Viernes, 23 de mayo de 2014 | Hoy
RESCATES
Delia Derbyshire 1937-2001
Por Marisa Avigliano
Chris Blackwell, fundador de Island Records (que también nació en el ’37 y fue amigo y romance breve, el tiempo que duró una grabación), atribuía los modales de Delia a una academia que no había existido. Quizás era crédulo, sencillamente crédulo, y tenía madre, padre, tíos maternos y mayordomos capaces de exagerar los esplendores de un período eduardiano que le había rasguñado los dedos a la educación de Delia Derbyshire. Los susurros de misa de una familia obrera en la bombardeada Coventry (era hija única) en compás con los silbidos previos al estruendo alemán frotaron los oídos de la pequeña Delia Ann. Las clases de piano y los estampidos de bomba que caían desde el cielo compusieron el metrónomo privado que su tímpano guardó con puntual ejecución. Las horas de matemática y música en el Girton College de Cambridge completaron escenas de pasión por las reverberaciones abstractas. Un timbal a medida y la mujer adecuada distorsionaron los propósitos de la guerra e ilustraron la galería de ejemplos filarmónicos dispuestos a corroborar esa comunión concluyente. Delia Derbyshire, nena en la guerra y mujer en la música, fue dos veces heroína. Creadora de la más extravagante de las músicas extravagantes desde uno de los sótanos de la BBC (antes había ido a pedir trabajo como técnica de sonido a Decca, pero la discográfica no quiso contratarla por ser mujer), Delia aullaba zumbidos y soplos de loops para las series y los documentales de arte y de ciencia de la televisión británica. Fue ella la creadora de la música de la legendaria serie Dr. Who y fue ella, zurcidora de ondas y pitonisa de los suspiros silbados, quien durante años (trabajó hasta 1973) musicalizó a partir de los complejos sonidos electrónicos (en un mundo todavía sin sintetizadores) algunas de las mejores alegorías que produjo la BBC. Aliento visceral en los inicios de la música electrónica, Delia fue durante años una desconocida. Nadie sabía quién era, no tenía nombre ni nadie quería averiguarlo, la mujer de los sonidos raros no era un misterio a develar. En la BBC, los colaboradores del Radiophonic Workshop eran un colectivo vacío al que todos llamaban “la gente de los efectos especiales”. Nadie visitaba las yemas lamidas de la compositora Delia capaces de construir un sofisticado collage de sonidos o un montaje de voces nunca antes nacidas. Liberada de las horas agónicas en la BBC, grabó discos en Candem Town (como Electric Storm editado por Island Records), creó música para teatro, para cine y también para una secuencia inaugural en un desfile de moda (nunca antes se había usado música electrónica en las pasarelas). Después de algunos años de fama y harta de tecnicismos que descuartizaban cualquier intento creativo, se dedicó a hablar por teléfono con sus viejos amigos y a tomar alcohol, mucho alcohol. En los días sin dinero trabajaba como operadora de radio en una compañía de gas o vendía libros. Cuando la nueva generación empezaba a conocerla, la maestra del ruido volvió a recluirse, esta vez obligada por las infinitas horas de diálisis. Murió el 3 de junio de 2001. El modo en que Delia acercaba sus huellas digitales a los controles, la distancia única con que su cuerpo fino parecía alejarla siempre de cualquiera de las tareas prácticas, de los trabajos manuales que nada le costaban, es una especie de rúbrica de artista invisible. Esa invisibilidad que no es sino el núcleo duro de esa manera de existir en las décadas que tocan en suerte.
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