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Una nueva muestra de la exótica cartelera del Palais Galliera, el museo de la moda de París, denominada Les années 50, celebra la silueta emblemática de esa década, haciendo hincapié tanto en los diseños de Dior, las creaciones en alta costura de Jacques Griffe, Hubert de Givenchy, Pierre Cardin, así como indaga en los aportes de los modistos agrupados en Couturiers Associés –Jacques Fath, Robert Piguet y Paquin– y también destaca creaciones de algunos nombres desconocidos por los seguidores de la moda, Jean Dessés, Madeleine Vramanet y Lola Prusac. El curador Olivier Saillard vuelve a sorprender con su abordaje, al indagar, junto con la experta en restauración textil Alexandra Bosc (apodada “curadora científica”), en un centenar de trajes y de accesorios del acervo del museo. La puesta en escena admite una instalación de vestidos de día que reciben en el hall, continúa con trajes de noche exhibidos en un salón que emula un ballroom, pero además despliega desde ropa interior hasta trajes de baño sobre bastidores que recuerdan a cuadros. El disparador del recorrido se puede fichar en el instante de febrero de 1947 (y en un contexto de racionamiento de ropas, comida y jabones que provocó que las mujeres predicasen el estilo povera y el desaliño): desde un salón de la Avenida Montaigne decorado con sillas Luis XVI, el diseñador Christian Dior presentó la Línea Corolle, una colección de sacos exageradamente entallados junto a vestidos orgullosos de ostentar veinte metros de circunferencia y que aludían a flores.

La experta en modas de Harper’s Bazaar, Carmel Snow, lo aplaudió y bautizó New Look. Acto seguido la silueta trazada por Dior tuvo su correlato en el interiorismo, la arquitectura y en colecciones de objetos –de mesas en forma de riñón, vasos con forma de tulipán, lámparas y ceniceros con curvas– que predicaron modismos del New Look y, para espanto del mismísimo Dior, una firma apodó New Look a su servicio de café.

La expo admite los fabulosos trajes de lana negra trazados por Cristóbal Balenciaga, hace lugar a un outfit cuasi andrógino y en blanco y negro de Chanel –que ilustra su rechazo a la cintura avispa instaurada por Dior– y analiza modismos de otros sublimes costureros (porque los fifties ilustraron un período de apogeo de la alta costura francesa). En ese desfile retro irrumpe un vestido de día ideado por Jacques Fath en 1948, que simulaba un traje de dos piezas, o el vestido Sophie, de Jacques Heim; un atuendo para día y con lunares y la ineludible silueta exuberante. La historia de Heim remite a una tienda de pieles que perteneció a su familia y que, desde sus saberes, transformó en fabulosas creaciones en democrática tela de algodón. Mientras que el revisionismo aplicado a Dior presente en el Galliera admite el rescate de una prenda de 1950 llamada Bernique, que consistió en un vestido cruza con chaqueta. Si bien Dior innovó en siluetas una temporada tras otra, continuó con su exaltación de la figura femenina, sus creaciones de 1950 representaron el 49 por ciento de las exportaciones realizadas en Francia.

El vestido Esperanto, de Carven, ilustra los modismos de esa diseñadora que supo trasladar el lino y el algodón a los usos y costumbres de la alta costura, debido a que trazaba ropas acordes a su silueta petit; sus colecciones fueron exitosas entre las jóvenes consumidoras. ¿Acaso se anticipó a la idea de ropas para nuevas generaciones que una década más tarde iba a predicar Mary Quant, desde el apogeo del Swinging London?

Por otro lado, emergen curiosos vestidos de seda y con estampas de flores, de hortalizas, ideados por Hubert de Givenchy como prendas de día para Madame Brossin de Mére, una de sus clientas más fieles. Para ilustrar los estilos de noche más representativos de los fifties basta con observar cada pliegue de un vestido de terciopelo rosa trazado por Madame Gres o detenerse en el vestido de chiffon de seda y tules en color nude, con la etiqueta Jacques Fath.