando se reconoció que las mujeres pueden cometer delitos, el Estado “se encontró en la obligación” de resolver la situación habitacional para el cumplimiento de la pena. Pero siempre con un imperativo categórico: que esas mujeres retomen los roles históricamente atribuidos a las mujeres. Es decir, “feminizarlas”. Por eso, en la cárcel las mujeres cocinan, limpian, pero no reciben otras herramientas para su inserción laboral posterior. “El sistema penitenciario como reflejo de la construcción social trata de ‘reconducirla’ a su lugar de pertenencia: el hogar”, expresa Nadie las visita.

El uso del tiempo, las relaciones sexuales, la vida con los hijxs y también la constante angustia por la separación de ellxs son algunos de los temas del libro. En su última parte rescata la experiencia de la ONG Mujeres tras las Rejas, y los efectos tanto del taller de teatro como del programa de radio. “El eje de este proyecto es la comunicación, la posibilidad de comunicar al público, expresando a través de nuestra boca de lo que están llenos nuestros corazones, demostrando que desde nuestro mundo, como así se considera, hay personas que se preparan y utilizan las herramientas que el Estado nos provee para sentirse capaz de vivir una vida distinta a la que estábamos acostumbradas”, escribieron La Colorada y Marisa, dos integrantes del programa de radio que se hace desde la cárcel.