Viernes, 8 de agosto de 2014 | Hoy
MEMORIA
Por Marta Dillon
“Hermosa excusa para hablar con los hijos de uno. Y abrazarlos fuerte”, fue el post que en Twitter publicó la periodista Ingrid Beck, y los mensajes se sucedieron en cascada con la misma potencia con que esta vez la aparición de un joven que fue un niño desaparecido, que fue buscado durante más de treinta años, nombrado como si se lo conociera, deseado por su madre que sostuvo ese embarazo a pesar del cautiverio, que parió engrillada, que se resistió cuando se lo quitaron, que no pudo acunarlo más que cinco horas, nos envolvió a todos y a todas. Sabíamos, la gran mayoría, que ese joven se llamaba Guido porque hubo sobrevivientes que tuvieron voz durante todos estos años. Porque esas voces fueron oídas, porque esas voces trajeron lo más querido por quienes sufrieron la desaparición de los suyos: los últimos rastros, la certeza de la resistencia, de la pulsión de la vida más allá de todo juicio. “Yo: Encontraron al nieto de Estela de Carlotto ¿sabías? Simón: ¿A Guido? Hice las cosas bien”, siguió Beck en la misma red social dando cuenta de por qué el martes fue un día de fiesta colectiva, un día insoslayable porque nadie podía quedar al margen, porque una historia particular, con sus pequeñas aristas y sus rostros definidos, cuenta más que la acumulación de números que pueden dar cuenta del genocidio pero no siempre cuentan lo que se necesita para entender la dimensión del genocidio. Esta vez la historia se metió en cada casa, se instaló en la mesa y en la mesada de la cocina. “Mientras desgrasaba una colita de cuadril. Mi hijo me dijo ‘soltá el cuchillo, mamá’ y me abrazó”, escribió alguien más en respuesta, relatando en pocos caracteres cómo un hijo es capaz de poner el mundo en orden, de decir basta, aquí podemos detener lo cotidiano porque pasó algo maravilloso. “Sofía (8) preguntó: ¿por qué llorás si es lindo? Le dije que era lindo pero aún faltaban 400. Agregó: Los vamos a encontrar a todos.” Algo hicimos bien, sin duda, algo colectivo hicimos bien, aunque el agradecimiento lo merezcan quienes pusieron el cuerpo y la voz a esta lucha que no se abandona, que se abrió paso en el enjambre más oscuro de la miseria humana, la que desapareció, la que quiso borrar todas las huellas de los valientes y la que negó más tarde pretendiendo que se podía vivir poniendo una losa de silencio sobre nuestras heridas abiertas. “Hoy les pedí a mis hijos y a mis sobrinos que vayan a abrazar fuerte a su abuela. ¡¡¡Estoy feliz!!!”, escribió un hombre y tradujo de qué se trata la reparación, la frágil reparación posible para heridas que atraviesan generaciones como un hilo negro que al menos por contraste nos deja ver lo que tenemos. Como contó otra mamá de su hija: “Roberta 4. Me vio llorar. Le expliqué. Y me dijo: ojalá todas las abuelas encuentren sus nietos. A mí me gusta tener abu”. No es fácil explicar el horror, puede parecer imposible transmitir a los hijos y las hijas de qué se trató el terrorismo de Estado, la apropiación de niños que se extiende en el tiempo hasta la expropiación de buena parte de la identidad de quienes hoy son adultos. Pero se puede desde ese límite radical que como pueblo enunciamos: Nunca más. “Felipe se preocupó por si Estela Carlotto dejaba Abuelas. Cuando le dije que seguía se alegró porq ‘falta encontrar nietos’.” Desde el límite y desde la acción sostenida, desde los pasos juntos que damos cada año, cada 24 de marzo, entre columnas embanderadas, cochecitos de bebés, niños y niñas sobre los hombros o de la mano de sus padres y madres; desde ahí todo relato es posible. “Milo (3) me vio llorando, le dije q a esa señora d la tele le robaron el nieto y lo encontró. Me puso cara con cara y se durmió”, escribió alguien más. Y siguieron los mensajes: un niño de diez esperó que sus padres llegaran para darles él mismo la noticia del día, otra les preguntó a los suyos “dónde iríamos si ustedes no están”, otro más ahorró cualquier explicación: “Hoy es un día muy hermoso hijo; Oriol (9): por el nieto, papá?”. Es imposible leer la catarata de mensajes sin emocionarse, sin moquear como niños y niñas cada uno y cada una. Pero la oportunidad se instaló y los relatos surgieron y cada quien fue encontrando las palabras y las preguntas y las respuestas porque lo que parecía imposible fue posible. Porque el pasado duele un poco menos cuando días como el martes nos cargan los ojos de future. El domingo es el día de los niños y las niñas y no hay mejor regalo posible que la verdad, porque es sobre esas huellas donde ellos y ellas están empezando a hacer su camino. l
(Para leer todos los mensajes: twitter.com/soyingridbeck)
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